AQUEL CAFÉ

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El aroma del denso café, embriagando toda la estancia, volvió a llevar a la mente del viejo cura retales de memoria con los que compuso, una vez más, el rostro de aquella mujer. El viejo padre Genaro, sentado en su recio asiento de piedra, tomando su ineludible café tras la ingesta matutina, volvió a recordar a Julia. 

Aquella lejana mañana de frío intenso en la estación, de amor nervioso y de insipiente desconfianza. La mañana en que ella comenzó un viaje: En la que su amor comenzó un viaje. 

Cuántas veces había rememorado aquel lunes del mes de abril cincuenta años atrás. En el silencio de las primeras horas de la mañana. Tantas como días habían trascurrido desde entonces. Tantas como su corazón acudiera hasta sus brazos en busca de amor, de ese amor que sólo se siente una vez en la vida. Ese amor que invade el cuerpo, enajenando la mente, controlando la voluntad. Ese amor que se marchó aquella clara mañana sin cerrar el ciclo propio necesario para seguir viviendo. 

Y aún así intentó vivir, intentó comprender y admitir, que las personas tienen mundos propios, incluso, otros muchos por descubrir, nunca olvidando los primeros. Aferrándose, ingenuamente, al ¿qué hubiera sucedido si?… 

Y, como cada mañana, aquel intenso olor lo transportaba hasta aquella decisión. Entre bultos y raídas maletas. Aquel momento de duda y de certidumbre al mismo tiempo. Duda al pensar como vivir sin aquello que controlaba todas sus decisiones, sus emociones y que ya había registrado en su corazón para el resto de su vida. Y de la certeza de que aquel autobús se llevaría todo lo que anhelaba hasta entonces. La evidencia de que en el instante en que el motor gestionara el empuje de las ruedas llevándose lo que más quería, ya nada sería igual.

Y en la confianza absoluta de saber que tenía que empezar de cero. Partir de nuevo hacía un vacío camino del que nunca tuvo, ni abrigó, conocimiento alguno….  sólo. 

Y aunque encontrara una nueva vida, por supuesto, nadie muere de amor,  su corazón seguiría abierto, no se puede guardar de nuevo lo que lo que tanto le dio, imposibilitando cualquier marcha atrás. 

Y lo abrió a la fe, en el convencimiento de no dar su corazón a nadie en particular, pero a todos por igual, a todos los que pudiera, ese corazón que ya tenía nombre de mujer. 

De la mujer que, el corazón del viejo padre Genaro iba a volver a ver hoy. Tras cinco décadas, aún manteniendo su calor guardado ese espacio infinito para ella, para la mujer que decidió marchar antes de aguantar. Antes que doblegar sus pensamientos ante la coacción de ideales, antes que sufrir, sin un lugar libre para amar en libertad, no queriendo alimentar con sus hijos las hogueras de la imposición, aquella fría mañana, tras aquel ineludible café, que ninguno de los dos olvidó nunca.

 


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