Clovius en Yusímedes Parte 2/2

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Aquí estoy, bajando del transporte y mirando el paisaje. Había claros y oscuros por doquier, lo que dificultaba entender lo que estaba pasando alrededor, era una especie de ceguera galáctica causada por el paisaje. La vista no se acomodaba bien, puesto que se veían chisporroteos y saltos de criaturas por todas partes. De repente un animalejo se me presentó, sus ojos verdes reluciendo en la oscuridad. Entonces vino un relámpago, y yo enceguecido apenas pude ver cómo saltaba detrás de un arbusto. Saqué la pistola de rayos y disparé inmisericordemente, arriba y abajo, a derecha y a izquierda, desperdiciaba mucha munición pero eso no importaba, porque siempre acertaba. Al acercarme noté que el dichoso arbusto era un hongo gigantesco que olía a fango, petróleo o no sé que cosa. Estoy acostumbrado a estos extraños hongos, aunque se trataba de uno muy peculiar, puesto que era azul y con bolitas rojas, de hecho, se podría decir que era hermoso, a pesar de su fétido olor. Del animalejo sólo encontré unos restos, parecidos a una madeja de pelos, con un líquido verde en lugar de sangre. Me dirigí al vehículo puesto que no era sano exponerse más en esta endiablada jungla.

Me entretuve con el trabajo de limpieza y me olvidé de todo lo que ocurría alrededor. Estaba quitando los pedazos de vegetación de las ruedas, a punto de terminar la odiosa tarea. De repente vino ese repugnante miedo y me acordé de la leyenda. Era como un dolor punzante en la espalda, para no hablar del dolor de cabeza y el silbido en los oídos. Seguí trabajando sin hacer caso, pero la sensación era cada vez peor. Yo soy valiente, así que terminé el trabajo y me dispuse a salir de debajo de las ruedas para ver qué diablos pasaba. Por supuesto, no había nada, era sólo mi imaginación. Simplemente subí al tanque de guerra y seguí avanzando.

Pero aquí los problemas apenas comenzaban. El maldito gordo estaba despierto, no sé porqué y yo veía su cara por el retrovisor. Me molestaba cuando estaba roncando, pero esta vez era peor verlo ahí despierto, porque sus ojos no eran normales. Seguí observándolo por el retrovisor analizando la cara espantosa que traía. Los labios le temblaban y su color no pintaba muy bien. También se movía en exceso y hacía ruidos como de esponja.

Seguí adelante como buen profesional, pero la cosa se ponía cada vez peor. El gordo temblaba más y hacía más ruidos. Ahora parecía hablar un idioma extraño, y sus saltos habían aumentado. Además empezó a lanzar gases de forma continua.

Tranquilo, me dije a mí mismo, que ya pronto acaba esto. Faltaban 15 minutos para llegar cuando un rayo chirriante cayó iluminando toda la cabina y fue entonces que lo vi realmente. El gordito tenía una cara casi verdosa y los ojos estaban desorbitados, se quejaba constantemente. Yo seguí adelante puesto que ya estábamos cerca.

Pero ustedes ya saben cómo es el miedo. Se me empezó a meter por la espalda, y aumentaba con cada maldito rayo. Seguía viendo al gordito por el retrovisor y éste empeoraba cada vez más. Yo aumentaba mi ansiedad mientras caíamos más y más en hoyos cada vez más grandes, y la tormenta empeoraba. De pronto, era rayo tras rayo y la cara de mi compañero con aspecto casi de muerte. Y yo con mi miedo, porque me estaba acordando del condenado Clovius, a lo mejor se había metido a la cabina aprovechando que no dejé con llave la puerta, aunque nunca había oido de un Clovius capaz de abrir una puerta puesto que se suponía que eran de lo más inútiles, sólo servían para matar de miedo a la gente y hacer que sus cerebros explotaran.

El gordito me empezó a picotear la espalda porque me quería decir algo. Eso aumentó mi miedo. Vino un rayo como no lo había visto nunca, y la cara de espanto de mi compañero en el retrovisor me reveló la verdad. A éste ya lo había poseido el pinche Clovius sin duda, y quién sabe si no vendría ahora por mí. No lo pensé mucho, duro y rudo es el vaquero espacial. Me lancé sobre él y le metí el cuchillo hasta el fondo, acertando de inmediato en donde más le dolía. Unos cuantos gritillos más y mi compañero dejó de existir y de molestar. Mi miedo disminuyó mucho una vez que acabé con mi compañero. Creo que me excedí un poco de violencia porque dejé residuos por toda la cabina, pero así son las cosas en el espacio y nadie se espanta por ello. Ahora sí, todo en orden pensé, ya tendría alguna forma de explicarle a los jefes lo que había pasado: el tipo se había vuelto loco, y no tuve otra alternativa que matarlo después de un altercado. Por eso me apresuré a rasgarme un poquito el traje, alborotarme el cabello, y hacerme unas heridillas en la cara para dar la impresión de haber estado en una pelea.

La cosa es que llegamos a nuestro destino. Uno vivo y el otro muerto, pero al fin llegamos. Mis compañeros me recibieron en la base con mucha algarabía. Todo iba bien hasta que se fijaron en el asiento trasero. Entonces se me quedaron mirando atónitos.

Me preguntaron por mi compañero y dije lo que tenía planeado decir, pero su cara de asombro no se quitaba. Oye amigo me decían, es que no sabes lo que has hecho. Pero cómo, les dije, si sólo fue un accidente. Por fin, me convencieron de que me asomara a la cabina y me di cuenta de lo que había pasado, lo que estaba ahí atrás no era el gordito, era una masa informe y maloliente, llena de garras y erupciones verdosas y ámbar, para no hablar de sus terribles dientes. De los ojos no quedaba nada, si es que los había tenido.

De mi compañero no se supo más nada, pero yo había matado al maldito Clovius. Pronto se supo que era una entidad terrible, capaz de poseer psicológicamente a sus víctimas y de mimetizarse en sus cuerpos. Yo fui el primer hombre que mató a uno de ellos, por esta hazaña recibí los más grandes honores en el planeta original.

Sin embargo, ahora se sabe que hay miles de Clovius en el espacio esperando por un descuido nuestro. Son una raza infernal con el único aparente objetivo de deshacerse de las demás formas de vida y establecer allí puestos de dominio. Quién sabe qué otros planes tengan puesto que últimamente se habla de que son muy inteligentes, están estableciendo toda una red de control alrededor nuestro. Yo pienso que estamos inmersos en una guerra de razas espaciales que dejará a todas las demás conflagraciones históricas en el olvido. Ojalá que esta lectura no lo haga desistir de su próximo viaje a Marte, adonde corre el rumor de que hay muchos Clovius. Al fin, quién sabe cuántas otras cosas horribles ronden por allá, en la negrura del espacio.


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