El avatar y la música 2/2

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Entonces sucedió lo inesperado. En un cóctel literario musicológico, Norman conoció a una bella flautista venezolana que lo invitó coquetamente a bailar, (la orquesta tocaba un vals de Strauss) sólo para después decirle que todo lo que había escrito en su libro eran mentiras y fantasías de una mente afiebrada, o aún peor, ávida de fama y de fortuna. La bella flautista prefería, obviamente, a los lunáticos más que a los charlatanes. Norman, descolocado, esbozó una sonrisa mecánica y dejó de bailar, con la firme intención de emprender la retirada. Pero ella lo retuvo, dulcificó su actitud como por arte de magia y le pidió disculpas. En realidad no había querido ser grosera. El musicólogo se sintió atraído por la increíble belleza de aquella mujer.

 

Como consecuencia de este encuentro, Norman fue introducido formalmente a un extraño círculo de personas que se reunían en un determinado lugar, para celebrar lo que ellos llamaban “oficios.” Con su infalible arte de seducción, la flautista lo condujo hasta allí y le presentó a un venerable anciano de aspecto impresionante.  Luego ella lo dejó a solas con el anciano, quien, sin preámbulos de cortesía, comenzó a hablar. Para sorpresa de Norman, el venerable anciano lo regañó duramente por haber publicado su libro, un libro lleno de mentiras y falsedades. Norman quiso defenderse, pero el anciano le hizo un gesto para que guardara silencio, y adoptó un tono más amable. Su repentino cambio de humor fue idéntico al que había tenido un rato atrás la bella flautista. Luego de un silencio tenso y controlado, el anciano le explicó que el célebre violinista, su amigo, había sido un Gran Adepto y un Avatar, es decir, alguien que podía morir y reencarnar a voluntad. Su muerte era parte de un plan maestro que el propio músico había elaborado. El anciano le aseguró que el violinista, en este momento, había reencarnado en un cuerpo adulto recién fallecido.

 

“Deberá luchar un mes con el cuerpo hasta domarlo y renovar sus células.”

 

Norman, que a esta altura estaba convencido de haber caído en un peligroso nido de orates, respondió mecánicamente que un mes no alcanza para renovar las células del cuerpo.

 

“Él puede hacer en un mes lo que otros en siete años.” – fue la seca respuesta del anciano.

“¿Para qué me cuenta todo esto? En realidad no me importa.”

“Eso es secundario. Él era su amigo ¿no lo recuerda?”

“Así es”- respondió Norman – “lástima que no esté aquí para corroborar su historia.”

“Espere, él está aquí ahora. ¡Pero no podrá reconocerlo!”

 

Norman se sobresalta al escuchar estas palabras. Siente que la sangre se hiela al interior de sus venas. “¿Cómo que está aquí?” Norman oye que alguien entra a la sala y vuelve la cabeza para mirar. Algo extraño: alcanzó a percibir la desaparición del anciano, pero no hubo reacción conciente de su parte. Una bella mujer de rasgos orientales se acerca con cautela, sonriendo. Norman comprende de inmediato que esta mujer había sido su amigo el violinista. Lo sabe por la mirada, por los gestos, por la postura corporal. Sin embargo, ella es al mismo tiempo tan distinta. Su mente y su sentido común comienzan a resistir, y en un instante tiene tanto miedo, que está a punto de echar a correr como un cobarde.

 

“No sabes lo difícil que es para mí” - le dice la muchacha – “mis recuerdos se borran y ya pronto seré otra cosa.”

“¿En verdad eres tú? ¿Cómo es posible?”

Norman piensa que esto no puede ser más que obra del demonio. Se siente asqueado.

“No seas ingenuo” – le dice ella – “todo esto estaba previsto desde el principio.”

“Dime la verdad: ¿quién eres?”

“Llámame Lidia, si quieres. Te muestro mi documentación. Puedes ir al registro civil y constatar mi muerte hace exactamente 72 horas.”

 

Norman comprende de pronto que lo que ella dice es verdad. No es necesario ir al registro civil o a la morgue para convencerse. Lo que Norman desea ahora era borrarse de forma instantánea, salirse de esta pesadilla. Ver aquella hermosa chica y reconocer en ella a su amigo el violinista le produce una especie de morbosa repulsión.

 

“Todo esto lo hago con el fin de lograr un objetivo” – le dice ella con voz muy suave. “Aunque no soy yo completamente, tampoco soy el violinista muerto hace poco. No tengo un yo. Soy algo más: un avatar ¿me entiendes? Y te aseguro que este avatar es un músico maravilloso.”

“¿Entonces el objetivo que quieres lograr tiene que ver con la música?” – le pregunta el musicólogo, sobreponiéndose al temor y la repugnancia.

“Puede decirse que sí, Norman, si usamos el concepto de música de manera más amplia, la música adquiere un poder aún desconocido en el mundo.”

“Estas hablando metafóricamente.”

“Te equivocas, no es metafórico, es literal. ¿Siempre crees tener la razón? ¿No eres capaz de ver tus errores? Te equivocaste al escribir tu libro. Esta lleno de absurdos y mentiras fáciles. ¿Te das cuenta? Ahora deberás quedarte con nosotros para pagar tu error.”

 

El musicólogo empieza a repasar mentalmente los capítulos de su libro. Sabe que está mal escrito, pero siente que su teoría es justa. La música puede matar. ¿Puede matar a una persona? Sí. ¿Puede matar a diez, a cien personas? Sí de nuevo. Un frío sudor recorre la espalda de Norman, que empieza a sospechar lo peor. La música puede matar a millones de personas. ¿Por qué alguien querría matar a millones de personas?

 

“¿Te das cuenta? Ahora deberás quedarte con nosotros para pagar tu error.” Al oír estas últimas palabras Norman siente pánico, conciente del peligro, teme que sus nervios le jueguen una mala pasada. Mira de reojo a su derecha, donde hay una puerta (cerrada,) y en un segundo comprende, con todos sus músculos y nervios, que debe huir de ese lugar, que lo único importante es no dejarse probar en sí mismo la veracidad de su infame teoría, que lo único importante ahora es salir de ahí como sea, ojala lo más rápidamente posible. 


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