Mano Negra. - Capítulo 4

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La persona de atrás se adelantó un poco más y dijo:
- Por fin te encuentro. Eres casi invisible en la ciudad, ¿eh?

Will se dió la vuelta y pudo comprobar que esa voz tan familiar era de su antiguo casero. Este se mostraba con cara de pocos amigos y con ganas de bronca.
- ¿Se puede saber qué coño haces aquí? -preguntó el casero a Will-.
- ¿También me vas a echar de aquí o es que acabas de comprar el mirador? -dijo irónico Will-.
- Si te he hecho una pregunta es para que me la respondas imbécil.
- Oye, que yo no te he faltado y si no te quiero contestar soy libre de hacerlo.
- ¿Ah sí? ¿Eres también libre de entrar en las casas ajenas y robar lo que no es tuyo?

Justo en ese momento, Will comenzó a cabrearse, sin embargo, el casero sin dejarlo hablar prosiguió el con su "sermón".
- ¿Tú que te crees que yo soy gilipollas?
- Hombre...-interrumpió Will-.
- Ja ja ja, qué graciosito estás. Te voy a quitar la tontería de un guantazo que lo sepas.
- Oh, que susto me das.
- Sí, tú riete, que cuando te deje KO ya me dirás quien se está riendo.
- Ya bueno sí, lo que tu digas. ¿A qué has venido aquí? ¿Me echabas de menos o es que tus amantes no te dan lo que quieres y vienes a que te de lo tuyo?
- Esto sí que no lo consiento, yo soy libre de hacer lo que quiero y a ti no te importa lo que haga o deje de hacer.

- Lo mismo digo,-contestó Will-.
- ¿Perdona? ¿De qué me estás hablando?
- Tú antes me has acusado de que entro en casas robando, ¿y a tí qué? A ti no te he quitado nada. 
- ¿Y esa ropa que llevas puesta?
- Disculpe señor casero pero esta ropa es mía y usted se la apropió. Lo único que hice fue entrar en la casa, ducharme, asearme y coger lo que era mío. 
- Una vez que te eché, todo lo que estaba ahí me pertenecía. Es lo justo.

- ¿Justo? ¿Me vas a hablar TÚ de justicia? Perdona que me ría. Lo que no es justo es que, sabiendo que gano poco dinero y que no tengo otro sitio a donde ir porque no tengo más familia que yo mismo, vengas y me eches del piso para tu tener otra cama calentito porque con tu mujer no te va bien. Pues perdona, con todo el dinero que tienes, porque decorar la casa no te ha salido por la cara, podrías haberte comprado o alquilado una. Que eres un mierda.
- ¿Has terminado o vas a seguir diciendo tonterías?
- Sí, he terminado. Y si no te importa y aunque no te de igual, me voy a mi casa. Uy, es verdad, que un cerdo con aspecto de humano me ha quitado la casa.
- Oye, tú no vas a ninguna parte, no he terminado contigo.

- No, yo voy a ir a donde me plazca porque para eso tenemos la declaración de los derechos humanos y ahí especifica que cada ser humano es libre de hacer lo que quiere dentro de la legalidad y como ser vagabundo no es ilegal, pues adios. Me largo de aquí.
- Jajaja, me sorprende que sepas todo eso. ¿Te ha costado mucho estudiarte lo que ibas a decir?
- No, lo que me sorprende es que hayas podido venir aquí con toda esa cara dura que tienes para venir a reprocharme ¿el qué? ¿que coja mi propia ropa de mi antigua casa? Valiente tío estás hecho.
- Pues he venido sí, y me da igual que me eches en cara todo lo que quieras pero yo he venido aquí a dejarte las cosas claras y por lo que veo todavía te falta un baño de humildad, que por lo que veo, no te dieron tus padres a su tiempo, oh, es verdad, que se mataron porque NO PODÍAN VIVIR CON UN HIJO COMO TÚ.

En ese punto, Will no pudo controlarse porque le tocó el tema intocable, su familia. Que se metiera con el le daba igual, pero que metiera a sus difuntos padres que no tenían la culpa de que un imbécil, por decirlo suavemente, viniera y dijera esa sarta de mentiras, era lo último. Sin mediar palabra, Will cerró su puño y le dio un puñetazo en la cara.

El casero no se quedó quieto y prosiguió los ataques de Will, formándose una gran pelea.

Dado que el sitio era el mirador y de que la pelea no estaba muy bien situada, cualquier movimiento tenía una gran importancia. Cada vez más se estaban acercando a la valla y eso no era moco de pavo.

En eso Will, ya cansado y sacando fuerzas de flaqueza, echó su cuerpo atrás y con sus manos y su pie derecho, desde el suelo, empujó al casero. Sin saber lo que pasaba, escuchó un grito enorme...

Levantándose como podía, vio que el casero no estaba y que, para su desgracia, la valla estaba rota. Will se asomó despacio y pudo comprobar con sus propios ojos que, a los pies de la montaña se encontraba el cuerpo de su contrincante.

La altura era más que considerable y con la caída, lo más seguro es que no hubiera sobrevivido. Will, con la mente en blanco, miraba hacia abajo y hacia el frente, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Finalmente, una ráfaga de lucidez entró en su cabeza y decidió bajar para comprobar si estaba vivo o muerto.

Bajó lo más rápido que pudo y 5 minutos más tarde comprobó que era cierto, el casero estaba muerto y él había sido el causante. No sabía lo que hacer. Era un ladróncuelo de poca monta, pero lo que nunca había sido era un asesino. Esa idea le atormentaba mientras que, frente al cuerpo sin vida de este hombre, estaba Will pensando en lo que iba a hacer.


Cerca de donde estaban, como a unos 10 minutos, conocía un lugar que estaba muy poco transitado y este era: La Cascada.

Will cargó con el cuerpo del fallecido y tras pedirle perdón, lo tiró por encima de la valla junto con unas cuantas piedras gruesas cayendo en picado al final de la cascada.

La ciudad de Nueva York, ajena a todo esto, seguía su ritmo natural. Sin embargo y a contra coriente de todos, estaba un chico, Will Hudson, que se sentía atormentado por un hecho que había cometido. Pero ya estaba hecho y no había retorno. Hubiera preferido mil veces que hubiera muerto él a este hombre, porque sería lo que sería, pero era un hombre casado y tenía familia. ¿El que tenía? ¿5 dólares en un bolsillo y un par de horquillas del pelo para robar?


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