El último discurso

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El sonido de las trompetas enemigas, que se encuentra enfrente de nuestro pequeño ejército, rompe el silencio sepulcral que nos acompaña a todos los hombres con la mirada de miedo ante el peligro que nos acecha. Ninguno de nuestros hombres había desertado, quien podría hacerlo, lo único que separa de nuestro hogar, nuestras familias, padres, madres, hijos y esposas de ese ejercito de salvajes sedientos de sangre, con su viejo rey con grandezas de riquezas y poder, éramos tan solo unos dos mil hombres armados con lanzas, espadas y escudos de madera endurecida.

El general se vuelve para ver a su ejército, formado no solo con sus armas, si no también con el miedo y la rabia que tenían por aquellos hombres que querían destrozar todo aquello que habían construido con sus propias manos. El general debería de dar el discurso de que si luchamos con valor, con empeño y pensamos que lo hacemos por una causa justa, que es proteger nuestro hogar, ganaríamos. Pero en sus ojos se notaba que no sería de esos discursos, más bien, era una despedida.

-¡hombres!-empezó el general mientras miraba a todos-¡soldados!, no, sois mucho más que eso, sois amigos, hermanos, primos, padres e hijos que están hoy aquí para defender todo aquello a lo que amáis, no os mentiré, su ejército está más equipado, es más numeroso y sobre todo más experimentado en la batalla que el nuestro. Hoy, acabara la vida para todos nosotros, ya lo sabéis,  aun así no habéis desertado ninguno de vosotros, y eso me inspira honor, y sobre todo valor-el general mira al cielo con la esperanza de un milagro, y las nubes que se encontraban en negro descargan toda su furia contra nosotros dejando un silencio acompañado del repiqueteo de la lluvia contra el metal, el general mira al ejercito enemigo- ¡pero eso no es motivo para ser benevolentes con nuestro enemigo, ya que nos despedimos de nuestras vidas, que sea de forma honorable, si de verdad los dioses existen, hoy nos estarán observando desde las nubes y estarán deseosos de hablar con nosotros, de nuestra victoria contra el miedo y la desgracia que nos acontece en este momento, no es momento de vacilar, es momento de coger nuestras armas y el coraje y gritar nuestro último rugido, o amigos míos, y ese rugido que saldrá de nuestras dos mil bocas será el más terrible y ensordecedor que hayan escuchado nuestros enemigos!-el general levanta el brazo para dar orden de marcha contra el ejército-¡por nuestro hogaaaaaaar!

Ya nadie recuerda a esos dos mil héroes que lucharon por sus casas, por sus familias, y sobre todo por aquello que amaban, simplemente se convirtieron en leyenda, al igual que todos los guerreros que son olvidados por el tiempo, y están destinados a la desgracia de haber sacrificados sus vidas por lo que creían que era correcto.


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