¿Quien es esa del espejo?

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      Un día te miras al espejo con un poco más de detenimiento del habitual y, de repente, tienes la sensación de que el tiempo ha pasado de cero a cien en una milésima de segundo. Te parece que ayer eras mucho más joven, que para nada tenías esta pinta. Salvando el hecho de que ayer era viernes, empiezas a preguntarte si no será que has envejecido. Te miras al espejo y dices: ¡Joder! ¿Me estaré haciendo vieja? Salvemos también esta obviedad.

 

      Empiezas a estirarte la cara hasta que te pareces a unas cuantas actrices famosas al mismo tiempo y hasta te atreves a considerar seriamente el truco de Carmen Sevilla. Delante del espejo, en el photocall de los champús, los cambios de look no dan tregua y, mientras apuras un concierto para cinco mil personas, se te abren los poros de la piel por efecto del vapor de agua. Algo sacas.

 

      Te acercas un poco a tu imagen y te preguntas cuándo fue que cumpliste tantos años, e intentas salvar la necesidad de reconciliarte con esa versión un poco cutre de ti misma. Te miras de frente, de perfil y hasta te pones crema, por si acaso. Te quedas mirando ese roperillo que está debajo del lavabo y que nadie en la casa recuerda haber abierto nunca. Y sí, recuerdas vagamente la existencia, años ha, de un neceser con pinturas. Cuando has terminado con él y vuelves a mirarte en el espejo, agradeces al orden cósmico el poder estar sola en casa.

       El agua está fría y cuando te secas la cara compruebas que, por efecto del fregoteo, estás aún peor que al principio. El ropero y su pobre contenido quedan así sellados para siempre. Ni tú ni tu cara son ya los mismos. No importa, comparada con el resto de mujeres de tu edad estás muchísimo mejor que todas ellas...y eso que sabes que ellas saben exactamente lo mismo de sí mismas.

 

      Buscas una salida digna de la situación y del cuarto de baño, así que decides que es un momento tan bueno como otro cualquiera para lavarse los dientes. Sin duda sales transformada, y no sólo porque aún tengas los mofletes seriamente enrojecidos...

 

      A partir de ahí nada será igual, la conciencia del camino recorrido modifica, y mucho, la percepción del que falta, que, para lo bueno es bueno, pero, para lo malo es lo peor de lo peor. Así que aquí estoy, en el meridiano, en el mediodía, en el lugar menos extremo, con toda la soberbia del que cumple un nuevo año y dispuesta a morir en el intento, que además, es el último 45 que me queda y coincide que también, el único que tengo. ¡Ah! Y a todos pongo por testigos de que no vuelvo a mirarme en el espejo.

 


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