Luz

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La biblioteca del colegio es un lugar oscuro y frío. Es, quizá,  el habitáculo más inhóspito del centro, pero el más tranquilo. La mayor parte de la luz que tiene es artificial. Sus ventanas son pequeñas y muy altas, pero todas a patios interiores. Sólo un par de ellas dan a la calle. Y aquí estoy, sola, escuchando el incansable sonido de la resistencia de fluorescente que hay sobre mi mesa. Huele a manido y cerrado. Un frio me recorre la espalda como si alguien pasara sobre ella una mano helada. Preparo una clase que no quiero dar y odio perder mi tiempo encerrada aquí. Miro por la pequeña ventana. En la plazoleta de enfrente, un banco esta bañado de sol. Me encantaría poder sentarme ahí. Disfrutar de ese calor en las maderas del banco y del sol en mi cuerpo. Intento concentrarme en mi trabajo. Mi responsabilidad me mantiene aquí, ata mi cuerpo a la silla. Mi mente se ha ido hace rato. No se donde estará. Y sigo sentada dejando escapar los minutos. Pienso en mil cosas y en nada a la vez. Abro y cierro ventanas del ordenador buscando información,  mejorar la clase de hoy. Pero no. Es inútil. Un rayo de sol se cuela por la ventana e incide en una mesa en la que no estoy. Me ruedo, me acerco y acarició el haz de luz con la mano. No se quien acaricia a quien. Me siento justo en frente, dejando que me de en la cara, que su luz me ciegue. Me olvido de todo, del ordenador, de mi clase, del frio, incluso de ti. Se que este calor me reconfortará aunque sea poco y luego lo veré todo de otro color.

 


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