El cigarro entre los labios

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Estaba harto de su aire de superioridad moral, de sus opiniones elevadas sobre el espíritu humano, de sus chi kunes, de su imaginativo ying,  ecuanimidad, emociones positivas, mantras y vida equilibrada. Había intentado follar con ella hablándole de Tantra y otras ocurrencias, pero sus apetencias sexuales eran tan espirituales que fluían en un mundo inaccesible para mí.

                Entré en su casa para devolverle el libro que me había dejado. Teníamos ciertos intereses y aspectos en común, la apreciaba, pero su inocencia y credulidad me descomponían. El olor del incienso penetró a través de mi nariz al hacer los primeros pasos en el interior del piso. Entramos en el acogedor salón iluminado, como siempre, con flameantes velas. Me dejé caer despreocupadamente sobre los cojines que había desparramados por la alfombra, mientras ella iba a la cocina. Al cabo de un rato regresó con una bandeja que contenía el té verde de rigor enriquecido con frutas silvestres de no sé qué lejano bosque. La dejó sobre una mesita. Después de unos sorbos, saqué un cigarro electrónico, activé el mecanismo y di una calada.

                Nunca te había visto fumar esto -dijo

                No, me lo dio ayer Mary -contesté. Lo he probado, no está mal.

                Mary era su mejor amiga. Botánica, psicóloga, naturópata y echadora de cartas. Conocía las propiedades medicinales de todas las plantas, hacía ungüentos y productos curativos que vendía en un establecimiento. Todo lo que decía Mary era norma, canon y dogma de fe para ella.

                Ahora hace preparados milagrosos en forma de cargas para cigarrillos electrónicos. Me echó las cartas y me dio el cigarrillo –dije riendo mientras servía dos chupitos de licor de melocotón. Ella me arrebató el artilugio vaporizante y comenzó a inhalar con mucha concentración.

                ¡No te rías de ella! ¿Qué te dijo?

                Insensateces. Mejor no repetirlas.

                ¿Qué te dijo? -insistió.

                Que había cargado el cigarrillo con un composición de productos naturales de su invención que era afrodisíaca y que la fumara contigo ¡Afrodisíaca, está como una cabra! Ella me miraba fijamente, con cara de mala uva, echando vapor dulzón por la boca.

                ¿Por qué conmigo?

                Se empeñó en echarme las cartas. Después de hacerlo me dijo que tú y yo teníamos queee..., unir nuestra energía sexual o se producirían graves consecuencias para los dos. Eché una sonora carcajada.

                ¡Quieres dejar de reír, esto es serio!

                Perdona, pero ya sabes que yo paso de estas cosas.

                Volví a llenar los vasos de licor. Ella seguía con el cigarrillo en sus labios. Aspiró profundamente y exhaló una larga bocanada con la mirada clavada en mis ojos, tendida sobre los cojines. Esto empieza a hacer efecto -susurró melosamente. Con una mano acariciaba sus senos, mientras con la punta de la lengua humedecía la comisura de los labios. Me acerqué a ella, cara a cara, cogí el cigarrillo, inserté la punta en mi boca, chupé y junté mis labios con los suyos. Una nube de vapor envolvió nuestro beso prolongado, profundo, húmedo, perfumado. Nos revolcamos firmemente abrazados, acariciándonos, apretando nuestros cuerpos, con las lenguas enlazadas. Me separé de ella, la despojé de su camiseta y sujetador dejando sus tetas al descubierto. Sus aureolas amplias y oscuras destacaban sobre la piel clara. Deslicé la lengua por todo el contorno circular. Los pezones se endurecieron como diamantes. Los chupeteé como un bebé que se pega a su madre cuando lo amamanta, mientras ella cogía mi cabeza y la presionaba contra su pecho. Lamí y acaricié las mamas hasta que enrojecieron. Me desnudé y le quité la falda, medias y bragas. Nos colocamos en posición de 69, yo, debajo, con su coño abierto, descarnado, frente a mi cara, ella, arriba, inclinada sobre mi verga erecta y dura, que agarraba y apretaba con una mano tirando la piel hacia abajo para hinchar y besar el glande. El intenso calor y el penetrante olor de su almeja impregnaban mi cara. Separando las nalgas, pegué mi lengua a su culo rozando el esfínter, que iba contrayéndose y dilatándose alternamente a medida que se intensificaba la humedad y la presión de los lametones. Desde ahí fui recorriendo concienzudamente todos los recovecos que hallaba a mi paso hasta su clítoris encapuchado, que succioné descapullándolo. Tenía mis labios hinchados y la cara completamente mojada, pringosa. Ella se comía mi polla con voracidad. La metía hasta la garganta, la mamaba, la babeaba y mordisqueaba. Movíamos nuestras cabezas sin descanso, rápida, mecánica, frenéticamente, hasta que nos corrimos.

                Tras recuperar el aliento, se sentó sobre un cojín con las piernas dobladas y se puso a meditar. No me lo podía creer. La dejé con su mantra y me puse a fumar el cigarrillo electrónico. Después de unos minutos hice sonar suavemente un cuenco de bronce que había sobre la mesita y abrió los ojos. Estaba completamente relajada, en paz. Me sonrió cariñosamente. La besé con ternura, coloqué el cigarrillo en sus labios y un condón en mi miembro. La estiré en el suelo, levanté sus piernas apoyando las pantorrillas sobre mis hombros y clavé el pene hasta el fondo. Mis caderas se movían rápidamente, los huevos golpeaban su culo, la polla corría aceleradamente dentro de la vagina. Ella contragolpeaba moviendo también sus caderas, con el cigarrillo en la boca, exhalando rápidas bocanadas, como la chimenea de un tren a vapor, con las tetas rebotando de un lado a otro, las mejillas rosadas, calientes, hormigueantes, hiriendo con las uñas mis pectorales, los ojos brillantes, desorbitados, los músculos temblorosos, sudorosa, febril. Le cayó el cigarrillo de la boca y lo aparté hacia un lado. Apresuradamente, separó las piernas y me rodeó con ellas doblándolas sobre la espalda. Arañando mis costados se agarraba a mí, me atraía hacia ella, empujaba su pelvis contra la mía. Quería penetrar en mí, a pesar de que yo estaba dentro de ella. Deseé tenerla en mi interior, en lo más profundo. Chupé sus labios, su barbilla, el cuello, para tragármela entera. Sí, sí -suspiró. Comenzó a moverse sin control y a respirar entrecortadamente. De inmediato puse en marcha mis caderas a gran velocidad. Nuestros cuerpos chocaban con fuerza. Se oía el chasquido de cada entrada y salida de la polla empapada por los flujos vaginales. Jadeábamos al unísono, envueltos por una energía que fluía entre ambos y nos unía en un solo cuerpo, una única mente, un deseo, un aliento. Un fuego vibrante emergió de nuestras entrañas y atravesó las médulas golpeándonos con fuerza el cerebro en una descarga eléctrica que desató un frenesí delirante y abrasador hasta dejarnos tendidos, exhaustos, uno al lado del otro, en completo silencio.

                Al día siguiente, fue a ver a Mary, que la recibió con jovialidad. Se dieron un beso y comenzaron a charlar animadamente.

                Gracias, Mary, fue fantástico.

                Gracias, ¿por qué?

                Ayer estuve con Carlos y me contó que le habías echado las cartas. Trajo tu cigarrillo afrodisíaco.

                ¿Cómo? ¿Qué cigarrillo? Hace semanas que no veo a Carlos.

                Se quedó paralizada, boquiabierta ¡Será cabrón!

                ¿Qué ocurre? -preguntó Mary.

                Se lo contó todo. Las dos se miraban fijamente. Tras unos instantes de silencio, estallaron al unísono en una risotada.


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