Lectura: Sentimiento

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“Ten. Esto era de la abuela”. Y sin buscarlo cayeron en mis manos una docena de libros antiguos y empolvados. Nunca llamaron mi atención. Las cubiertas imitaban al cuero, pero con los años habían adquirido un color marrón y arrugado que se desintegraba solo con mirarlo. Los títulos tampoco ayudaban: “Promesa salvaje”, “El verano del lobo rojo”, “Tú y yo”… novelas de amor que estaban muy lejos de ser el tipo de historia que a mí me gusta leer. Así que allí yacieron, tiradas encima del escritorio, esperando a que alguien tuviera el valor de abrirlas, de revivirlas, de sentirlas. Y esa iba a ser yo.

Por aquel entonces cursaba segundo de bachiller. Agobio, caída capilar, y dudas existenciales por todas partes. Pero pronto descubrí una de mis aficiones: la historia de España. Empecé a ver documentales y a leer libros de Vicente Rojo: a informarme de todo aquello de lo que había escuchado hablar. Me fascinaba la II República. Azaña, Leroux, Zamora… personajes que vivieron en primera fila la ruptura de España y su polarización en el bando republicanos o nacionalista.

A medida que iba investigando más sabía y más quería saber. Descubrí el conflicto entre los intelectuales y el régimen que se impuso a la fuerza en España. Descubrí la represión, el control cultural, la prohibición de leer los libros contrarios al régimen. Las piezas empezaron a cuadrar y recordé algunos artículos que había trabajado en clase pero que, por desconocimiento de causa, no terminaba de comprender. Me resonó en la cabeza una frase que leí en un artículo de Manual Baixauli, titulado ‘Resurrecció’: “Costa de creure, però hi ha hagut èpoques en què la poesia era considerada un perill”.

Y tanto que costaba creerlo. Ese espíritu prohibido de los libros de mi abuela me motivó a desempolvarlos. Encontré la magia en ellos, encontré el poder de hacer con mi mente lo que quisiera. Superar barreras. Pude ver en cada anotación hecha a lápiz la sonrisa de mi abuela, una sonrisa que gracias a la esencia que dejó en esas historias sería eterna para mí.

Me emocioné cuando vi en el tercer libro que leí, una historia romántica en la Inglaterra del XVIII, unos mensajes en los márgenes escritos por dos personas diferentes. En todos ellos hablaban  de cuánto se querían. Aquel libro había servido para unir a dos personas, había sido el mensajero, la Celestina, y ahora estaba entre mis manos, unas manos que quizá no hubieran existido si esas dos personas no se hubieran amado.

De pronto lo comprendí todo. No importa el formato, no importa el tiempo del libro, no importa el autor, no importa el género. Importa el estilo, importa el mensaje, importa lo que despierta en ti, y nada más. Eso es la lectura: sentimiento.


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