La puerta.

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Despues del trance comprendí que el apocalipsis había llegado. No hubo bolas de fuego cayendo del cielo, ni alegorías a la maldad humana representadas por cuatro jinetes cabalgando caballos de distintos colores. La tierra no se agrietó tragándose las almas pecadoras, y por supuesto tampoco hubo juicio para nadie. No fue una pandemia ni una catástrofe natural. No fue una bomba atómica, ni un meteorito, ni la llegada de una civilización alienígena dispuesta a quedarse con nuestro planeta. Fue algo mucho más imprevisible. Una puerta.
19Marzo2014. El Museo Arqueológico y Antropologíco de la Universidad de Pensilvania abre sus puertas al público mostrando su más novedoso e increible descubrimiento en sus últimas excavaciones en Israel. Una puerta de tres metros de alto por tres de largo, de un material parecido al bronce, pero desconocido para los científicos que la habían examinado. Con inscripciones indescifrables, extrañas figuras uniformes grabadas y dibujos de prismas trapezoidales sobresalientes .
La expectación fue descomunal. El museo abrió sus puertas durante toda la noche, el interés y la curiosidad hizo estragos en todas partes del mundo. La hilera de personas en la entrada del edificio se perdía en el horizonte haciéndose interminable. Politicos, famosos, científicos, periodístas, investigadores, arqueólogos o simples curiosos de todos los rincones del mundo, querían verla y tocarla.
Por aquel entoncés yo trabajaba como guardia de seguridad en el museo, y esa semana me tocaba el turno de noche. Siempre he sido una persona bastante escéptica, pero desde el primer momento en que la ví, aquella puerta me dió escalofrios. Decidí mantenerme alejado, aunque lo tuve bastante complicado puesto que mi labor encomendada esa noche era permanecer ergido delante de ella impidiendo que nadie la tocara.
Cientos de personas se agolpaban frente a ella inertes durante horas. Algunos ni pestañeaban. En tres ocasiones tuvimos que retirar a personas de la multitud por experimentar convulsiones epilépticas y alucinaciones auditivas. Aún así el museo siguió abierto, estaba claro que se estaban llenando los bolsillos, así que se escusaron de mala manera quitándole importancia al asuntó.
Eran aproximadamente las dos de la madrugada. La cola en el exterior había apaciguado bastante, pero el museo mantenía su saturación de personas en el interior. Las alucinaciones comenzaron a volverse colectivas, todo el mundo quería tocar la puerta, la situación se había vuelto insostenible y la locura empapaba cada pared del habitáculo. Fui arrastrado, pisoteado y pataleado por cientos de personas cuyas mentes se desequilibraron en cuestión de segundos. Pensé que no saldría vivo de alli, pero el destino me tenía preparado la mayor de las calamidades y escapé de aquella avalancha arrastrándome como pude.
Sentado, malherido, y desde una determinada y cautelosa distancia de aquel enigmático desorden, pude comprobar como la locura de aquellas personas llegaba a su extasís final. Rodearon la puerta, la tocaban, la abrazaban, se restregaban, la friccionaban, incluso algunos la lamían... Un pequeño temblor en el suelo provocó la paralización de la muchedumbre y la puerta comenzó a abrirse. Todos permanecían inmóviles frente a ella, únicamente se veía oscuridad al otro lado, hasta que miles de ojos de distintas formas colores y tamaños se abrieron todos a la vez observándo desde el otro lado de la puerta. La multitud seguía paralizada, yo me estremecí en un esquina horrorizado, el cuerpo me temblaba y comencé a experimentar espasmos de cobardía. Todos calleron al suelo desmallados, no sólo las personas que permanecían dentro del museo, sino toda la población mundial existente en ese momento, eceptuando personas ciegas, autistas, mujeres embarazadas de mas de veinte semanas y algun que otro caso excepcional como el mio. El silencio se hizo sepulcral. Comenzarón a aparecer sombras por todos lados con siluetas inexplicables. Gigantescos tentáculos comenzaron a salir de cada esquina de la habitación, rodeando los cuerpos inertes y arrastrándolos hacía unas fauces informes y pobladas de dientes que aparecían de la nada para devorarlos. Los gritos agónicos de las pocas personas que recuperaban la consciencia justo en el momento en el que eran devorados hacían un eco espeluznante en todo el planeta. Seguirán perturbando y haciendo eco en mi mente hasta el día en que deje de existir.
No se de que manera saqué el valor y la fuerza para levantarme y salir de aquel devastador lugar. Las sombras me atravesaban y los tentáculos pasaban casi rozándome. Supongo que me permitieron salir porque sabían que no existía ningun lugar en todo el planeta donde poder esconderme. Al abrir las puertas externas del museo las vistas eran aún mas sobrecogedoras. Había restos humanos esparcido por todos sitios y los tentáculos y las sombras seguían saliendo por doquier de cualquier esquina.
El catastrófico y desalentador panorama me hizo darme cuenta de que el fin de los días había llegado. Me resigné tirándome al suelo renunciando a lo que me quedaba de vida aguardando que esos seres me la quitaran. No fue así. Horas después todo comenzó a calmarse después de que la puerta volviese a cerrarse por sí sola.
Es desmoralizante ver como la vida puede cambiar en toda la faz de la tierra en tan sólo un instante. Hace unos días estaba paseando a mi hija agarrado de la mano de mi mujer por un parque lleno de personas y niños jugando. Hoy el 95% de la población a desaparecido, y solo quedamos ciegos, autistas, mujeres embarazadas de más de veinte semanas y pocos casos anómalos aislados como el mío. Sin respuestas, sin soluciones, sin nada en que creer, y con mucho, muchísimo miedo. El suicidio se ha convertido en la principal causa de muerte en estos momentos, al menos esas son las pocas noticias que no llegan. Cada vez somos menos los supervivientes. Hago constancia de lo ocurrido en esta hoja de papel por si algún dia se me acaban las fuerzas por seguir luchando, ya que las noches son largas y perturbadoras y rememoran contínuamente las peores de nuestras pesadillas.


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