Regreso por Navidad

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La gula era un pecado capital; el tercer círculo del infierno imaginado por Dante, si no recordaba mal, pero un ansia irrefrenable le exigía comer en grandes cantidades y el apetito era mayor allí plantado, viendo a través de la ventana los manjares expuestos ante la mesa decorada con velas encendidas y lazos rojos. La víspera había usado todo su encanto para ser invitado por los Fuller a la cena de Navidad, y ya iba siendo hora de presentar sus respetos a los anfitriones.

 

El invitado

 

El vampiro se sentía ahíto y una agradable somnolencia embotaba sus sentidos. Sin duda, los comensales llevaban tiempo consumiendo alcohol, algo que a su organismo transformado le costaba procesar, y como aún quedaba bastante tiempo para el amanecer, decidió reposar el festín antes de volver a su guarida, acomodado entre lo cuerpos que sin contemplación se hallaban tirados sobre restos de cristalería, porcelana y comida ya fría.

 

Patrick

 

El pequeño sólo abandonó su escondite cuando llegó diez veces a los sesenta mississippis sin que la criatura se moviera. Caminó silencioso entre los despojos de los que horas antes eran su familia, zarandeando inútilmente a su madre para que despertara, y cuando ya lo daba todo por perdido, una figura vestida de rojo cruzó la calle al otro lado del ventanal.

Santa nunca lo había fallado. Cierto era que una vez, coincidiendo con el despido de su padre, fueron pocos los regalos que dejó bajo el árbol, y que el año anterior tuvieron que rescatarlo de la chimenea donde había quedado atrapado. Pero era un hombre bueno, y hacia él fue corriendo con la desesperación del náufrago que atisba vuelo de gaviotas en el horizonte.

 

Santa Claus

 

El reverendo Hopkins disfrutaba haciendo de Santa Claus para la comunidad. Se sentía feliz y empezó a silbar, más mal que bien, las primeras notas de Jingle bell rock cuando hasta él llegó el pequeño Patrick a todo correr, y lo que vio le atragantó el «Ho, ho, ho» mil veces ensayado. «Santa… Un hombre malo… Mamá no despierta…». El crío llevaba el chaleco de motivos navideños manchado de sangre, como sus manos,... como su cara, y los dientes le castañeaban por el miedo.

–El hombre malo les mordió en el cuello…

Les mordió... ¡En el cuello! ¿Sería posible que hubiera regresado? Sintiéndose ridículo en su disfraz, el reverendo anduvo hasta la casa con el crío agarrado a una de las perneras de sus pantalones de terciopelo rojo, pegando la cara al frío cristal de la ventana que daba al salón.

Era imposible no reconocer al vampiro de antaño en el ser que descansaba entre los cuerpos de la familia Fuller. El reverendo Hopkins rodó por la escalera de sus recuerdos hasta la muerte de los García, cuando aquel demonio había actuado por última vez. ¡Hacía tanto de eso! Nunca supieron la razón por la que no volvió a atacar, pero el alivio en la comunidad fue en aumento con cada nuevo día que pasaba sin tener noticias suyas, hasta que la tragedia quedó en el subconsciente colectivo como la resaca de una pesadilla. Y ahora, sin previo aviso, el vampiro había regresado… por Navidad.

Faltaba poco para el amanecer y el malnacido podría escapar en cualquier momento; no tenía tiempo de pedir ayuda. Y así, tras enviar al pequeño en busca del jefe Hague, agarrando con fuerza el crucifijo que colgaba de su cuello, el reverendo se encaminó hacia la leñera donde esperaba encontrar un buen madero que le sirviera de estaca; sólo esperaba que la literatura vampírica tuviera más de real que de imaginada.

 

B.A.: 2.016


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