La Cabaña

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Despierto entre lo que antes pudo haber sido un rosal y ahora solo son ramas secas. Es un sitio gris que antes estallaba en colores. Estoy en una parcela rodeada de una valla negruzca y deteriorada que tiene toda la pinta de desmenuzarse en cenizas si me atreviese a tocarla. La valla custodia una cabaña que difícilmente se mantiene en pie. Quieto ante la puerta quebrada, tras de mi las bisagras de la puerta de la valla negruzca apuñalan el silencio. En frente, la puerta quebrada sangra como sangra toda la construcción, ahora que me fijo. Alrededor, nada, o eso creo, vacío, o eso quiero pensar,  frío, o sólo eso siento y una atmósfera opaca, o sólo eso veo. Me doy cuenta de que más allá de la valla un millar de lánguidos árboles centenarios se elevan vigilando la cabaña, indiferentes a mi presencia ya que llevan ahí mucho más tiempo que yo y habrán observado a muchos más como yo.¿Por qué seguirían chirriando las bisagras si no sopla viento? Un momento, un segundo, o quizás más y me percato de que no estoy solo en este jardín seco, me acompañan fuertes tormentas pasadas que se asoman a lo lejos amenazantemente oscuras y ruidosas, vientos que soplan los gritos que no exclamé haciéndolos resonar entre los troncos y ramas como si fueran los árboles quienes me gritan y lluvias que me enchumban con las lágrimas que no derramé congelando el triste brillo de mis ojos. Ya llevo bastante aquí empapándome, mejor entro. Nada mas cruzar el marco rompo a llorar. Las piernas no consiguen mantenerme por el peso que crece tan rápido en mí. Se trata de mis lágrimas, y es que por mucho que estén saliendo de mi, no aligeran el peso, vienen todas a caer a mi pecho, ganándole espacio al aire. Mis cuerdas vocales se entrelazan en un grueso nudo que empuja las paredes de mi garganta. Me desplomo al suelo de tablones podridos, una preocupación menos pues ya no tengo que mantenerme en pie. 
         

               Hace mucho ya de la primera vez que vine aquí, no podría recordar una fecha exacta pero si las causas. Vine rápido, puede que volando, y vine porque quería irme. Huía de mi y del resto y huía sin rumbo y huí tanto y tan rápido que me perdí. Es curioso perderse en uno mismo, porque siempre que te pierdes en ti acabas encontrándote en un nivel más profundo, más caótico y mejor escondido de lo que huías. Aquí llegué por primera vez montando en los versos que le escribí a una niña rubia de preciosos ojos azul cristalino buscando su amor, y por no encontrarlo encontré mi cabaña. Volví otra vez a lo que ahora es un jardín austero cuando escribí mis redacciones en la escuela. Vine muy a menudo cuando pensaba en papá y pasé una gran temporada entre estas paredes en el momento en el que descubrí la velocidad a la que me transportaba la música. Ocurrió lo mismo con mis dibujos, con el sexo, sobretodo con el sexo, los mejores viajes fueron con el sexo, eso seguro. También me escondí aquí resguardado en mis primeras canciones. Ahora lo hago con mis relatos, relatos que escribo con el fin de que me conozcan, no soy un chico reservado al fin y al cabo. Pero si todo acabase bien no sería real ¿verdad? Aquí si estás vivo tienes tus fantasmas contigo. Hace poco que me estaba costando llegar aquí, me perdía con facilidad entre bosques frondosos que crujían a mi temeroso paso por ellos, en los que siempre era de noche y nunca encontrabas la salida a no ser que te rindieses a la realidad y salieras de este mundo. Dejé de sentirme seguro aquí cuando olvidé la puerta abierta a mis tormentosos dilemas. Sonaban gritos en las habitaciones de mi cabaña cuando pensaba en las oportunidad de estar con mi ninfa que se me escapó de entre los dedos como se me escapaba su piel húmeda bajo el agua de la ducha. Había temblores cuando recordaba lo poco que me esforzaba en conseguir mis ilusiones haciéndome sentir con esto un fracasado precoz. Las primeras grietas se dibujaron en el techo y las paredes en el momento en el que dudé de mi y de mis afirmaciones, en el momento en el que me creí mentiroso y cobarde por no afrontar la verdad. Aparecieron las primeras goteras inundando las habitaciones el día que vi muerta mi imaginación. Reventaron los primeros ventanales la noche que comprendí que necesitaba una mujer conmigo tanto como necesitaba aguantar un poco más en mi refugio. Al final no pude con ellos, llegaron mis tormentos en sombras que danzaban como el humo, agotando la vida a su paso, arrancando la belleza a lo que se acercaban, pudriendo lo que enlazaban. Y me encontraron. Al contacto conmigo se hizo el fuego y el fuego destruyó.            

             Abro los ojos y lo primero que veo es un techo negro por el humo y arrasado por las llamas a punto de caer sobre mi cabeza pero no me muevo, como si creyera que ese sería un buen final para mí. Puede que al no tener un lugar al que viajar no merezca la pena seguir, no se, quizás encuentre otro.             

             Hoy día soy un espíritu bohemio y nómada que vuela de vaso en vaso, porro en porro y mujer en mujer que va haciendo descansos en cada trago, en cada calada y en cada orgasmo. Me importan pocas cosas ahora mismo, no se si algo me interesará mañana. No está bien pero yo no soy bueno.


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