La vichyssoise de la mujer barbuda

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"Todo en el Gran espectáculo de variedades y fenómenos de Monsieur Poussin era un fraude, salvo Monsieur Poussin. El hijo de Buffalo Bill difícilmente podría haber nacido en Chiclana en 1923 y el unicornio no era más que un jamelgo, de nombre Rocinante, al que el empresario engalanaba con un cuerno de madera. Aún así, o precisamente por ello, Jacques Poussin sigue siendo un referente mundial del show business.

Nacido en Le Havre en 1876, Jacques Poussin tuvo claro a muy temprana edad que su futuro no se encontraba en los astilleros de la ciudad portuaria, embarcándose de polizón con tan sólo doce años en el SS La Bourgogne con destino a Nueva York. Aunque de inglés sabía lo justo, gracias a su natural desparpajo supo desenvolverse sin dificultad en los Estados Unidos, ya fuera como limpiabotas o repartidor. «El destino me esperaba en el Barnum & Barley Circus», declararía años después, afirmando que junto a Jo-Jo, el hombre con cara de perro, y al resto de fenómenos que allí trabajaban encontró la familia que nunca tuvo en Le Havre. 

Con veintinueve años fundó la Bourgogne Company (llamándola así en recuerdo del transatlántico que lo llevara al Nuevo Mundo), cosechando con su Gran espectáculo de variedades y fenómenos un enorme éxito en todo el país. La lenta recuperación económica que sucedió a la Gran Depresión pospuso hasta 1939 el tour que tenía previsto hacer por Europa, con tan mala fortuna que la invasión nazi de Polonia pilló a la Bourgogne Company en medio del Atlántico, quedando la troupe varada en España a la espera del fin de la contienda mundial.

Otro se hubiera rendido ante la adversidad pero Monsieur Poussin supo adecuar su espectáculo a los gustos y normas del país, y así llevaba ya cinco años, yendo a cuanta fiesta local o romería se pusiera al alcance, cuando Andrea Mediavilla se cruzó en su camino [...]"

 

*        *        *

 

–¡Mejor que la del Ritz! –alabó el empresario con aquel español suyo de acento tan peculiar, reflejo de los lugares y las personas con los que había compartido la vida.

La Bourgogne Company estaba en Monesterio con motivo de la festividad de San Isidro y en una venta de las afueras habían coincidido Monsieur Poussin y Andrea Mediavilla, donde la joven trabajaba como cocinera, siendo su especialidad una crema fría llamada vichyssuise que el empresario únicamente había disfrutado hacia el año quince en el Ritz de Nueva York.

–¿Cómo ha llegado esta delicatessen a un lugar tan… apartado, ma chérie?

–Fui cocinera en la embajada inglesa en Madrid –respondió la joven con timidez, la larga cola con la que se recogía el cabello cubriéndole la mejilla izquierda–. Samuel Hoare, el embajador, la adoraba.

–¿Trabajarías para mí? –disparó el empresario a bocajarro–. El sueldo será escaso y las incomodidades muchas, pero formarás parte de una gran familia. Y podrás actuar si lo deseas.

Andrea sonrió con tristeza y apartándose el pelo de la cara le preguntó a Monsieur Poussin: «¿Quién querría verme?», cogiéndolo totalmente desprevenido. Una larga cicatriz le recorría la mejilla desde la oreja hasta el mentón y ante el sincero interés del empresario, la joven se decidió a contar su desgracia entre silencios y medias palabras, refiriendo avergonzada las muestras de afecto no buscado con las que la abrumara William Osborn, mayordomo del embajador y esposo de Judith, el ama de llaves, y cómo el cuchillo rasgó el aire, la piel y la carne aquella noche en que los celos guiaron la mano de la despechada. «Sé que no ha pasado nada –admitiría después Judith mientras cosía con delicadeza la herida de su víctima– pero sólo era cuestión de tiempo el que mi marido te sedujera. Y eso no lo podía consentir».

–Nunca más tendré que preocuparme por ti, Andrea. Disfruta de tu trabajo, tan importante en estos difíciles días, y no me guardes rencor.

Pero Andrea fue incapaz de cruzarse todos los días con su verdugo, y en su huida llegó a aquella venta extremeña donde la apodaron «la Mujer Barbuda» por llevar siempre oculta la mejilla izquierda con el pelo.

–¡Cuánto has sufrido, ma chérie! Y por eso el destino ha cruzado nuestros caminos.

»¡Serás nuestra cocinera! No hay más que hablar. Y nos ayudarás en el escenario. «La Mujer Barbuda», te llamaron. ¡Pues eso serás! Sólo necesitamos un poco de pelo de cabra con el que tejerte una barba apropiada.

–¡Pero eso sería un engaño! –contestó Andrea escandalizada.

–No, ma chérie. Es actuar.

–¿Como Amparo Rivelles?

–Yo pensaba más bien en Marlene Dietrich.

 

*        *        *

 

–Andrea. Una señora quiere ver a Monsieur Poussin.

–Gracias, Conrado. Yo me encargo.

La Bourgogne Company había arribado a Madrid. A pesar de haber transcurrido solamente un año desde el encuentro de Andrea con el empresario, la joven se hallaba totalmente integrada en la troupe, siendo tal la confianza en ella depositada que quedaba a cargo de la compañía cuando, como en aquel momento, Monsieur Poussin se ausentaba para «estrechar lazos» con los representantes locales. Con la destreza que da el hábito, Andrea se puso la falsa barba que caracterizaba a su personaje –siempre lo hacía antes de tratar con alguien ajeno a la troupe–, y fue al encuentro del posible cliente.

Casi cae desmayada cuando vio a Judith, la protagonista de sus pesadillas, esperando junto a Conrado. Con toda la sangre fría que pudo extraer de su tembloroso cuerpo, consciente de que sería imposible que la reconociera bajo el disfraz, Andrea se aproximó a la pareja, comprobando con satisfacción que la presencia de la mujer barbuda intimidaba al ama de llaves.

–Gracias, Conrado –dijo Andrea enmascarando la voz para sorpresa del joven–. Yo atenderé a…

–Señora Osborn.

–¿En qué puedo ayudarla… Señora Osborn?

Con la eficiencia que recordaba en ella, Judith expuso que el nuevo embajador, Douglas Howard, iba a celebrar una recepción y que era su deseo amenizarla con un ilusionista. Mientras las mujeres negociaban las condiciones del contrato, el fuego oscuro de la venganza prendió en el interior de Andrea, iluminando un camino de sangre sólo visible para su alma atormentada. Y así condujo a Judith hasta la carpa del ilusionista, encantadora en su papel de anfitriona, describiendo cada uno de los cachivaches que allí se encontraban.

–Y en este sarcófago –comentó ante un cajón de madera de la altura de una persona–, el Gran Jag Niwas mete a su asistente para a continuación atravesarlo con nueve espadas. ¡Y el muchacho no sufre ningún daño! Es magia muy avanzada.

»¿Le gustaría comprobar que no hay truco alguno?

Judith entró de mala gana en el interior del cajón tras lo que Andrea cerró la tapa con un sorpresivo movimiento, quedando la mujer encerrada y a su merced. «Sin rencores, Señora Osborn», dijo al ama de llaves usando su verdadera voz, y tras eso ensartó la primera de las nueve espadas que el ilusionista afilara aquella mañana con verdadera pasión.

 

*        *        *

 

"[...] cuando Andrea Mediavilla se cruzó en su camino, protagonista un año después de un sangriento suceso que sobrecogió a la sociedad madrileña. «La venganza, como la vichyssoise –diría Monsieur Poussin al reportero de ABC desplazado al lugar–, es un plato que se sirve frío». Tras ese terrible acontecimiento, Monsieur Poussin [...]"

 

B.A., 2.016


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