EL TRIPI, LA RUSA Y EL PIE DE LA RUSA (parte 3)

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Aparecieron en el andén tres señoras rusas (sé que lo eran por la pequeña guía que consultaban).  De cuarenta y cinco para arriba, altas, elegantísimas, hermosas y sofocadas por el calor.  Se sentaron a unos metros de nosotros y una empezó a quejarse de que le dolían los pies (yo no entiendo ruso, pero ponía cara de dolor mientras se los tocaba, y si estaban recorriendo los sitios emblemáticos, no hay que ser muy listo para atar cabos).  No podía dejar de mirarla, era guapísima, con la piel blanca propia de su región y el rosado subido por las altas temperaturas.  Llevaba el pelo corto, teñido de rojo pero muy natural.  Ojos verdes...  Guapísima.  Vestía un traje de chaqueta blanco con finas rayas negras atravesándolo verticalmente.  Las gotas de sudor le brotaban de la cara, el cuello, el pecho...  Nosotros y ellas intercambiamos miradas y saludos de cortesía.

-Mirá las veteranas, qué lindas- dijo L. por lo bajini, mientras les sonreía.  Ellas nos hicieron gestos para indicarnos que estaban cansadísimas y aturdidas por el calor.  Dios, qué mujeres.  Y, de repente, la pelirroja lo hizo: cruzó la pierna izquierda sobre la derecha, remangó la pernera, tiró de la cremallera que recorría la altísima caña de su bota negra y, con sumo cuidado, la sujetó por la punta con la mano izquierda y por el imposible tacón con la derecha para liberar, al fin, su mortificado pie, envuelto en una media, negra también, que se me antojó la prenda con más suerte del mundo.
¡¡¡DIOSSSSSSSSSSSSSS!!!  Sentí que me moría.  El aroma de su pie vino arrastrado por la corriente del túnel, tentó a mi nariz, rodeó mi cuello, acarició mis pechos y se deslizó hasta mis muslos, sorteando la minifalda vaquera, las bragas, y consiguiendo que me mojara en cuestión de segundos.  Me levanté. -¿Qué hacés? -Voy a darle un masaje. -¿Qué?
Le indiqué mediante gestos que si me permitía masajearla.  Ellas flipaban, pero la pelirroja no se negó.  Clavé la rodilla izquierda en el suelo y dejé la otra pierna flexionada para poder acomodar ahí su pie.  Lo agarré suavemente.  Estaba caliente, muy caliente.  El contacto de la media negra con las yemas de mis dedos fue pura electricidad.  Los cinco estábamos callados, expectantes, el ambiente era tenso, pero no una tensión incómoda.  Mi minifalda se recogía hacia arriba y sé que se me veían las bragas, sé que ella las miraba, y también que me miraba a por encima del escote las tetas, apretadas por la postura de los brazos.  A través de las mínimas perforaciones de la tela de las medias se escapaba la esencia de su pie, un olor dulce y húmedo, olor a sexo.  Era fascinante.  Yo estaba hipnotizada, masajeándola, sin apartar la vista de sus perfectos dedos con las uñas pintadas de rojo.  Se relajó, acomodó la espalda en la pared, alzó la cabeza, cerró los ojos y empezó a emitir tímidos gemidos de placer.  BRRRRRRRRRRRRR, ME PUSE BERRACAAAAA.  Me daba igual que me estuvieran observando, acerqué un poco más mi cara, quería sentirlo cerca, quería saborear ese olor que me estaba enloqueciendo, quería lamerle el pie desde el talón hasta los dedos, metérmelo en la boca, mordisquearlo, pasármelo por la cara...  Quería desnudarla ahí mismo y descubrir su cuerpo de mujer madura, tibio, relajado, hermoso, experimentado...  Quería comérmela entera, chuparla, sorberla...
¡¡¡¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!  "Mierda, el metro".  El puto metro me arrancó literalmente del paraíso.  Todos nos sobresaltamos, parecía que hubieran pasado horas.  Y ella parecía que había sentido todo lo que yo deseé, lucía satisfecha.  Se colocó la bota como avergonzada, como si supiera lo que había pasado entre ambas en mi cabeza, como si todos lo supieran.  Sé que entré, me senté y, cuando quise darme cuenta, se estaban bajando en la siguiente parada.  
No dejé de olerme las manos en todo el día, esperando en vano que volviera.  La verdad, sigo esperándola...

www.confesionesdeunapervertida.com



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