Capítulo Treinta / Tiempo de Rencor-A

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En el periódico local salía una viñeta donde se representaba lo que podría ser la toma de posesión del primer afroamericano como Presidente de los Estados Unidos. Si bien el coro de gospel no era todo lo explícito que debería ser para una caricatura, la indumentaria del que iba a ser nuevo inquilino de la Casa Blanca, representada por un enorme collar de oro, colgado de su cuello al mejor estilo Hiphopero del momento, hizo reír un buen rato a casi todos los que entraban en el Pub.

Sólo quedaba mes y medio para la investidura y aún no podían creer como un simple eslogan había sacado del despacho oval al hijo de papá. A algunos de los más viejos hubo que explicarle la viñeta a sabiendas de que no lograrían entenderla. Los chistes locales iban más por la línea del ganado, pastor, arados y mujer de pastor que riñe celosa a la oveja porque ha encontrado lana en los calzoncillos de su marido o comentarios subidos de tono del tipo: ¿cómo se felicitan los gays el día treinta y uno de diciembre? Pues “Feliz ano nuevo”.

The Journal es el periódico mejor considerado de la Comarca, gracias a él los grandes acontecimientos del siglo pasado llegaron hasta unos campesinos y pescadores que de no ser por el reclutamiento de sus hijos en la Segunda Guerra Mundial no se habrían enterado ni que se había producido. Hay otros dos, pero su carácter panfletero se dirige a una minoría del tipo de Marcus Macmanaman, teniendo en más de una ocasión problemas con las conservadoras autoridades.

Los artículos de The Journal se estaban endureciendo contra la saliente administración en los últimos días. Nadie daba un duro por la candidatura del nuevo congresista hacía un mes y ahora todo eran halagos para el vencedor y reproches para el perdedor, aunque eso al dibujante le traía al fresco.  

Diciembre es uno de los meses más duros en la región de Burban, y también era el mes propicio en el que Milo preparaba su delicioso caldo. Si bien era apreciado por todos los del pueblo, también era sugerido en las comarcas vecinas a los esporádicos excursionistas y turistas, que en tales fechas se atrevían a retar las inclemencias de la feroz climatología local.

Tras colocar, a primera hora, la viñeta en el tablón detrás de la puerta principal ya estaba metido de lleno en la preparación de su reconocido consomé a puerta cerrada. Los ingredientes eran un secreto que ni su primo conocía. Hasta su nueva novia se había tenido que quedar fuera comentando la caricatura con Marcus, Hop y el joven Jim Roy.

-Espero que lo haga mejor que los anteriores-

La respuesta de Marcus llegó todo lo rápido que se le podía pedir a una persona que si hubiese nacido en otro lugar más habitado seguramente sería: sindicalista o, en su defecto, comentarista político. O sea, inmediatamente.

-Si lo dejan. Todo pasa porque se sepa rodear de quien no está podrido por toda esa maquinaria montada para ello desde hace tanto tiempo. Desde que ponga un pie dentro de la Casa Blanca se le caerán unos cuantos mitos seguramente. Cuando tenga delante el botón rojo de los misiles, seguro que se le aflojan las tripas. Es lo que leí en una revista del periódico “La acción” la última vez que estuve en Burban. No todos los que son elegidos tienen agallas para controlar tanto poder. Muchos de ellos no duermen en meses.-

Jim, al que los temas serios no le atraían nada, seguía mirando por la ventana como la carretera de la costa desaparecía bajo la oscuridad de la noche. A su lado Hop Cassidy miraba la reacción de la novia de Milo, mientras Marcus, inspirado, echaba aquel mitin, y reía a la vez que recordaba la última vez que una chica se había sentado a aquella mesa.

La noche antes de su marcha, Linda, los había convocado en el Pub para invitarles a unas cervezas y para explicarles su plan de viaje. Recordó también lo serio que estuvo Dimas aquella noche, no le gustaba verla partir por tanto tiempo. Siempre era unos días más, una semana más y en esta ocasión, mucho, mucho más. Aunque era el que con más preparación había acometido, el resultado fue el que menos se hubiera esperado.

El intenso olor del caldo ya llegaba hasta la mesa del rincón impregnando el Pub de un delicioso aroma hogareño. Era otro de los secretos del italiano que nunca había querido desvelar. Siempre había pensado que para abandonar tu propia tierra te debería de pasar algo muy grave que impediría el poder estar entre los tuyos, no se veía en ningún lugar que no fuera aquel paraje, frío en extremo, pero con una gente cálida y entregada. Su pequeño mundo como lo definía Linda.

Trascurridos otros veinte minutos y en el mismo instante en que Milo dejaba encima de la barra la enorme olla con el caldo, por la puerta estaban llegando Dimas y Takako.

Antes incluso de saludar, el japonés dijo la misma frase que pronunciara la primera vez que degustó aquel magnífico brebaje

–Si algo se me quedará grabado en mi subconsciente, como le ocurre a los neonatos, es este bendito olor.- y luego pedía un aplauso para el Chef, al que se apuntaban todos los presentes sin ausencias. Le daban el mismo crédito que a la fórmula de la Coca Cola, pero desde luego sin daño para el cuerpo, como el oscuro líquido.

Apostada tras la barra, la chica de Milo había comenzado a colocar los enormes platos que se utilizarían para servir el consomé. Sus pequeñas manos no estaban acostumbradas al monumental servicio que se utilizaban para alimentar a los agrestes habitantes de An Moborski.

Tras darle un cariñoso beso en los labios y una palmadita en el trasero, Milo hizo una señal a Dimas para que se acercase al mostrador. Mientras caminaba hacia él notó en su cara un gesto de preocupación nada habitual en el carácter alegre del italiano, sintiendo que lo que le iba a decir no le gustaría en absoluto. El dueño del “Red Parrot” haciéndole una seña para alejarlo de su novia le sirvió una cerveza al final de la barra, debajo de las copas que descansaban invertidas entre varias hileras de palos de caña, y donde los demás no pudieran oír lo que tenía que decirle.

-¿Sabes que mi primo regresó anoche a Londres?-

La pregunta le sorprendió ya que por petición suya le habían ayudado a trasladar todos los avituallamientos típicos locales con que los asiduos clientes del Papagayo Rojo le habían agasajado. Su carácter afable y su implicación en el caso de Linda le creó una cercanía que todos supieron valorar.

-Si claro, le acompañamos todos hasta la parada del Bus. –Por cierto, es un tipo fantástico, hasta a Jim le ha caído bien.-

Después de tantos años conocía sus inmensas virtudes y sus pequeños defectos y por supuesto sabía que sus manos nunca estaban quietas. Era su seña de identidad, si no estaba secando algún vaso, seguro que estaba colocándolo en su bandeja. Cuando permanecían quietas era un síntoma de enorme inquietud. 


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