Cuentos ansiolíticos - thadeus -

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La verdad es que aquello no se parecía en nada a las escenas que había visto en decenas de películas. Thadeus se imaginaba otra cosa, un escalofrio recorriéndole el cuerpo mientras una leve gota de sudor se abría paso por su sien, un temblor en las manos que le impidiese hacer girar bien el tambor... pero no; se mantenía imperturbable, aferrado a la suerte como única aliada, aunque fuese ella quien le había condenado a encontrarse bajo la mirada de diez ojos inquisitivos y sedientos de emociones fuertes.

En el salón reinaba el blanco, que parecía juguetear consigo mismo adoptando diferentes tonalidades, impoluto en los grandes sofás, roto en los cojínes que correteaban por el suelo o lunar en las alfombras que silenciaban el suelo. Durante la cena previa Thadeus se había imaginado el resultado sobre tan virginal escenario en caso de que las cosas no saliesen como había pensado. Salpicaduras de sangre y trocitos de cráneo repartidos aleatoriamente por la estancia entre el estupor general. Despues lo llevarían a una playa y lo dejarían en la orilla; la nota que previamente había redactado en su casa de puño y letra anunciando su intención de ir a morir a orillas del mar acabarían con las preguntas, si es que alguien llegaba a preguntar por él.

Era complicado saber como alguien como él había acabado en una situación así, pero quien no tiene nada que ganar tampoco tiene nada que perder, así que Thadeus no se lo pensó dos veces cuando se lo propusieron. La oferta se la hizo el mismo Sholton ante el temor de no poder cobrar. Él era el avalista de Thadeus en aquella partida que le supuso jugar esta, aunque cambiando las reglas del juego. Aqui ya no contaba la desfachatez con la que a Thadeus le gustaba jugar a las cartas, la osadía de hacer un doble o nada con aquel empresario gallego que le había jodido. Y vaya si le había jodido. Aquel día Thadeus llevaba un mala racha y acumulaba deudas pero todo se debía solucionar en aquella mano. Le entró juego y aquello fue su condena. Dale cebo a un pez si quieres que pique. ¿Doble o nada, Gallego? Por supuesto. Escalera. Full. A Thadeus se le heló la sangre. Trescientos mil euros y una semana para pagar. Si no lo mataba el gallego lo haría Sholton, así que antes que ponerse en manos de otros era mejor ponerse en las de la suerte, porque esta, a diferencia de los hombres, también podía ser condescendiente.

En la sala reinaba el silencio mientras uno de los espectadores jugueteaba con los hielos de su copa, el tipo del traje negro y el pelo engominado lo miraba con reprobación, tenía impaciencia por ver empezar los fuegos artificiales. Thadeus sabía que es lo que debía hacer, así que no se dejo llevar por la situación, la tenía asumida, y esa aceptación del propio fracaso le permitía mantenerse digno, incluso excesivamente frio para un tipo que estaba a punto de realizar la apuesta del más difícil todavía. Sentía curiosidad por saber que es lo que llevaba a esos tipos que seguro gozaban intachable reputación fuera de ese microcosmos blanco a presenciar como un perdedor sortea (o no) la muerte.

Las reglas habían quedado pactadas de antemano. Una colt. Una bala. Tres rondas. Cien mil euros por ronda. El primer chasquido en balde del revólver actúo como resorte de la adrenalina de Thadeus, recorriendo y estimulando cuerpo y mente. Ahora estaba empezando a disfrutar así que una sonrisa de autosuficiencia no tardó en poblar su cara. Que se habían creido estos voyeurs de la derrota? Que iba a ser tan sencillo? Los hielos repicaban nerviosos, como si intentasen escapar de la muerte segura que le esperaba en la copa que los aprisionaba. El que parecía el mas mayor de todos se sumó al del traje negro, la mirada ya era inquisitiva. O paras o te ponemos en el lugar del gilipollas éste. Trago largo. Copa en la mesilla. Adelante con el espectáculo.

Chas. Una más Thadeus, una más. La decepción asomaba en los rostros de tan ilustre público. La sonrisa de Thadeus se convirtió en desafiante. Estaba venciendo en la partida de su vida ante una gente con la que no podría competir en otra cosa. Por una vez el peso de la derrota y va a ser para otros, puesto que, tal como iban las cosas, su suerte había cambiado. Por una vez ya no era un don nadie, el descarriado del hijo de la del tercero, el tunante de las partidas, no, por una vez el era el protagonista de su propia película. Y Thadeus lo pensó, y vaya si lo pensó. No hay dos sin tres se dijo. Pero a la tercera va la vencida.


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