DIARIO DE UN MIMO (3 de 8)

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III

 

Durante semanas viví en las calles. Recorrí ciudades y tuve amistades fugaces con personas que jamás volví a ver. Lo único que me acompañó siempre fue la vieja maleta de mi madre.

Una noche, viajando en tren, conocí a un singular individuo que me ayudó a encarrilar mi vida: un viejo payaso.

El anciano tenía una enorme sonrisa pintada; aun así, mostraba una insondable tristeza. Poseía unos escasos cabellos de plástico azul, y su traje, que alguna vez debió quedarle holgado, le apretaba la barriga.

-Hola, muchacho -me dijo desde el otro extremo del vagón- ¡Vaya que hace calor!, ¿verdad?

-Sí.

-Eres de pocas palabras. Serías un buen mimo...; silencioso, misterioso, y con un pantalón que se ajusta a tu cuerpo de un modo irresistible.

Luego de aquel comentario fuera de lugar, su rostro se transformó ajustándose a la enorme sonrisa pintada. Sin que lo notara, comencé a sacar mi cuchillo; estaba dispuesto a dibujarle una segunda sonrisa, pero abdominal.

-¡Era una broma, muchacho! -dijo justo a tiempo- Pero lo de ser mimo va en serio. No sé si lo sabes, pero los mimos son la encarnación de la miseria humana, el reclamo silencioso de los que perdieron la voz, el apogeo de un sufrimiento que se acumula en el pecho hasta formar un nudo de dolor que aprieta la garganta permitiendo tan solo brotar lágrimas de odio.

Me asombró aquel comentario. Jamás me molesté en verificar si era cierto o no, ya que sus palabras sonaron sinceras y lograron llenar parte del vacío que sentí toda mi vida.

-Yo intenté ser mimo cuando joven -dijo-. Luego de unos años descubrí que no tengo suficiente disciplina, y entonces me convertí en payaso.

El anciano y yo viajamos juntos durante horas mientras me explicaba los rasgos esenciales de la mímica. De pronto me vi dando los primeros pasos en las rutinas más sencillas, ejecutándolas para él.

-Tienes facultades, muchacho; aunque haces demasiado ruido al gesticular.

-Hace años, mi padrastro me propició una fiera golpiza. Estuve una semana internado con la mandíbula quebrada y mis huesos fusionaron de un modo incorrecto. Desde entonces me muerdo la lengua a menudo a causa de la desviación de mi dentadura. Es por eso que mi lengua suele estar llena de llagas, sobre todo en épocas de estrés, y me es difícil respirar con la boca cerrada sin producir esos ruidos.

-Ese sí que es un problema..., los mimos deben ser silenciosos. Tendrás que mejorar eso.

Me mostró algunas gesticulaciones junto con la posición de la lengua en cada caso. Debo admitir que podría haber sido un gran espectáculo si no fuera por sus dientes negros y el fuerte olor a vodka que me desconcentraba.

El anciano me aconsejó que descendiera del tren en la estación de Cirque Valley, y que me dirigiera a la escuela de teatro, lugar en donde se reunían artistas callejeros de todos los rincones de la nación. Allí tal vez podrían darme alojamiento si me presentaba como mimo.

A pesar de su excentricidad, el anciano del tren me fue de gran ayuda. Y pensar que algunas personas temen a los payasos...

 

Continúa en... 

http://www.cortorelatos.com/relato/17630/diario-de-un-mimo-4-de-8/

 


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