Fobia

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   Ver una aguja hipodérmica y caerme al suelo es todo en uno. Lo siento, pero es superior a mí.

   A la hora de hacerme un análisis de sangre tengo que imaginarme que la señorita que me extrae la sangre está como Dios la trajo al mundo, o sea, en pelotas. Aún así, el suelo es mi mejor amigo en cuanto la señorita deja de martirizarme.

   Ya sabéis que al salir de la sala de los vampiros, como la llamo yo, hay que apretar la zona agujereada durante cinco minutos para que no te salga un hematoma que te dura por lo menos una semana. Pues bien, yo no duro allí ese mencionado tiempo porque, si lo hago, tengo que entrar de nuevo para acostarme en una camilla. No sé qué costumbre más rara tiene la gente de hablar sobre cómo ha pinchado la señorita, que si ha movido la aguja mientras la tenía dentro, que si no se ha apretado bien el brazo y le “ha salido un chorro de sangre” (literalmente), etc.

   Bueno, ahora estoy más tranquilo. Eso de ponerme a escribir en cuanto salgo de allí hace que mi corazón se calme. Eso sí, no voy a repasar el escrito (ya sabéis, acentos, ortografía, etc) porque,  si lo hago, otra vez estaré en el suelo.  


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