Paradoja

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 Nada de esto tiene sentido.

Abrí los ojos, súbitamente, como si algo o alguien me estuviera llamando. Pero no. No entendía en dónde me encontraba. Y no es que no me daba cuenta del espacio que me rodeaba, de que estaba en mi habitación, es que no lo comprendía, me sentía ajena a todo. Era todo muy confuso.

Recordaba, que, años, o días, u horas, minutos antes ¿tal vez? (no lo sé, porque el tiempo dejó de ser real en ese momento para mi), yo estaba sentada, escribiendo. Recuerdo abrumadoramente la profunda tristeza que invadía mi cuerpo. Recuerdo que me oprimía el pecho, quería gritar, y, digno de una pesadilla, quería gritar pero no podía. Repentinamente todo se enrareció. La atmósfera que me rodeaba se había tornado densa, sofocante. Mis oídos estallaban. Yo miraba, pero no veía. Sentía un espantoso olor a cigarrillo, como si algo se estuviese quemando lentamente. Sentía como el papel se hacía piedra bajo mis manos, sin dejarme continuar escribiendo. Mi desesperación aumentaba demencialmente. Es que acaso, ¿era esto una pesadilla? Miro el reloj, las agujas avanzan del modo en que lo hacen siempre. Me tranquilizo unos segundos. Si, siempre lo hago cuando no distingo si estoy en un sueño o en la vigilia. Por lo general, en mis sueños veo a los relojes como artefactos mecánicamente complejos, que me quieren torturar, pasiva pero despiadadamente, con un ruido aturdidor que viene de sus agujas moviéndose, haciéndolo cada vez con más rapidez hasta el punto en que se convierte en un solo sonido, tortuoso, interminable, o empezando a girar para el lado contrario y yo quiero revertirlo pero siento cómo todo me supera. Y yo no sé cómo defenderme. Entonces lo dejo de mirar, o me tapo los oídos, pero ese ruido se hace más y más fuerte, haciéndome sentir la inminencia de una bomba por estallar.

Pero no, esto no es así, el reloj marcaba las 00:40, yo no me había dormido. Comienzo a recordar, haberme sentado minutos antes, en mi habitación, con una botella de vino  y con un cigarrillo en la mano. Recuerdo también el dolor, la opresión, la angustia, el sentimiento absurdo.

Yo estaba despierta, era como si el mundo a mi alrededor se durmiera. Morir, pensé instantáneamente, esto debe ser lo más parecido a morir. Entonces fue cuando lo supe, lo comprendí; yo estaba muriendo.

Sensaciones nuevas empecé a experimentar. De a poco todo a mi alrededor comenzó a desvanecerse, miraba exhaustivamente hacia todos lados, como buscando algo a lo que poder aferrarme, con la absurda idea de que de ese modo no me iba a ir, no me iba a morir. Pero todo se alejaba. Me paré, intentaba caminar, el piso se hundía. En vano intenté correr por la desolada habitación, nuevamente tenía la idea absurda, de que así iba a llegar a algún lado y escapar, pero cuanto más lo hacía, todo parecía abandonarme con mayor rapidez. Sentía la vulnerabilidad de un niño abandonado por una madre. Volví a mi silla, donde me hallaba antes, sentada. Levanté la vista, observé un cuadro, el único que tengo colgado en la pared. Lo miraba, pero me costaba enfocarme, entrecerraba los ojos haciendo fuerza, como cuando el sol de verano encandila. Observarlo, solía hacerme sentir un instante de paz. Se puede visualizar un paisaje, vivo, radiante, un extenso lago y parada justo a su lado una bella mujer, que me transmitía serenidad, una mujer que, sé que no existe, pero a la que siempre creí conocer  de algún lado, Y justo en ese momento, como nunca antes, lo vi, como una epifanía, esa mujer me hacía acordar a mi. Tenía algo en la mirada, mezcla de dolor con un esbozo de alegría, como si estar en ese paisaje también la calmara por un instante, como si fuese su único momento de plena felicidad.

Momentáneamente, una idea invadió mi cabeza. Escribir. Hacerlo siempre me conecta con la realidad, paradójicamente, puedo “volar” mientras lo hago. Pero me hace sentir que todo es real, que es un aquí y ahora, que vivo. Estiré mi brazo, y logré alcanzar, con la poca fuerza que me quedaba, una pluma, y comencé a escribir; "estoy aquí ahora", mi letra fluctuaba, se hacía progresivamente más grande y luego más pequeña, como si mi cerebro sufriera choques eléctricos. "No me estoy muriendo", "aquí y ahora", "no me muero", "no me muero", "no me muero". De repente, todo se movió brutalmente, fue como una abrupta sacudida. Pestañeé rápido un par de veces, y todo a mi alrededor se tornó inmóvil, más estático, más visceral. En el suelo podía vislumbrar un cigarrillo encendido, casi apagándose,  quemando la alfombra, y a su lado, un cuerpo. Era realmente inquietante, nunca antes había experimentado lo que se sentía observar un cuerpo inerte, un escalofrío recorría mi ser, pero más inquietante aún, fue verme a mi misma, porque eso que estaba en el suelo, no era otra cosa más que mi cuerpo, el que irónicamente, ya no me pertenecía. Decidí mirar nuevamente la hoja que tenía delante, comencé a leer, ahora podía ver claramente las letras. Leía de abajo hacia arriba, había escrito más de lo que imaginaba. Pensaba: ¿cuánto tiempo estuve muriéndome? Seguí subiendo la mirada sobre la hoja, hasta que visualicé una línea que decía: "Nada de esto tiene sentido". Una perturbadora sensación me invadió íntegra. Como un deja vu, como un sueño dentro de un sueño. "Estoy aquí y ahora", repetía en vano. Miré arriba de todo, en la hoja, algo que hasta el momento pareciera no haber siquiera notado. Advertí que había algo más escrito pero la tinta estaba corrida, corrida por mis propias lágrimas. Decía: "Son las 00:30, estoy aquí sentada, escribiendo, sólo tengo una botella de vino, un cigarrillo, una profunda y desgarradora tristeza, y un frasco de pastillas que va a terminar definitivamente con aquella. Si, voy a morir, aquí y ahora"

Nada de esto tiene sentido.

 

 


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