PESCA NOCTURNA EN EL LAGO TIHUAPEC

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El lago Tihuapec siempre fue el lugar más concurrido del pueblo durante el día. Gente de todas partes se acercaba a pescar, a reír entre los árboles y a disfrutar de su largo muelle de madera; de esos a los que da ganas de atravesar corriendo para tirarse de bomba en el agua. Sin embargo, apenas comenzaba a oscurecer, las personas se retiraban en silencio como si un toque de queda les prohibiera permanecer al aire libre. Pero todo cambió cuando Mike llegó al pueblo.

 

Era una noche como todas en el viejo bar. El cantinero, un anciano calvo con una cicatriz que le atravesaba un ojo, le pasaba un trapo sucio a una copa fingiendo que la estaba limpiando. Contrario a lo que podría sugerir a primera vista, era un buen empleado, ya que la única manera de soportar su rostro era con varios tragos encima.

Ya era tarde y solo quedaba un cliente: un borracho que dormía con la cara apoyada sobre la barra. En ese momento ingresó nada menos que Mike; y si esta historia fuese una de esas en las que hay un héroe, ese sería Mike.

Al ingresar, hizo notar su corpulencia en cada paso. Llevaba el cabello enmarañado, barba de una semana, una camisa a cuadros con varios botones faltantes y unas botas llenas de barro. Cargaba con un pequeño bolso en el cual cabía todo su mundo, incluyendo una caña de pescar que parecía haber sido diseñada por un niño. El anciano lo observó de la cabeza a los pies con su único ojo sano.

–Buenas noches, caballero –dijo el cantinero– ¿En qué puedo servirle?

–Buenas… Una jarra de cerveza.

–Supongo que anda buscando hospedaje. Puedo ofrecerle una habitación muy económica.

–Eso no será necesario –dijo Mike–. Me iré a dormir junto al lago para despertar antes de que amanezca.

El borracho que estaba con la cara apoyada sobre la barra se levantó, observó a cada uno de los dos hombres y luego se retiró en silencio.

–Nadie va al lago Tihuapec por las noches –dijo el cantinero– ¿No conoce usted la historia de la niña?

–¿Acaso está prohibido pescar de noche? –preguntó Mike.

–No está prohibido, pero nadie se atreve a ir. Le explico…, hace mucho tiempo, cuando el pueblo era joven y yo ya era viejo, desapareció una niña. Dicen que fue a jugar a la orilla con una grulla de origami.

–¿Una qué de qué? –preguntó Mike.

–Una grulla de origami…, una pajarita de papel. Espere que le muestro.

El tabernero tomó una hoja y comenzó a plegarla hasta realizar una figura de una grulla.

–Así, ¿ve? La cuestión es que la niña desapareció. Los padres y los vecinos la buscaron, pero fue inútil. A la mañana siguiente la corriente trajo la grulla hasta la orilla, sin embargo el cadáver de la niña jamás fue encontrado. Se cree que la grulla de papel se alejó hacia el centro del lago y ella se ahogó al intentar atraparla. Poco después, aquellas personas que iban solas al lago por las noches, también comenzaron a desaparecer sin dejar rastro. Hace décadas que nadie se acerca a ese lugar una vez que cae el sol.

Mike bebió de un trago la cerveza que quedaba en el jarro, puso un billete sobre la mesa y tomó de nuevo el bolso y la caña de pescar:

–Agradezco su consejo, pero yo no soy una niña. Además sé nadar muy bien.

–Se lo ruego, no se acerque al lago, señor. Le recomiendo alquilar una habitación. Puedo hacerle un buen descuento.

Mike se acomodó el bolso en el hombro:

–No se preocupe, viejo. Nos vemos mañana. Ya verá, le traeré un pescado más grande que su cabeza.

El cantinero se inclinó sobre la barra:

–Tome –le dijo–, llévese la grulla. Dicen que traen buena suerte.

El empleado metió la pajarita de papel en el bolsillo de la camisa de Mike y éste se retiró del bar.

“¡Qué viejo ignorante!, ¡creer una historia como aquella! ¿Acaso era tan tonta esa niña? Morir ahogada por una grulla…, por una estúpida grulla de papel…”

Diciendo éstas y otras frases similares pero más vulgares, el hombre de la camisa a cuadros llegó al lago Tihuapec.

En la orilla se sacó las botas y acomodó su caña de pescar con la esperanza de atrapar algo durante la noche. Fue inútil, sus ronquidos espantaron a todo ser viviente.

Dos horas más tarde despertó de un sobresalto, el viento soplaba fuerte y el agua lo empapó hasta la cintura.

–¡Maldita sea! ¿Por qué ese viejo no me previno de esto en lugar de andar contando cuentos sobre niñas y pajaritos?

El fornido hombre se estaba poniendo de pie cuando algo lo sujetó del tobillo; era un pequeño brazo. No tenía piel y casi no tenía carne; sin embargo, la mano de dedos putrefactos se le clavó con fuerza.

Mike gritó e intentó soltarse, pero cayó de nuevo al suelo. Fue entonces cuando el cadáver de una niña salió del agua. Su rostro era una calavera llena de sanguijuelas, y traía una ropa raída cubierta por algas. La niña se acercó a Mike, quien quedo inmóvil en el lodo respirando en forma entrecortada. El miedo no le permitió hacer nada cuando ella le apoyó la mano en el pecho, como si quisiera arrancarle el corazón.

La criatura del lago no tenía intenciones de matarlo, sino que lo sujetó de la camisa y tiró de ella rompiéndole el bolsillo, liberando a la grulla de papel que tenía allí. La niña tomó la figura de origami y se hundió de nuevo en el lago para descansar en paz por siempre.

El corpulento individuo quedó temblando y sollozando durante un largo rato, en completo estado de shock. De repente la caña de pescar que parecía haber sido diseñada por un niño comenzó a moverse…

La entrada del viejo bar fue eclipsada por una figura; era Mike, había regresado. El cantinero quedó estupefacto al verlo con vida. Estaba embarrado y con la camisa rota, peor trazado que la primera vez que lo vio. Sin decir palabra, Mike apoyó un enorme pescado sobre la barra y se retiró para nunca regresar.

 

Durante muchos años nadie se atrevió a pescar de noche en el lago Tihuapec; pero todo cambió cuando Mike llegó al pueblo. Hoy son muchos los que se animan a ir a todas horas, incluso están los que se quedan a dormir en sus orillas, y nadie volvió a desaparecer. Las versiones de lo que ocurrió aquella noche se multiplican a medida que pasa el tiempo, pero hay algo en lo que todos coinciden: para ser protegido por el legendario Mike, no hay que olvidarse de llevar en el bolsillo una pequeña grulla de papel.

 

Autor: FEDERICO RIVOLTA


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