Dosis de retorno

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Mario se despertó con la cabeza de su novia, Carla, reposando tranquilamente sobre su brazo izquierdo. Esta había estado ayudándole con los últimos párrafos de su novela hasta las cinco de la madrugada, y habían terminado rendidos.

Hoy le tocaba a él hacer el desayuno, así que se puso manos a la obra. Mientras estaba friendo los huevos ecológicos, se le ocurrió una nueva idea para un futuro libro, esta vez podría ser una autobiografía de sus viajes por Australia que hizo durante su juventud, con unos toques de comedia podría ser un éxito. Estaba decidido, se pondría a ello la semana que viene, ahora tocaba descansar.

Entro sigilosamente en el dormitorio, Carla seguía durmiendo, la sorpresa sería perfecta. Colocó la bandeja con el desayuno en su lado de la cama y se tumbó sobre el espacio restante. La miró, y por un momento no pudo creer la suerte que tenía de haberla encontrado, parecía un sueño.

Unas suaves caricias en el mentón fueron suficientes para despertarla. Cuando abrió los párpados, el cuerpo de Mario se paralizó de repente. Sus ojos, tan vivos ayer, estaban nublados con la tristeza más terrible.

-Cariño, ¿qué te pasa? -preguntó con un miedo repentino.

-Nada, Mario. ¿Porqué?

-Tus ojos… tus ojos son diferentes -dijo casi en un suspiro, sus labios temblando con

un pánico sobrehumano.

-Mario, cielo, estas llorando. ¿Qué pasa? -le preguntó mientras lo abrazaba sin

comprender nada.

Todo el cuerpo le temblaba, sus ojos parecían nadar en aguas surgidas de la nada, su mente se empezó a llenar de preguntas absurdas. No recordaba que había pasado la noche anterior, ni siquiera como se titulaba su libro. Y cuando siguió pensando, vio que tampoco recordaba como había conocido a Carla. Todo se volvió borroso. Estaba perdido. Y entonces, se encontró.

-Carla…

-Dime, amor.

La miró directamente a los ojos, sin poder creerse lo que estaba a punto de decir. No podía ser cierto. Era imposible. No era justo.

-Carla. No es verdad, no es verdad…

-¿Qué dices, Mario?

Sus ojos se secaron. Sus temblores cesaron. Su miedo se convirtió en terror. Sentía como si todo a su alrededor se estuviera desvaneciendo. Todo se oscurecía. Quería gritar pero no podía, su voz era apenas un hilo de lo que había sido.

-Todo es mentira, ¿verdad? -preguntó casi al punto de la exasperación.

Esta vez no le contestó. Simplemente le miraba con esos ojos tristes, aún mas acentuados que antes. No apartaba la mirada de él. Entonces lloró.

-Carla, por favor. Contéstame, cariño. Dime que es real.

No hubo respuesta. Ya no la iba a haber nunca más. Su cerebro no podía fingir más. Entonces empezó a sentir que se caía, la voz le volvió de repente. Sus gritos fueron de una angustia demencial. Sabía que este mundo no era real, pero no recordaba que hubiera ningún otro. Se sintió morir, y de alguna forma, así fue.

Cuando despertó, se encontraba en la cama de un apartamento cochambroso, con las persianas completamente bajadas, solo dejando pasar un débil haz de luz, suficiente para reconocer las formas a su alrededor.

Hicieron falta unos pocos segundos para que le volviera todo a la mente. Esta vez se había pasado con la dosis. Buscó a tientas en la cama, y al momento encontró la jeringa, completamente vacía. La miró con un despreció absoluto, y se juró que jamás volvería a caer. Pero, como en el fondo de su mente sabía, eso era imposible.


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