El circo de los hermanos Sierpinski (2 de 5)

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II - FARKAS Y OTRAS CRIATURAS DESPRECIABLES

 

Se han contado numerosas leyendas en el circo sobre los orígenes del gran Farkas; algunos decían que su padre era un demente que lo castigaba sujetándolo con una soga de los tobillos y colgándolo de cabeza del techo; una vez así, lo tomaba de los brazos y lo estiraba hasta casi llegar al punto de dislocarle los huesos. Otra historia que recorrió los rincones del circo indicaba que la madre del trapecista pasó unos meses en un campo de concentración, hasta que una noche escapó atravesando un desagüe mientras cargaba con él en su vientre. Pero Farkas nunca hablaba sobre cuestiones personales, es por eso que todo lo que se decía de su nacimiento y de su infancia no eran más que conjeturas que mutaron en mitos cada vez más increíbles.

Los pocos que se atrevieron a hacerle preguntas sobre su vida previa a la etapa circense no recibieron respuesta alguna; el legendario artista del trapecio era demasiado presuntuoso para hablar de igual a igual con el resto de sus compañeros, y las pocas veces que se dirigía a ellos sus palabras no eran amigables:

-¡Oye, tú!, ¡esperpento! -le dijo al payaso Bongo- ¿Qué haces que no trabajas?

Bongo había pasado toda la mañana limpiando los desechos del elefante.

-Solo estaba tomando un descanso, señor Farkas. He estado trabajado durante todo el día.

El mundo siempre estuvo lleno de payasos, y Bongo estaba lejos de ser el más gracioso de ellos. Sus ojos mostraban la tristeza de mil despedidas, como si estuviera a la orilla de un mar de lágrimas. Además de su tristeza, era considerado el más tonto de los payasos, y sus compañeros también formularon muchas conjeturas en cuanto a lo que pudo sucederle de pequeño. Bongo solía ser enviado a realizar las tareas más execrables, y Farkas no tardó en aprovecharse de él:

-Los hermanos Sierpinski me han dicho que te vigile -dijo Farkas con su dura pronunciación de la erre-, y debo decirte que no requerí de mucho tiempo para notar que eres un holgazán. Estoy intentando adiestrar a ese elefante, pero tú vagancia no hace más que perjudicar mi arte.

El elefante anterior había muerto debido a los maltratos sufridos, y Farkas debía entrenar a uno nuevo para que éste lo elevara por los aires con su trompa. Su modo de adoctrinarlos lo habría convertido en el enemigo número uno de cualquier protectora de animales que lo descubriera.

Farkas miró a su alrededor en busca de otro artista de tercera clase, pues la tarea a realizar requería de dos hombres y él no deseaba ser uno de ellos; un artista con su renombre no podía arriesgar su salud física con tareas que no fuesen más que de entrenamiento. Fue entonces cuando vio al hombre de los pies gigantes a quien, aunque lo encontró ocupado, también le ordenó que dejara lo que estaba haciendo para seguir sus indicaciones:

-¡Oye, tú!, ¡adefesio! -le gritó- Trae los rollos de alambre de acero que están allí.

El hombre de los pies gigantes estaba peinando a los perros poodle malabaristas que acababa de bañar, pero hizo una pausa en sus tareas para obedecer al gran Farkas:

-Ya voy, señor; no me tardo.

Suena irónico, pero el hombre de los pies gigantes jamás logró saltar a la fama dentro del circo de los hermanos Sierpinski. Al igual que otros artistas que no llamaban la atención, debía ayudar en los actos de sus compañeros más talentosos. Con el tiempo había perdido todo su honor y solo le quedaba obedecer por miedo a ser aún más maltratado.

Una vez que llegó con el rollo de alambre, el trapecista les dijo a él y al payaso Bongo lo que debían hacer:

-No deben tener al elefante encadenado, idiotas; si lo tienen todo el día sujeto a un poste, cuando lo suelten se descontrolará. Háganle un corral con este alambre que compré para que se acostumbre a quedarse quieto incluso cuando sea liberado.

-Pero los elefantes son muy fuertes, señor - dijo Bongo.

-"Pero los elefantes son muy fuertes, señor" -lo imitó Farkas. Lo hizo bastante bien, a pesar de su duro acento- ¡Eso ya lo sé, payaso! Es por eso que traje este alambre de navaja. Es de acero, y si lo sujetan bien, el elefante no podrá atravesarlo. Hagan un cuadrado de cinco metros de lado y un metro de altura.

-Pero cuando él quiera atravesarlo se lastimará los pies, señor -dijo Bongo.

-"Pero cuando él quiera atravesarlo se lastimará los pies, señor" -lo imitó otra vez Farkas- ¡Eso ya lo sé, payaso! El elefante no verá al alambrado y al intentar salir del cuadrado se lastimará las patas. Luego de uno días, cuando el dolor lo venza, aprenderá a quedarse quieto y me permitirá realizar mi arte encima de él.

A pesar de los maltratos recibidos de manera constante, Bongo aún se atrevía a dar su opinión; no pasaba así con su compañero, quien no dijo palabra alguna y solo acató las órdenes del trapecista. Suena irónico, pero el hombre de los pies gigantes andaba de rodillas desde hacía mucho tiempo.

Así era la vida circense; cada artista ganaba su respeto en el espectáculo, y los que menos aplausos recibían eran considerados miembros de la casta más baja y despreciable. Así, Farkas fue a relajarse a su tráiler mientras el trabajo duro era realizado por "Esperpento" y "Adefesio" (también conocidos como el payaso Bongo y el hombre de los pies gigantes).

 

 

Continúa en la tercera parte:

http://www.cortorelatos.com/relato/18277/el-circo-de-los-hermanos-sierpinski-3-de-5/

 


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