318 SUR 1 PARTE

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                                                        318 SUR

El hombre joven, moreno, de contextura robusta; sentado en el borde de una camilla de hospital; espera nervioso en su cubículo. No ha dormido en toda la noche, pero no tiene sueño; el plato con el desayuno casi intacto reposa en una mesita auxiliar junto a la cabecera. Sus manos apoyadas en la colchoneta, muestran las huellas de los agujazos, los pies descalzos cuelgan fuera de la cama.

  En su brazo izquierdo, casi a la altura del pliegue del codo, hay un catéter conectado a una vena, a través del cual le suministran líquidos y medicamentos. Un tapabocas quirúrgico  cubre la mitad inferior de su rostro y no deja ver sus fosas nasales; las cuales están  taponadas con gasas manchadas de sangre. Esto lo obliga a respirar por la boca. Está triste y preocupado. Es su cuarto día de hospitalización y esta mañana llegarán los resultados de sus exámenes.

Quizá hoy acabe la incertidumbre que lo ha agobiado en los últimos tres meses. Tal vez hoy pueda saber con certeza, la naturaleza de la enfermedad que lo ha tenido visitando clínicas y hospitales, consultando a médicos que no lo miran a los ojos cuando le hablan; y tampoco  comprometen su criterio profesional arriesgando  un diagnóstico.

   Solo y ensimismado en sus pensamientos; no advierte la llegada de una doctora. 

—Buenos días—, la voz neutra de la médica de turno en el servicio de oncología, lo saca de su abstracción.

—Buenos días doctora.

—Tenemos sus resultados—, la mujer le entrega una hoja de papel impresa por una cara.

     Un membrete azul y blanco encuadra el nombre del centro de estudios de patología donde su EPS remite los exámenes especializados. Con mano temblorosa el joven toma el papel y lo lee. Es un galimatías; pero en el penúltimo renglón: LLA de precursores B, y entre paréntesis: LEUCEMIA LINFOCÍTICA AGUDA. Así, con mayúsculas. No pudo leer el resto; ni era necesario, el papel cayó de sus manos a la cama.

   La doctora, una mujer bastante joven, de rasgos árabes en sus delicadas facciones, lo miró casi con indiferencia; sin embargo, antes de salir del cubículo, tuvo un gesto de humanidad; el único  que él le vería durante su estadía en la clínica. Por un segundo, posó la palma de una manito blanca en su espalda.

 —En junta médica, se decidirá su tratamiento—le dijo, y se fue envuelta en  un aroma de esencias estrato ocho.

  Leucemia: La palabra se cuela y da vueltas por los vericuetos de su mente. Solo el hecho de verla escrita, intimida.

   Estremecido, los ojos anegados de lágrimas, le tiemblan los labios y las manos; respira profundo tratando de encontrar el aire suficiente para serenarse. Le cuesta absorber el impacto de la noticia, los pensamientos se atropellan, el corazón galopa desbocado, la sensación de vértigo es tan intensa que lo acometen las náuseas; pero logra controlarse.

—Mi Mathi, dice en voz baja. Mi Mathías; repite, y vuelve a quedar en silencio.

Pensar en su hijo de casi cuatro años, le produce opresión en el pecho. Reúne la fuerza suficiente para tomar  su teléfono y marcar.

 —Hijo buenos días, ¿cómo amaneciste?   Le contestan.

—Hola pa´, ahí; ya salieron los resultados: Silencio.

— ¿Qué dicen?

—Que tengo leucemia, aparenta firmeza y tranquilidad; pero un leve temblor en la voz lo delata. Finaliza la llamada sin esperar la voz al otro lado.

   Al día siguiente, como estaba previsto, una junta de médicos especialistas en hematología y oncología; da su veredicto: Quimioterapia para empezar, luego miraremos. Etéreos.

  Quimioterapia. Por supuesto que sabía lo que significaba la palabreja, algo había oído sobre lo terrible que eran los efectos secundarios, pero la gente siempre habla; tendrá que empezar cuanto antes a leer sobre ese tema. El Dr.  Google tal vez me ayude con alguna información.

  Escribe en su muro: Estoy hospitalizado desde hace cuatro días, me acaban de diagnosticar leucemia y empiezo quimioterapia mañana. Lacónico.

  La noticia vuela y se replica por las redes sociales; en minutos, una avalancha de mensajes le llega de todas partes. Amigos, conocidos, desconocidos y familiares, expresan su consternación.

— ¿Cómo así?

— ¿Qué paso?

—Son los designios de Dios — le escribe alguien; pero él no se imagina al Supremo Creador, mandándole enfermedades a la gente.

 —Eso no lo creo— mueve la cabeza con pesar. — Esa no es mi idea de Dios —. Nadie lo escucha.

— ¡Hora de visitas! — cacarea un vigilante fuera del cubículo, en el servicio de urgencias; donde pasa largas y amargas horas en soledad.

   Un rato después llega su esposa. Está angustiada, pero no deja que se le note, no delante de él. Lo mira directamente a los ojos y lo abraza.

 — ¿Hola amor, cómo estás?

—Aquí amor, preparándome pa´ lo que viene; imagino que ya sabes.

Ella asiente y cambia de tema.

—Mathi te manda muchos besos. Su voz es dulce, amorosa, pero sin quiebres, firme.

 —Esta mujer es una roca— piensa él. Después de varios   minutos enlazados y  sin hablar, deshacen el abrazo; ella diligente y cuidadosa le acomoda el tapabocas que se le ha movido; hace un gesto gracioso con los ojos y le acaricia el rostro con ambas manos.

 —Ésa es la actitud que espero de mi hombre; sonríen con complicidad. La mujer abre una bolsa de papel con el logotipo de una aerolínea.

—Te traje unas cosas—.

  Una enfermera, vestida con impecable uniforme de color purpura, elaborado con  tela  antifluidos entra al cubículo y rompe sin querer, aquel momento de intimidad.

—Señor José, vengo a tomarle unas muestras de sangre para el laboratorio, y dirigiéndose a la esposa: Por favor espere afuera.


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