El paseo. Parte 1.

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                       El Paseo

No hacía ni dos horas que los camiones de la mudanza habían llegado cuando salió por la puerta de su nueva casa. El sol estaba en su apogeo y a excepción de unas nubes que lo tapaban de vez en cuando y de una brisa fresca, la temperatura era agradable. Mark caminaba sin prisa en dirección al centro. Giraba la cabeza de un lado a otro continuamente. El reflejo del sol en las ventanas de los edificios le cegaba mientras cruzaba el puente. El río bordeaba la ciudad en una concatenación de meandros, como una serpiente. Era muy ancho, tanto que un hombre en forma llegaría extenuado a la otra orilla si lo cruzara a nado. En las orillas una vegetación verde emergía del agua a la sombre de unos árboles. Las ramas se estiraban hacia el agua. Las hojas tintineaban al reflejo del sol en el agua, intentando beber del río. Mark no sabía a donde iba. Seguía  a la gente. Primero anduvo cuatro manzanas paralelas al río detrás de una mujer de mediana edad con una falda larga ceñida a la cintura. Cuando llegó a la vigesimoquinta avenida le tomó  el relevo un señor mayor con chaqueta de tweed  y un sombrero. El juego continuó y Mark se vio sorprendido por las diferentes maneras de caminar que tenía la gente. Algunos sabían a donde iban, recorrían las calles ferozmente sin detenerse, siguiendo una ruta marcada. Otros deambulaban, al igual que él. Los mayores caminaban con las manos a la espalda o con las manos en los bolsillos.

Mark alzó la cabeza y apenas distinguió el cielo, que parecía acorralado entre los rascacielos. Le pareció que había llegado al corazón de la ciudad. El paradigma le recordó a un bosque. Los árboles más jóvenes y la vegetación más inmadura yace en los lindes, intentando perdurar y hacerse un hueco y, a medida que te adentras más y más en la espesura, te sientes acorralado, vislumbrando el cielo entre las hojas que se mueven acompasadas por el viento hasta que llegas al corazón del bosque. Allí es donde están las estatuas de madera, cuyas raíces fuertes y antiguas se extienden profundas en la tierra. Mark sonrió para sí mismo y siguió andando, esta vez con el único propósito de  perderse. Torció en la quinta avenida y se alejó. La distancia entre aceras  aumentaba y el flujo de peatones disminuía. Las calles estaban menos limpias, las alcantarillas saturadas y obstruidas y los hierbajos irrumpían y crecían resquebrajando la piedra, haciéndose camino hacia la luz. Mark entró en una cafetería y se sentó en una mesa junto a la cristalera. Pidió un café solo y un sándwich de jamón y queso. La televisión estaba encendida y todo el mundo se giraba en sus asientos para ver lo que pasaba mientras la camarera subía el volumen detrás de la barra. Una conglomeración de micrófonos y flashes se centraban en una familia. El padre estaba hablando:

¡Pregunten de uno en uno! – decía mientras reía y miraba de un lado a otro. ¿Hay algún motivo en especial por el que escogieron ese número en concreto? – preguntó una reportera. No, la verdad es que no. Un día saliendo de la iglesia fuimos a desayunar todos juntos y a la salida nos encontramos con un vendedor y nos preguntamos ¿por qué no intentarlo? ¡Y ya ven! ¿Qué piensan hacer con el dinero? ¿Va a dejar su trabajo? No, no creo que deje mi trabajo. Mi mujer no me aguantaría tanto tiempo en casa- dijo chistosamente.

Supongo que me compraré un buen coche, sí señor, un coche como Dios manda y pintaremos la casa ¿verdad cariño? Sí, eso haremos y puede que hagamos un viaje, quizás a Europa.

Mark apuró el café y dejó medio sándwich en el plato. La camarera seguía absorta viendo la tele así que dejó el dinero en la mesa y se fue.

Tras recorrer un par de manzanas encontró una tienda de segunda mano en una esquina. No tenía letrero alguno, parecía como si quisiera pasar desapercibida. Abrió la puerta y un tintineo metálico avisó al dependiente de su presencia. Un señor mayor  con gafas rectangulares y pelo polvoriento entornó la mirada. Había de todo. Desde máquinas de escribir y herramientas hasta videojuegos y televisiones. La vista de la coexistencia de lo moderno y lo antiguo le recordó que todavía había esperanza en lo imperecedero. Eso le alegró profundamente.

¿Estás buscando algo en particular, chico? Si… y no Tendrás que ser más preciso chico, vendo casi de todo pero no puedo ayudarte si tú mismo no sabes lo que quieres. Estaba buscando una guitarra. ¿Una guitarra¿ Si, una guitarra acústica. ¡Ya veo! Quieres empezar a tocar ¿no es así? No, no es eso, llevo tocando mucho tiempo. Ya veo… si no es indiscreción, ¿puedo preguntar por qué buscas una guitarra acústica aquí? Quiero decir, tengo buenos instrumentos, pero nada merecedor de un guitarrista experimentado. No se preocupe por eso. Busco algo con historia, con espíritu propio. Una guitarra que la mire y pueda imaginar a Robert Plant vomitando sobre ella después de componer Stairway to Heaven. No sé si entiendo lo que dices chico pero pasa por aquí, – le dijo mientras le dejaba entrar en la trastienda- ahí tienes las guitarras, pruébalas y avísame cuando hayas elegido.

 

Mark cogió un taburete alto que había en una esquina y lo colocó en el centro de la estancia. Miro las guitarras colocadas en el apoyadero y cogió una al azar. Probó la guitarra. Esta primera guitarra no le convenció. La sentía hueca, como si la madera no tuviera consistencia, endeble. La colocó de nuevo en su sitio y probó cuatro más. Algunas estaban nuevas por completo, seguramente no habían sido usadas nunca, una compra producto de una esperanza lejana de empezar a tocar algún día que había acabado en el olvido. Apoyada al final del todo vio una guitarra de color marrón tostado. Tenía un satinado descendente hasta llegar al puente. La asió por el mástil y le transmitió algo. Tenía consistencia, era dura. Las cuerdas estaban nuevas. Tocó un acorde. Estaba desafinada. Empezó a afinarla pero se desafinaba continuamente, seguramente producto de la humedad a la que había sido expuesta la madera durante un prolongado periodo de tiempo. Lucho con las clavijas durante largo tiempo, intentando domarla. El mástil tenía cuerpo y deslizaba la mano con facilidad. El protector estaba muy arañado y la madera desnuda se apreciaba en la parte donde se apoya el brazo. Aquello era lo que había estado buscando. Mark llamó al vendedor. Le dijo que costaba ciento veinte dólares. Cerraron el acuerdo en ciento quince más una correa. La guitarra no tenía donde atar la correa en la parte superior así que Mark le pidió al dependiente un trozo de cuerda y la utilizo para atar la correo justo sobre la cejilla, debajo de las cuerdas. El dependiente le preguntó si quería una funda pero Mark le contestó que no hacía falta, la llevaría en la mano.

...continuará.

 

 

 

 

 

 

 

 


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