Testigos de la Ciudad I

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De regreso a casa, por una angosta calle, me encuentro con una pareja de hombres besándose apasionadamente, abrazados y perdidos en los ojos del otro, era evidente que, o estaban sumamente ebrios o en plena etapa de enamoramiento, es decir, en la antesala para una horrible cruda o para “eso” aún más asqueroso que sucede cuando te desenamoras. Es de madrugada, y son sólo ellos y del otro lado de la calle un policía, quien refunfuña: “Cómo se tardan estos pendejos”, haciendo énfasis en la “pe”. Mueve su cabeza desaprobando el acto, quejándose en la otra acera, donde se siente seguro. Y bueno, yo voy caminando justo en medio de ambos grupos, los besucones ebrios de amor y a los que les hace vomitar el show, los Harvey Milk y los Anita Bryant. Y prefiero concentrarme en la calle vacía, en como ésta me lleva a mi casa, < sólo cuatro puestos de periódico más, 500 ratas, una avenida y listo>. Pero este imbécil uniformado me molesta tanto que considero hacerle señas con los brazos para llamar su atención y decirle que debería guardarse su posición sobre la homosexualidad para su casa, es decir, ¿acaso no se enteró de la gran masacre? Debería dejar en paz a la pareja, tienen sus manos a la vista y sus pantalones puestos, no están infringiendo la ley, lo demás no le incumbe. Está bien, el que está contra la pared le está agarrando una nalga al otro, pero ¿acaso no se ve eso todas las noches por aquí? Volteo hacia el poli, y estoy por decirle algo estúpido, me esfuerzo un poco para verlo, y surge lo inesperado… me da lástima: está ahí, solito, es un viejo chaparro, moreno y de boca caída, barrigón y canoso, su cara me recuerda a la de un actor, pero no puedo traer a mi memoria cuál. Está allí, con desesperación en la mirada, con la postura triste, sosteniendo su pequeña espadita luminosa, esas que les acaban de dar. Parece un peregrino al que le negaron posada. Sin si quiera un lugar para sentarse y reposar la noche. Un envase de Coca-Cola descansa peligrosamente muy cerca de sus pies. Se clava las manos en la cadera, desesperado, su rostro se arruga para escudriñar a la pareja y continúa ondeando su cabeza en desaprobación. Preciso que está esperando el momento en el que cometan una infracción. Me mira entonces, justo cuando paso frente a él y por su sorpresa sé que no me había notado, y baja un poco la cabeza. Está avergonzado. Claro, debería, está siendo de lo más intolerante. Renuncié a la idea de decir algo, aunque me sonríe tímidamente y me parece que está buscando que yo simpatice con su postura. Dame una señal, dice su rostro. Me imagino a mí mismo señalando a la parejita con el dedo gordo y con una sonrisa cargada de aversión, diciéndole < ¿cómo ve a estos muerde-almohadas? a poco no era mejor cuando se escondían, oficial > Se le ve tan infeliz, pienso que es de ese tipo de gente, de la que todos olvidan su cumpleaños, que está casado con una mujer a la que solo en sus cumpleaños veía desnuda. Imagino que ser policía no es lo que quería y sus sueños se han ido muriendo uno por uno; que probablemente este día le ha ido muy jodido, con gente portadora de la gran moral, amenazándolo con subirlo a Youtube, con automovilistas gritándole que chingue a su madre... ¿Será que está esperando la hora de la muerte en estas calles solitarias y llenas de ratas? ¡Qué horror! sin un asiento digno y con esa pedante lamparita. Trabajar para seguir trabajando. Pobre viejo, hoy en día todo mundo odia a los policías, por eso supongo que su búsqueda no es de parcialidad, si no de camaradería, de que alguien le demuestre que le importa. Qué terrible vida. Y eso que ni lo conozco. Termina por embargarme esa sensación comprensible: tener que hacer sentir mejor al que se siente peor, y sin duda se le ve más triste que a los otros dos. Está bien, haré un comentario y le diré que pase buena mañana. Aminoro mi paso, Agarro aire, mi dedo gordo (así es, lo haré tal y como me lo imaginé) empieza a señalar hacia la pareja que ahora está empezando a hacer ruido, y estoy a punto de hacer una expresión, un comentario, algo… pero me quedo a medias, y en lugar me sale una sonrisita dubitativa <vas de pedo y con sueño, idiota> me digo. Un gemido me hace virar y huye haciendo eco por la calle, la pareja ahora ¡están jugando con su pitos! ¡Tienen el pene de fuera! y se satisfacen ansiosamente, entre gemidos y sonidos de la piel mezclándose con fluidos ¿Por qué el policía no hace nada? <chúpame> se escucha, y el policía permanece inamovible ¿Es un policía Village People? ¿Está fuera de servicio? ¿Qué hace? los está devorando con la mirada, ¿Cómo llegamos a esto? Me echo la capucha sobre la cabeza y sigo caminado sin distracciones, escucho la lata de coca caer y el gas escapándose en las burbujas, acelero el paso inmediatamente. Antes de llegar a la avenida, miro por encima de mi hombro y el policía está encaminándose apresurado hacia la oscuridad de una esquina, desde donde puede ver, pero no ser visto. Me voy pensando en que aquella calle necesita más luz y tránsito, en que siempre, siempre debo dejar de divagar e irme directo a casa. Y por alguna razón me viene a la mente el señor ese que tenía una cantina y se la pasaba comprando en la camisería en El Callejón de los Milagros. Es él, el policía y el actor, son idénticos.


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