Somos nosotras. 2 parte.

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Pasando frente a las coloridas montanas de aceitunas y especias, cuyo olor abre el apetito a todo visitante que por allí se quiera perder, llegamos a la bulliciosa parada de taxis, donde los coches azules y blancos como un cielo nublado, esperan impacientes a sus pasajeros. Claudia toma uno apresuradamente y pide impaciente al malhumorado taxista que se dirija a su casa. Se le ha hecho tarde y solo eso, puede ser la chispa que prenda la hoguera. Por fin, tras un interminable viaje, el coche se detiene frente a su portal. Abre la puerta, y ésta da un portazo al cerrarse tras de sí. Subiendo las escaleras, desea que nunca acabe el ascenso, se imagina una interminable escalera de caracol que nunca llega a ninguna parte, y por lo tanto, a ninguna puerta. Pero pronto se encuentra ante ella, y la abre con gran pesar. Allí, en el salón, espera el, se ha hecho tarde y no lo perdonará. Así, la bestia ataca en feroces embestidas, que acorralan a su víctima, hasta quedar inerte. Y esta vez no se levanta, ya no quedan fuerzas.  El edificio es pequeño; solo tres pisos y seis puertas, como siempre, todos los vecinos han podido oir nuestros claros y desesperados gritos, siempre nos oyen, pero nunca escuchan….

En la plaza, hay un sinfín de cafés y restaurantes donde los hombres se entretienen fumando y observando todo lo que pasa por delante…. Las mujeres con sus delantales trabajan afanosas en las cocinas, pues los clientes esperan hambrientos en sus mesas. Desde aquí accedemos al viejo puerto, donde pequeñas embarcaciones van y vienen vendiendo las montañas de sardinas que diariamente caen en sus redes.

Julia, llega a su pequeña casa del puerto, parte de tan singular paisaje. La humedad lo ha devorado todo, la puerta agrietada, chirria estridente a su paso. Dejando las llaves en su cuenco de barro, se dirige a la pequeña sala, donde un viejo y mohoso sofá la espera junto a la ventana. Se deja caer en él con desidia y cansancio. Por el pasillo que nos ha llevado hasta aquí, numerosas fotos de familiares, hijos e hijas, hermanos y hermanas ya difuntos, amistades del pasado la acompañan y observan, casi parece que se ríen de ella, pues ya en su vejez, nadie se acuerda, nadie acompaña, no hay una llamada de la que alegrarse…. Y así, tendida en su sofá, julia exhala su último suspiro, envuelta en nostalgia y  melancolía. Estamos solas.  

La playa se dispersa ante Alicia desparramando la arena como si nadie la pudiese contener. El mar, de un profundo y oscuro color azul, huele a sal y una fuerte brisa golpea su hermoso y pequeño rostro. A lo lejos alguien juega con las olas, y por allí unos niños construyen castillos de arena… ya es la hora de volver, ha de acostar al bebe, ha de darles la cena, pero no puede… y tratando de dilatar el momento, toma un camino hasta ahora desconocido. Así, llega a la biblioteca, cuyo majestuoso edificio le sorprende como musa al artista. Sin darse cuenta se encuentra subiendo sus escaleras, observando la interminable colección de libros que albergan sus paredes. Y así, soñando que algún día ella también podrá tener los suyos propios y acudir a la escuela como otros niños y niñas que conoce, se duerme plácidamente, esbozando una tierna sonrisa con dulce sabor a esperanza.

Somos nostras….las invisibles…. las que habéis asesinado, las que estáis asesinando….

Somos nostras… las invisibles… las mujeres que habéis abandonado…. os  molestamos…. Nos habéis abandonado….

Somos nosotras… las invisibles…  las niñas sin futuro ni presente….

 

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