Cuídamelo

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Llevaba ya tres horas en la cama sin poder dormir. La ventana estaba abierta de par en par dejando entrar una brisa que ardía como arena de desierto. La fina camiseta con la que dormía se pegaba a su piel como si su sudor fuera un potente adhesivo y por más vueltas que le daba a la almohada no conseguía encontrar el lado fresco. Se levantó la camiseta justo hasta debajo del pecho y se retiró el flequillo de la cara con un bufido.

A pesar de que llevaba más de dos años viviendo sola y de que no era especialmente vergonzosa, la idea de dormir completamente desnuda, hasta quedarse en braguitas, le parecía insoportable. Incluso mantenía la costumbre de desvestirse o cambiarse de ropa siempre dentro del baño.

Fue a la cocina y bebió un vaso de agua de una botella que guardaba en la nevera. Sabía que cuanto más bebiera más sudaría, pero necesitaba hidratarse y de alguna forma  calmar la sequedad de la boca que le daba la impresión de haber estado masticando algodón.

Giró los ojos hacia el cielo con fastidio cuando vio la hora en el reloj del horno, las cuatro de la mañana.  Dio un par de paseos por la casa, iluminada sólo por la luz que se colaba por las ventanas, tratando de encontrar un rincón menos caluroso. Esperaba que al menos el suelo pudiera refrescar sus pies descalzos, pero aún le agobiaba más al mirar tras de sí y ver el reflejo de la luz en las huellas húmedas que iba dejando.

Entró en su habitación y comprobó que el ventilador estaba efectivamente al máximo y que el cable no daba más de sí para poderlo acercar un poco más a la cama, como si  fuera a servir de algo. Saltó de nuevo sobre la sabana empapada abriendo su cuerpo lo más posible.  Quizá era su imaginación, pero le parecía sentir en la planta del pie una ligera corriente. En ese momento se conformaba con cualquier cosa por lo que cerró los ojos y se concentró en su respiración. Lenta, profunda.  El calor seguía siendo intolerable pero la pequeña corriente de su pie le calmaba.

El sordo bufido del ventilador fue velado por un extraño ruido dentro de la habitación. Algo parecido al arrastrar de una silla, suave pero claramente perceptible. Sus ojos se abrieron como activados por un resorte y su corazón se aceleró. Agudizó el oído tratando de encontrar el origen, pero ya no estaba. Trató de calmarse, sus párpados se cerraron de nuevo y volvió a sentir la ligera brisa en su pie, podría jurar que incluso con más fuerza.

Cuando parecía que por fin había vencido el rigor del exceso de temperatura la misma estridencia le sobresaltó de nuevo. Su corazón latía a cien por hora. Como la vez anterior, el ruido desapareció, pero esta vez se llevó consigo también el sonido del ventilador. Al tratar de incorporarse se dio cuenta de que su cuerpo no respondía. Tan solo le era posible mover ojos y boca. Luchó con todas sus fuerzas por apoyar sus brazos contra la cama empapada y tratar de ponerse en posición vertical, consiguiendo como mucho moverlos unos milímetros. Las piernas y el cuello se comportaban igual, negándose en redondo a cumplir sus instrucciones. Sentía como la sangre le recorría el cuerpo como un río a punto de desbordarse. Forzó los ojos hasta que dolieron para mirar a los pies de la cama pero solo con la mirada periférica pudo captar una sombra cruzando de lado a lado la habitación. Todo el calor que había sentido hasta el momento desapareció y un escalofrío brotó de sus pies inertes para recorrer todo su cuerpo dejando su piel erizada. Trató de gritar, pero el aire no fluía a través de sus cuerdas vocales, y no era más que el eco de un murmullo roto.

La sombra se movió de nuevo, esta vez por su lado izquierdo, mucho más cerca de ella. Apretó los dientes. Las lágrimas saltaban de sus ojos, recorrían el pálido rostro y morían en la comisura de sus labios. Habría sentido el sabor salado si el pánico que le atenazaba se lo hubiera permitido. Pero lo peor estaba por llegar. La sombra se acercó, y la luz que entraba por la ventana incidió en ella justo en el momento que se inclinaba dejando unos siniestros ojos verde turquesa a escasos cinco centímetros de su cara. Su respiración se cortó. El pecho le vibraba como a punto de estallar. Sintió como una mano en la parte baja de su cintura, justo en la goma de la braguita, le presionaba subiendo hasta justo debajo del ombligo y arrastrando la camiseta en su camino. Cerró los ojos con tanta fuerza como pudo, pues no podía soportar aquellas pupilas mirándole fijamente. Un olor ácido inundó su olfato y una pavorosa voz dijo:

-          Cuídamelo. En nueve meses vendré a por él.

De repente todos sus músculos empezaron a responder y la propia inercia de la fuerza que había estado haciendo la colocó sentada en la cama. El ventilador seguía funcionando como si nunca hubiera dejado de hacerlo y todos los muebles parecían en su sitio. Había sido una mala pesadilla, tal vez parálisis del sueño y todo lo que quedaría de aquella experiencia sería un pésimo recuerdo y agujetas que durarían varios días por el esfuerzo realizado. Estaba empapada en sudor, como si acabara de salir de la ducha. Se levantó, las piernas le temblaban y el color aún no había regresado a su cara. Recorrió como pudo el camino hasta la cocina, sacó de la nevera la botella de agua y bebió directamente de ella. Cuando la bajó, y mientras disfrutaba del agua helada recorriendo su garganta se fijó en la hora del horno, y el reloj estaba parpadeando. Se llevó la mano al bajó vientre y al contrario del resto de su cuerpo lo encontró seco. Entonces lo entendió.


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