2098

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 El pequeño pueblo en la sierra, resalta entre tanto verdor por sus paredes blancas y sus techos de tejas rojas, pero la única pared de inmaculado color blanco era la que continuaba entre la iglesia y el cementerio, era un muro infinito que ocupa toda la cuadra de la parte posterior del templo, edificado en el siglo XVI. Ahí es, desde tiempos antiguos donde llega cada fin de semana una carrucha de motor de combustión mixta, hidrógeno y electricidad, manejada por un anciano con gorra de ferrocarrilero europeo de fines del siglo XIX, trayendo con mucho cuidado como carga valiosa y lista para el uso, un antiguo proyector de películas de video, el cual refleja todas aquellas viejas cintas contra la pared grande y ancha, blanca y sin mancha, manteniendo una calidad óptima en la imagen proyectada y que hacia la algarabía de toda la muchachada, sacando sonrisas a los mayores, proyectando películas de realidad virtual, cuyos personajes, ingenios e instrumentos, construcciones y paisajes afloran de la pared cobrando vida, imágenes tridimensionales con los lentes antiguos hacían que flotaran contra ella esforzándose en salir de la pantalla improvisada, las figuras planas a color o en blanco y negro en cinemascope, panavisión o 35mm que se extendían a todo lo ancho de la pared y obligaban a los observadores a girar sus cabezas para no perder ninguna acción o suceso, eran tan antiguas que nadie conocía de donde las podía obtener el viejo proyeccionista, quien con su larga y espesa barba gris y olores no presentables, se hacía el distraído cuando alguien indagaba sobre la procedencia de su infinita colección, pero lleno de muecas y con una pipa eléctrica de combustión hidrogénica se daba a la tarea de alegrar al pueblo, semana a semana. Era tal el éxito de las funciones que pobladores de los pueblos y villas vecinas, reservaban con mucha anticipación su asistencia y como el precio no variaba, eran infinitas las solicitudes recibidas. De espaldas al progreso pero firme en defender las tradiciones, todavía utiliza el tritio como energía para mostrar sus clásicos, a pesar de la inestabilidad que presenta este tipo de energía, pero él insistía en continuar usándola por el precio bajo de la fuente y su reposición. Donde más se daba la singular transferencia y por la cual siempre vendía las entradas, era justamente con las películas más antiguas, aquellas de color y blanco y negro, por la persistencia retiliana, consideraba que eran las más adecuadas para la tecnología que el mismo desarrolló y se muestra más compatible con las épocas a las cuales podía el espectador asomarse curioso, sin traumas, a la acción y personajes proyectados, evitando el exceso en el desgaste de las personas involucradas y del equipo y la energía compartida utilizada por el ingenio. La única desventaja de la atracción semanal venia dada en que cada vez eran más la cantidad de personas que querían participar en las exhibiciones y no volvían, se quedaban con cualquier excusa dentro de la película exhibida, como si fuese una función particular para ellos, la duda permanente del viejo proyeccionista era porque y en que realidad se quedaban, podía ser, pensaba para sí, que se encontraban tan a gusto participando en el guión desarrollado de la película, siempre viviendo la misma narración de principio a fín, una y otra vez, sin aburrirse, buscando cualquier pequeña variación para postergar la vuelta y esperando hasta la eternidad un desenlace feliz, o dando la espalda a la pantalla y atravesar el umbral, saliendo de la imagen y confundiéndose con los actores, sonidistas, camarógrafos, escenógrafos, iluminadores, maquillistas, modistas, peluqueros, apuntadores y directores, dentro del estudio de cine y escabullirse furtivamente para acceder a la puerta externa y salir a vivir otra realidad, otro tiempo, otro mundo. El viejo proyeccionista cada vez que concluía la función, contaba mentalmente la cantidad de espectadores que se encontraban y estimaba nerviosamente cuantos se quedaron y con la gorra en las manos dándole vueltas, con un dejo de preocupación en el rostro y lágrimas por brotar, se resistía a imaginar que los beneficiarios de tan maravilloso prodigio, se encontraban atrapados entre la larga y blanca superficie del muro interminable y las imágenes proyectadas, que de manera aplastante eran presionados contra la fría pared y les arrebataban el ultimo hálito de los pulmones, asfixiándolos hasta morir.


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