La vida cabe en un refresco de cola

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“LA VIDA CABE EN UN REFRESCO DE COLA”

 

Así rezaba el slogan publicitario de una compañía multinacional de refrescos que, por forzosa restructuración ante un continuado estancamiento de las ventas y el avance de las nuevas tecnologías, despidió a su viajante de comercio Manuel Pérez después de cuarenta años en nómina.

Ni una generosa indemnización ni la emotiva despedida con un selecto picapica en las oficinas centrales de la fábrica, dónde no faltaron discursos ni regalos de agradecimiento, compensaron el estado en que se encontraba Pérez al cruzar la enorme puerta giratoria que tantas veces había traspasado.

Al día siguiente empezó su nuevo trabajo. Prepararse un café en casa, salir a pasear, hacer la compra y la comida, leer, ver la televisión… Vamos, las cosas que hacen que la vida valga la pena.

Por las tardes se buscó un pluriempleo sin remunerar que podía hacer en su propia casa, con la ventaja de no tener que dar explicaciones puesto que era él a la vez empresario y empleado. Cada día, de seis a siete, ordenaba y seleccionaba nóminas, tarjetas de visita, muestrarios, vales de gasolina, tarifas, muestras de botellas para obsequio, fotos de las convenciones anuales de ventas rodeado de sus colegas, chapas, imanes publicitarios… A veces quedaba con Barrachina, de la sección de embotellado con quien había congeniado mucho, para tomar un día cerveza, otro vermut, en algún bar de la ciudad. Barrachina estaba teniendo más éxito que él en el ámbito laboral. Ya era responsable de la planta embotelladora y en apenas tres años le llegaría la ansiada jubilación. Un día Pérez le dijo:

—Me has de hacer un favor, Barrachina

—Por favor, Manuel, para eso están los amigos.

Siguieron tomando cañas (ese día tocaba cerveza) hasta que la complicidad y la noche se hicieron patentes.

La tarea de selección de Pérez empezaba a tomar forma. Todos los objetos y documentos los iba almacenando en el comedor de casa, encima de una mesa adicional que utilizaba por Navidad cuando venían a comer sus hermanos y sobrinos.

Aquel día Manuel Pérez tomó su café y salió a pasear. De vuelta a casa entró primero en el super para comprar bolsas de basura, verdes para el vidrio, azules para el papel y blancas para el resto. En la farmacia recogió unos frascos de ansiolíticos que tenía encargados y en la ferretería compró un juego de cuchillos que sabía estaban de oferta (no chinos, aclaraba el anuncio). Ya en casa, comió un plato precocinado, leyó un poco y vio un rato la tele. Más tarde llenó, con toda la selección que había llevado a cabo de forma minuciosa, las bolsas de basura que luego dejó en el recibidor. Encendió el portátil y envió un correo a Barrachina con el archivo adjunto de algún video prosaico. Antes de acostarse bajó las bolsas para depositarlas en los contenedores oportunos.

El Pais. Sucesos. Madrid

Refresco con macabro premio.

Aparece un dedo índice en un refresco de cola

La Vanguardia. Sucesos. Barcelona

La chispa de la muerte.

Un ojo humano en una botella de cola

Barrachina fue invitado a prejubilarse y ahora reparte el tiempo entre cuidar de sus nietos y la pesca con mosca en aguas fluviales, dónde al amparo de las horas muertas se acuerda de su amigo Manuel, del que no se tienen noticias desde hace meses. Bebe únicamente agua y se ha hecho vegetariano.

 


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