Sombría fatalidad

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Enviado el , clasificado en Intriga / suspense
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Moviendo sus patas como finas ramas articuladas, unidas a una compleja estructura mecánica, la araña se paseaba por las frías tablas del techo. La oscuridad hundía al ambiente en un velo negro, y el viento estaba estancado. Con algo de esfuerzo, empujó con ese gesto que le resultaba tan automático, casi tan automático como la respiración de aquél ser allá abajo; tragando y botando aire, tragando y botando. Su contracción tuvo éxito; una fina capa de espuma brotó de su abdomen en forma de hilo viscoso y se fue a pegar en las tablas del techo, justo encima de donde sus patas se adherían. Probó que su telaraña estuviera fresca, despegando dos de sus ocho patas del techo con cuidado y con movimientos en cámara rápida, mientras con las otras seis aún se sujetaba del techo, indecisa de sí misma. La fina tela resistía sin problemas.

Entonces despegó las ocho patas, tal como lo hacía siempre, en un movimiento automático. Despegándose y descendiendo, despegándose y descendiendo, sujetada tan sólo por un hilo mas delgado que sus patas. Pero funcionaba, lo había hecho cientos de veces. La cuerda se tensaba por su peso, pero lo justo para no romperse. El lento descenso mecía su cuerpo de un lado al otro como un columpio mortal, pero sabía que resistiría, asi que se limitó a concentrarse en fabricar mas espuma en su abdomen, para poder seguir...¡descendiendo!


Había bajado la mitad del camino, calculó. Podía sentir ya el flujo constante de aire que la golpeaba. Venía desde abajo, a sólo cuatro cuerpos de distancia. Sentía esas bocanadas de aire tibio que la envolvían por completo, empañando sus cientos de ojos panorámicos, e inmediatamente después una leve fuerza que la impulsaba hacia abajo, intentando absorberla. Aire tibio, y luego absorción, un ciclo constante mientras descendía mas y mas.
Pero su cuerda resistía, al igual que su valor.


Entre tambaleos y vaivenes de su cuerda, haciéndole perder a veces el equilibrio, tocó suelo. Lo había logrado. Lo sentía ya, era un terreno irregular, pero po...
Algo le aplastó una de sus patas, y una punzada tremenda encendió su alarma interior. Aquél ataque hizo pulsar un botón en su (¿pequeño?) cerebro que le ordenaba una sola cosa: morder. Con la rabia y el impulso del terrible dolor que sentía, hincó sus dientes con fuerza. Sus mandíbulas atravesaron la superficie blanda y algo moldeable sobre la que estaba parada en sus 7 patas. Sintió aquél líquido orgánico pasando por sus colmillos tubulares mientras aún los tenía hundidos, y la sensación placentera aplacó en algo su terrible agonía. Acto seguido, se dispuso a correr, a intentar arrancar pese al dolor, moviendo sus patas, cojeando en una de ellas, avanzando a duras penas por aquella superficie de surcos y montes. Su velocidad no era la misma de siempre. Aún así, sigió corriendo, ya que su voz de alarma se lo ordenaba.
Un golpe le aplastó la cabeza. Todo siguió tan negro y oscuro que no notó en ningún momento la diferencia.
Su vida había terminado. Y sin haberse enterado, también con ella se había llevado otra.


Epílogo

-¿Cómo está, doctor?- preguntó Javier, con el bigote recto sobre su boca entreabierta, y los ojos algo brillantes.

-¿Usted es familiar?- preguntó el doctor con una mano oculta en el bordillo de su cotona, como si fuera un bolsillo.

-Soy su representante.¿cómo está ella?

-Bueno, no le puedo asegurar, pero hay mucha probabilidad que sobreviva. Está...

-Pero, ¿su rostro, doctor? - los ojos de Javier se entornaron en súplica- ¿cómo está su rostro?

- Necesitará injertos, eso es seguro. -al ver el gesto de desesperación en ese hombre al frente suyo, se apresuró en añadir- Lo siento.

- No lo puedo creer...cómo pasan estas cosas - Javier apoyó sus palmas en las rodillas,desolado, arrugándosele su abrigo a la altura de la cintura.

Mientras daba la vuelta sin siquiera despedirse del hombre de cotona blanca, balbuceó casi enfermizo al aire - ...su carrera en canal 7 se acabó, no puede ser, está arruinada, no puede ser...

Tambaleándose, se alejó por el pasillo como un ente invisible.

Mientras encendía su cigarrillo en la fría y nubosa tarde frente al Hospital Barros Luco, pensó: "Maldita araña. Todo por una maldita araña de rincón."


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