UN AMOR PASADO

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Querría que tú vinieras a casa una noche de invierno y, muy juntos tras los cristales empañados de una ventana, mirando la soledad de las calles oscuras y desiertas, recordásemos los inviernos que pasamos juntos ante el fuego de una chimenea, cuando vivíamos algo bonito.

Recorreremos con pasos temerosos los mismos caminos y sin saberlo, nos acercaremos uno al otro, observando la vida misteriosa que nos espera.

De nuevo nuestros corazones palpitarán juntos, jóvenes y locos, y nosotros, colmados de deseo y de ilusiones, moriremos de alegría.

¿Te acuerdas?

Cuando nos abrazábamos fuerte en la templada habitación de aquella vieja buhardilla, de aquella casa abandonada, y tú me sonreías confiada y me besabas acercándote cada vez más a mí. Tras aquella pequeña ventana que nos separaba del mundo, en las noches de invierno, la lluvia caía con fuerza sobre los techos de las casas. Permanecíamos allí, los dos, en silencio, perdiéndonos en fantasías secretas, quizá en sueños futuros que no queríamos compartir.

¿Te acuerdas?

Querría caminar contigo un día de primavera, por aquellos caminos arbolados que atravesaban las viejas periferias amarillentas del tiempo, donde las ramas de los árboles nos escondían del cielo aún gris y las hojas caen a nuestro alrededor cuando nos sentamos en un banco.

En esos sitios nacían a menudo, dentro de nosotros, pensamientos melancólicos pero grandes, donde los corazones unían a los que tanto se querían, a los que no podían vivir lejos uno del otro. Nacían, además, esperanzas que no se podían decir y quedaban dentro de nosotros durante todo el tiempo que estábamos juntos.

Nos cogíamos de las manos, diciéndonos cosas insensatas, estúpidas y locas pero verdaderas y absolutas para quien se amaba, hasta cuando se apagaban los faroles de los jardines y de las casas que nos rodeaban. Entonces escuchábamos ciertas voces que nos hablaban de historias y de aventuras nunca vividas.

¿Te acuerdas?

Querría también, riendo de las cosas más simples, andar contigo por un bosque solitario y explorar los caminos escondidos por el tiempo. Parar en un puente de madera y mirar el agua del río que pasa lenta y paciente, fresca y pura bajo nosotros, y escuchar entre las ramas altas de los árboles esas largas historias de amor sin fin que viajan llevada por el viento, de una punta a la otra del mundo.

Apoyados en la barandilla de madera del puente, hablar de nuestra historia, de lo que para nosotros es importante.

Locos de alegría, perseguirnos entre aquellos árboles hasta llegar delante de un gran prado, tumbarnos en la hierba alta que nos acoge en su lecho y, en el silencio, contemplar el abismo del cielo. Contar las nubes blancas que pasan lentas, mirar entusiasmados las cimas de las montañas que nos rodean, cubiertas de nieve en invierno, hasta perdernos en un largo y dulce beso de pasión donde nuestros labios se prometan amor eterno.

Querría también, abrazado a ti, atravesar las pequeñas calles de la ciudad, las menos conocidas, las menos frecuentadas, cuando el sol se pone e ilumina con un reflejo rojo, amarillo y violeta las viejas casas coloniales, donde los fantasmas de la vida y del amor se persiguen y con soberbia o con desinterés como si formásemos parte de otro mundo, mirar las caras de la gente que, numerosa pasa junto a nosotros. Lucir juntos una luz repleta de alegría y de aquella profunda complicidad que nos une en una alianza indestructible y obliga a todos ellos a mirarnos, no por envidia o celos, sino sonriéndonos con aquel sentimiento de bondad dentro del corazón que entiende las debilidades del amor.

Ese tipo de amor que residía en mí cuando tú eras solo mía…

 Pero… No sé… Quizá…

 Quizá todas estas cosas que te he dicho hasta ahora son solo tonterías, fantasías, ilusiones de un loco que aún recuerda y nunca ha dejado de hacerlo.

Quizá tienes tú razón, cuando me dices que no presuma tanto de la vida y que sería estúpido intentarlo de nuevo.

Quizá tienes tú razón, cuando me dices que no conoces las fábulas y que no caminas por las avenidas arboladas, no entras en los bosques, no te sientas en los bancos rodeados por las hojas y tampoco caminas sola por la noche ni te tumbas en la hierba o te adormeces bajo las estrellas.

Quizás tienes tú razón, cuando me dices que te aburre a ver la lluvia caer sobre los tejados y permanecer sentada delante del fuego de una chimenea en las noches frías de invierno, escuchando una música dulce y suave que da alivio al alma.

Quizá tienes tú razón, cuando me dices que prefieres las luces, la muchedumbre, las amigas que ríen, los hombres que te miran y te piropean.

Quizá tienes tú razón, cuando me dices que si vinieras conmigo a pasear por las viejas callejuelas de la ciudad o por los caminos escondidos entre las montañas, te lamentarías del frío en invierno, del calor en verano, de la lluvia en otoño, del viento en primavera y mirarías alrededor sin entender y te pararías preocupada a examinar cuánta calle habremos recorrido, impacientes por volver atrás.

No me abrazarías, no me harías sentir exclusivo, importante, único. Por el contrario, me dirías palabras pobres y me hablarías dé argumentos que a mí no me interesan.

Y no seremos felices juntos ni siquiera por un instante, ya que tú, que estás hecha así, te lamentarías de todo y durante todo el tiempo.

No te darías cuenta de los fantasmas ni de los presentimientos que pasan, ni de los sueños que nacen, ni de las sensaciones que hacen latir el corazón, ni de las ingenuas ilusiones que hacen vivir de alegría el alma.

No oirías esa especie de música ni entenderías porqué la gente nos mira. Y no sabrías leer en sus ojos.

Pensarías en tu pobre mañana, hecha de cosas banales, y preferirías a mí, los piropos de quien no te amará nunca. Y yo, junto a ti, me sentiría aún más solo.

Quizá tienes tú razón, cuando me dices que debo entenderte porque eres distinta.

Pero al menos, eso sí, querría volverte a ver, sea como sea. Estar juntos y de cualquier modo encontrar de nuevo la alegría.

No importa si de día o de noche, en primavera o en invierno, en la ciudad o en el bosque, en una habitación o en la cima de una montaña, a mí me bastará tenerte cerca.

No te preocupes…no te hablaré, te lo prometo, de la lluvia, del viento, de los prados. Ni miraremos juntos el cielo, ni las nubes, ni echaré cuenta a los sentimientos que escondo dentro de mí. No te diré nada.

Renunciaré si quieres a todas estas cosas que aunque yo ame, para ti son inútiles.

Tendré paciencia si no entendieras lo que te digo, si me hablaras de cosas que no me interesan, si te lamentaras de la ropa, de los zapatos, de las amigas, del dinero, de los viajes, del trabajo; yo te escucharé y estaré allí para escucharte durante todo el tiempo que quieras.

Y conseguiremos, verás, con un poco de voluntad y simplicidad, ser felices juntos. Renunciando cada uno a lo que pueda ser más importante para él.

https://elalmapregunta.wordpress.com/2016/02/27/un-amor-pasado/

 


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