HISTORIA DE UN A VIDA (3/4)

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Y llegó el tiempo de servir a la patria, de servir al rey, como decía mi padre, de hacer la mili, porque eso de ir a la mili, en mi época, era señal de que ya se era hombre. Estaba contentísimo. Eso de que te iban a medir y entrar en sorteo para saber tu destino militar, me tenía ilusionado, pero esa ilusión se desvaneció cuando se enteró el señorito. Se lo comentó mi padre, y un día me dijo que no me preocupara, el me libraría de la mili, que por ser hijo único, y sus influencias en la capital, no me llamarían a filas. Le dije que no se molestara, que las obligaciones son las obligaciones, me contestó de malos modos diciéndome que era su deber hacer algo por mí, mi madre me miró con los ojos abiertos, parecía que se les salían, queriéndome decir que me callara. A mi señorito le importaba tres chavos mi persona, el solo miraba por sus intereses, y sus intereses eran que yo me quedara al lado de mi padre porque mi progenitor ya era muy mayor y solo no podía llevar las tierras. Yo estaba desolado, quería saber lo que era la vida militar y me iban a cortar mis alas. Una noche tomé la decisión de irme y enrolarme en el tercio de extranjeros, sabiendo el disgusto que se llevaría mi madre y, sobre todo, el no ser sumiso a mi señorito. Me lo tendría en cuenta, no me perdonaría la escapada, en cualquier momento tomaría venganza, todo lo asumí con resignación y valentía, aunque algún día me arrepintiera de ello. Llegué a Ceuta, al Tercio Duque de Alba ll de la Legión, firmé por dos años, me sentía orgulloso, valiente, prepotente, todo un caballero legionario. ¡Y tanto que aprendí la vida militar! Aprendí el sentido del compañerismo, el convivir en grupo, la lealtad?todos esos valores que engrandecen a una persona, también el odio hacia el vecino, pero me di cuenta que la vida castrense no estaba hecha para mí. Me había equivocado. Me acordé de mi madre, del señorito, y agaché la cabeza avergonzado, ¡ojala le hubiera obedecido! Aquellos dos años pasaron con más penas que gloria, pero se me hicieron demasiados largos, y volví a casa para apechugar con las consecuencias. Fui recibido con amor de padres, mi señorito ni me dirigió la palabra, pero, a prerrogativas de mi padre, consintió que me quedara como peón fijo en la hacienda sin ninguna responsabilidad ni cargo. Por entonces yo tenía un compadre gitano, vago y mentiroso, como debe ser un auténtico cañí, y traicionero igual que cualquier calé, pero no llevábamos bien. Un día de Mayo vino a casa. A mi madre no le hacía mucha gracia el gitano, más lo sentó en la mesa y cenó con nosotros. Mi padre, mutis. Después salimos a la huerta a refrescarnos un poco, pues dentro hacía calor. Hablamos de trapicheos, de sus hurtos, cuando, de repente, se echó a llorar desconsoladamente. Me dijo que lo iban a casar, que le iban a cortar las alas, y estaba desesperado porque no quería perder su libertad, no quería estar debajo de unas faldas. Yo pensaba para mí: ¿qué gitano pierde su libertad? Lo consolé como pude, contándole cosas buenas del matrimonio, yo, un soltero, y seguía diciendo que nunca se casaría, pero se casó. Comenzó a beber, siempre estaba borracho, más de una vez lo llevé a su casa apestando a alcohol. Decían los gitanos que se emborrachaba por que no aguantaba a la gitana, sea por la causa que fuere, dos años más tarde, le dábamos sepultura. Se fue un calé que le cortaron las alas, un gitano que quería vivir en libertad y no lo dejaron.

Aquel atardecer de los primeros días de invierno, era algo frío. Yo estaba en el porche de la casa resguardándome del tiempo y preocupado de mi padre, pues ya era hora que estuviese en casa. Transcurría el tiempo y más intranquilo me ponía. Para calmarme, salí y comencé a pasear por la huerta. Un bulto, sobre un tronco de árbol llamó mi atención. Me acerqué. Era un cuerpo humano, le di la vuelta para ver su rostro y, sorpresa, ¡era mi padre! Su cuerpo estaba helado como el hielo, estaba muerto. Después de los minutos de confusión, di el aviso y allí se formó la marimorena. Los primeros en llegar fueron la guardia civil y la policía municipal, luego el médico, que no hizo nada, y más tarde el juez de guardia para levantar el cadáver. Todos hacían preguntas y cavilaciones, solo el galeno era el más coherente. Dos días más tarde enterramos a mi padre. A su sepelio acudió gran multitud de gente, casi todo el pueblo estaba presente demostrando el cariño y el respeto que sentían por él. Mi madre estuvo soberbia, se tragó sus lágrimas y nadie la vio llorar, pero su cuita iba dentro, y el color negro, su luto, cubría su enjuto cuerpo. Pasaron unos días del sepelio, eran días de incertidumbre para mi madre? y para mí. Si el señorito nombraba otro capataz, nuestro futuro era incierto. Mi madre, a su edad, no aguantaría salir de la casa, salir de la huerta, eso la mataría, por eso estaba tan inquieta, tan rara, pero solo le quedaba esperar, aunque me tenía a mí y nunca le faltaría un techo donde cobijarse. Dicen que quien espera desespera, eso le ocurría a mi madre, y yo estaba intranquilo viendo su desasosiego. Estaba convencido de que nos iríamos de la huerta, que me haría pagar mi desobediencia de años anteriores, yo me veía capacitado para ocupar el lugar de mi padre, pero las circunstancias eran totalmente adversas para mí, por eso, en cierta manera, me sentía tranquilo.

Era un día de negros nubarrones. El sol nacía por el este con un color rojizo impregnando el amanecer, y aquellos nubarrones daban un aspecto dantesco que era la admiración de quienes contemplábamos aquella estampa. En la hacienda las criadas decían que el señorito estaba en la casa grande. Yo apreté los dientes, acaché la cabeza, entré a nuestra casa, y me senté junto a mi madre. No sabíamos que hacer. Ya con el sol iluminando el día, entró el señorito, después de saludar se sentó junto a mi madre dándome la cara, y comenzó a hablar mirándome serio: <<?Por respeto a tu padre, por los años que tus padres han pasado con nosotros, he tomado la decisión de que tú serás el nuevo capataz. Sé que estás preparado para asumir esa responsabilidad. Lo pasado, pasado está, si me sirves bien no te arrepentirás. Seré muy generoso contigo, pero si me engañas, toda mi venganza caerá sobre ti. Tu madre cuidará de la casa grande y de las criadas?>>. Me dejó helado. No pude decir nada, me quedé atragantado, pero le miraba fijamente con agradecimiento. No se arrepentiría de su decisión. Se levantó y se marchó. Yo saltaba de alegría, a mi madre la cogí en brazos y saltaba con ella, ella lloraba. ¡Claro que estaba preparado! Mi padre así lo hizo, y yo he esperado el momento, y bien que se lo demostré.


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