La Puerta

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      CAPITULO I

                  PARTE I

    LA PUERTA

La majestuosa ciudad antes habitada por decenas de miles de personas, situada entre el infierno y el Cielo, restaba ahora desierta y silenciosa. No había nada, ni nadie, que pudiera ayudar al Dr. Fabra en su peor pesadilla. Abandonado, olvidado por su gente sin saber porque, parecía buscar entre la lluvia, y la luz de la luna, alguna respuesta que pudiera calmar su miedo mas cruel e impasivo que le comía por dentro. Empapado en agua e incredulidad empezó a correr, preso del pánico, por aquellas calles tan tranquilas, solo perturbadas por la fría e incesante lluvia; lluvia que manchaba el horizonte mas lejano y cálido que tanto ansiaba con desesperación, pues creía, para su peor delirio, poder alcanzar con su mano húmeda y castigada por el tiempo, aquel que fuere el ultimo rayo de luz, que con resistencia se resignaba a desaparecer entre los truenos y relámpagos de su traidora, y única compañía, la lluvia.

Harto, aunque no cansado, se sentó en el banco mas viejo y solitario que encontró en la calle. La lluvia, no le molestaba, pues lloraba con el. Los ojos tristes y confusos de aquel viejo, y abatido Dr. Fabra, reposaban mientras apreciaban aquellas calles vacías y encharcadas. Sentimientos de pena y angustia le recorrían por todo el cuerpo, muerte y fin es lo que deseaba con fuerza... pero soledad y tristeza es lo que le rodeaba sin que pudiera hacer nada, quizás es lo que debiera merecer.

Rápidamente olvido sus penas pues con valentía y esfuerzo se levanto del banco... pero corrió, corrió persiguiendo sueños y sombras entre las calles, aunque realmente, huía de sus peores pesadillas, pues sabia, que estaba en una. No quería mas.

Chillo y chillo, pero nadie respondió, sus mas profundas y delirantes suplicas parecían ser objeto de burla y desprecio por el viento y las hojas de los arboles, pues eran estas que, sin vergüenza alguna, robaban los gritos mas desesperados de los mismos labios del corazón vacío y apenado del Dr. Fabra. Su alma impura le abandono con enfado mientras sus andares, lentos y chapuceros, deambulaban sin rumbo alguno hartos de correr en la nada. La lluvia, enemiga del silencio, dejo paso a la calma y tranquilidad que nuevamente, con justicia y vehemencia, reinaba los mas recónditos parajes de la urbe desdichada. Con la mirada pobre y perdida, reflexionaba calmado sobre su situación tan preocupante que vivía, no sabia que hacer, si perderse entre la noche, si seguir buscando ayuda...

Mucho había chillado, demasiado esfuerzo gastado en lo imposible. Abatido y exhausto decidió ir a la consulta donde trabajaba como medico para tomarse un buen copazo de ron, solo la idea de emborracharse en su despacho le producía un consuelo melancólico e irreal, solo alimentado por el odio y la ira.

Al entrar por la puerta no le sorprendió aquel vacío oscuro que habitaba en su consulta, y sin mas dilación, dirigiose lenta y prudentemente hacia su despacho al final del pasillo, único lugar en el que probablemente se podría sentir seguro y agusto pensó, pues le esperaba su fiel amigo, escondido con temor en un cajón de la mesa. Estuvo horas bebiendo y atormentándose sentado en su sillón de médico frente a la mesa. Los rayos de sol empezaban a iluminar, al fin, el humo amargo y pesado que se paseaba con chulería por la nariz del Dr Fabra sin que a este le importase, pero para su mayor alegría, o temor, picaron con fuerza en la puerta de su despacho. Levanto la cabeza caída por el desamparo y se pregunto:

-“Que hacer”-

Exaltado por la sorpresa dudaba en contestar, aunque quisiera. No sabia si saltar de alegría o si coger su pistola del cajón numero 6.

Que hacer.


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