Ceniza de un mediocre

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Dicen que soy veneno. Pero desde que los dedos del que me fumaba me sacudieron y caí sentí morirme consumida por el mismísimo aire. Y, hasta donde yo creía, el veneno no puede morir.

  Estoy en un tejado y mañana ya no quedará nada de mí. El fuego, que fue mi claustro materno, me hizo nacer ceniza y la sensación del desprendimiento es indescriptible. Sensación de frío helado, y luego la muerte lenta por acción del viento y del sol, desprendiéndome en pedazos, que finalmente se desintegran y se convierten en inanimado polvo.

  ¡Oh, qué existencia la mía! Podría haber sido ceniza de un escritor frustrado, o de un poeta en plena oración, o haber caído bajo el lecho de dos enamorados. Pero no; tenía que fumarme un mediocre solitario, mal parado en la cornisa de su cuarto, de la que jamás saltará porque es un cobarde.

  Si es verdad que soy veneno, morirá de todos modos; tal vez de forma muy similar a la mía.


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