Dejarse ir

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Hay un pequeño fantasma viviendo en el desván de nuestra nueva casa, a veces nos despierta en medio de la noche susurrándonos al oído. También hemos descubierto que tiene por costumbre subir al tejado por las tardes y contemplar la puesta de sol.

Los vecinos lo saben y creo que han empezado a hablar, a veces notamos miradas de reproche, como si fuera nuestra la culpa, como si el fantasma fuera nuestro, como si lo hubiéramos traído con nosotros. Carmen dice que tal vez nos culpan porque creen que no nos amamos lo suficiente y que esa es la causa de que el fantasma siga ahí. Como si un amor más grande que el nuestro pudiera evitar que el pobre pequeño fantasma siguiera subiendo al tejado, cada atardecer. Yo no creo eso. Creo que no hay nada que nosotros pudiéramos hacer para compensar las cosas. Nuestro amor, si crece, solo podrá borrar su recuerdo, dejarlo sin espacio, pero nunca restituir lo perdido por el pequeño fantasma abandonado a las puertas del paraíso. Un día de repente, descubrió que esta solo y que el tiempo no girará hacía atrás para él. Que lo qué fue, se perdió.

Carmen no puede evitar inquietarse, porque algún día queremos tener niños, a ella le gustaría que pudiéramos borrarlo, hacerlo desaparecer. Ha hablado con algunos vecinos, a ella no le cuesta nada hacer nuevas amigas, ya sabe muchas cosas de la pareja que vivió aquí antes que nosotros. Llegaron un día sonriendo y se marcharon tres meses después cada uno por su lado, llorando. El fantasma ahora sale al tejado y yo sospecho que les espera. Es horrible. Su única razón de ser es esperarles.

-La casa es nueva, como nos dijeron –Me cuenta Carmen mientras decoramos juntos una tarta que pensamos comernos únicamente nosotros dos–. El problema no es ese.
-De todos modos ¿Qué podemos hacer?
-Somos los segundos inquilinos.
-Pero ¿Qué podemos hacer?
-Nada. Pero si vamos a tener niños tiene que irse.
-Es el fantasma de los posibles, del algún día, ¿Sabes de lo que me hablaba la otra noche…?
-A mí ha dejado de susurrarme, sabe que ya no me hace ninguna gracia.
-¿Te imaginas si nosotros también hemos dejado algo atrás?
Carmen me mira como si eso fuera lo más estúpido del mundo. Que importa el pasado cuando esperas renovar tus alianzas con la vida y crear más vida. Que importan todos los fantasmas de todos los amores rotos que haya habido en el mundo, se morirán todos, en cuanto alguien los olvide habrán muerto. Pero la vida no, cada una procede de millones y cada una precederá a millones. ¿Qué somos nosotros en medio de todo eso? ¿Hasta que punto tenemos algún valor?
-Nunca tuviste un novio en el instituto al que eches de menos.
-¿Echas tú de menos a alguna? –Nunca se enfadaría por eso, sólo quiere proseguir.
-No. No es eso lo que quería decir, sólo que cuando dejas ir a alguien o te dejan ir a ti, todo lo que queda por decir, por hacer, todo eso irá a alguna parte. Quedará en algún sitio.
-Quieres decir que nosotros también hemos dejado algún fantasma atrás.
-Eso.
Ella no dijo nada.

La otra noche el fantasma me tuvo despierto hasta casi el amanecer, hablándome de lo bonito que es cuando alguien te importa. De lo perfecto que es cuando nos amamos. Pero él no es nuestro fantasma, yo no puedo ver nuestro amor pero lo sé, Carmen sí, ella ve más allá de las paredes, más allá del tiempo. Por eso no le hace gracia el fantasma, por eso no piensa más que en deshacernos de él, porque tiene razón; el fantasma solo nos entristecerá, nos dejara doloridos y culpables por algo que no hemos hecho.

Es viernes, plantamos juntos semillas en el jardín, antes de que llegue la primavera habrán brotado, crecerán y producirán más semillas, luego volveremos al invierno y eso me preocupa. Mientras tanto, ella juega con las semillas y aparta las malas.
-Me habló de puestas de sol, de veranos en la playa. –Le digo en medio de nuestra conversación-. Pero… si tú dices que estuvieron juntos sólo tres meses, no pueden ser sus recuerdos…
-Entonces serían sus promesas. Sus planes, como los nuestros.
-Y si no salieran bien…
-Saldrán bien.
-¿Nuestros planes…?
-Si, esos.
-Y luego ¿Qué?
Carmen me mira, y su rostro ahora es el de una anciana, pero no siento miedo, amo cada surco en su cara, sus ojos brillan como los de una niña, sonríe.
-Solo tienes que quedarte conmigo.
Todo se hace oscuro y se que estoy muriendo, pero tampoco siento miedo.
-A veces, me pide que le ponga algunas canciones, y dice que cuide los rosales del jardín, le gusta como huelen.
-Los cortaremos -dice Carmen.
-¿Por qué? –Grito. Me duele el pecho y apenas puedo llenar mis pulmones.
-Porque algún día, nosotros también moriremos y el único desagravio que recibiremos por esa muerte será recordar que fuimos felices.
Su piel vuelve a ser bronceada y su juventud y belleza es insultante para las demás cosas vivas. Respira y el mundo se mueve con su respiración. Todo en ella es deseo, el mundo entero solo existe para enmarcarla.
-Lo que plantemos en esta tierra crecerá, y sabremos reconocerlo, lo que plantemos aquí –Me acaricia la frente-. Como saber en que se convertirá.
Siento como si lo comprendiera pero al mismo tiempo algo se me escapa, hay tantos recuerdos, tantos lugares a los que ir, hay tantas hambres diferentes, mis dedos se entierran más en la tierra y las raicillas del suelo comienzan a trepar por ellos. Ahora sí tengo miedo porque ella no parece darse cuenta de que la tierra esta deseando devorarme.
-Yo quiero vivir en esta tierra, comer lo que crezca en ella, pasear en ella, cuidarla, y cuando muera volver a ella.
-Pero, el fantasma, los que lo dejaron aquí, querían lo mismo.
-Fracasaron. Nosotros no dejaremos que eso nos pase. Por eso tiene que irse.

Soy casi un árbol en un jardín que ella cuida, el pequeño fantasma esta en el tejado, y no deja de pensar ni por un segundo que los amantes que lo crearon volverán y volverá a ser libre y dejará de estar encadenado a los recuerdos y al dolor de otros. Yo escucho cada palabra que emana de él, y tengo un miedo horrible, miedo del dolor, miedo de los fantasmas que también hay dentro de mí, miedo de dejarme ir.

-La tierra solo tiene hambre de mí, a ti no te encuentra tan prescindible –Grito en mitad de una tempestad de tambores y cánticos, de olas y viento, hace ya mucho que no estamos en el jardín, el humo me escueza los ojos mientras ella baila extasiada alrededor de una hoguera llamando a la luna-. Si no soy yo lo hará otro ahora moriré en una batalla, o de


Ella ya no me oye, nunca, porque vuelvo a estar solo. Despierto en mi cama, el fantasma esta a mi lado. Ahora es ella quien esta afuera, en algún lugar, contemplando la luna llena.
-¿Por qué me separaste de ella? –Pregunto al fantasma. Pero no responde.

FIN


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