Tierra, fuego, presidio y muerte.

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   Cantaban todos a coro, solo el canto alegraba sus corazones entristecidos ante la noche que iba a ser la última de sus vidas.

   La guerra había sido larga y dura muchos amigos habían muerto en las trincheras; incluso algunos amigos habían matado a sus amigos. Román recordaba cómo sin saber muy bien como había acabado uniéndose a un bando en el que no creía. En una guerra en la cual, a decir verdad… no había bando que representara su máxima: amor a la vida. Cada bando defendía férreamente su idea sin darse cuenta que cada bando era el reflejo o la respuesta contraria del otro en un principio interminable de acción-reacción.

   Ahora él, un joven de pueblo sin apenas cultura ni lectura estaba a punto de ser fusilado por quien sabe por qué. Su vida había consistido en labrar los campos de trigo que su familia poseía en el pueblo hasta que llego la guerra. La guerra quemo esos campos. La guerra fue la segunda etapa. Y la tercera fue la cárcel.

   Tierra, fuego y presidio. Solo faltaba una etapa.

   Un día conto su historia a otro hombre cautivo. Ruíz lo llamaban. Ruíz era un hombre de buenos modales, los propios de un maestro de escuela, que ese había sido su oficio. Con la guerra el maestro dejo de ser maestro y Ruíz cayó en desgracia.  Durante la guerra fue encarcelado y acusado de adoctrinar a los niños en unas ideas contrarias al régimen.

   -Tu vida es digna de contar. Yo te enseñare a escribir para dar oportunidad a los hijos de tus      hijos a tener memoria –le había dicho al escucharle.

   No sin esfuerzo y mucha ayuda Román consiguió aprender a escribir.

   Cuando la luz de la luna le beso el rostro supo que su hora había llegado. Entregó su vida escrita a otro reo y le hizo jurar que haría llegar ese papel a su esposa. A los pocos minutos un guardia abrió las puertas de la celda y los ordeno salir en fila de a uno.

   El paseíllo se hizo largo. Delante de Román caminaba el maestro y detrás un panadero. Ruíz recitaba un poema. Él panadero lloraba. Román se limitaba a no bajar la cabeza.

   -Colóquense en fila –grito un sargento.

   -¡Levanten…armas!¡Apunten!- el sargento se tomo unos segundos para dar la siguiente              orden. Román pudo por última vez el sonido del viento. -¡Fuego!

   La última etapa de su vida estaba cumplida.

   Tierra, fuego, presidio y muerte.


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