POSESIÓN INFERNAL MIGRAÑOSA parte I

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Prólogo. Al día siguiente

- Cariño, cariño... escucha. Si dejas de volar por toda la habitación con la cabeza de tu amiga, te quitaré la mordaza – consintió su padre –, pero has de prometer que no gritarás más.

- En cuanto descubrí que eso del rock era verdad, Jerry Lee Lewis era el Diablo, Jesús era un Arquitecto antes de empezar su carrera como Profeta, y de pronto me encontré a mí mismo enamorado del mundo, así que sólo había una cosa que podía hacer, y era ding a ding dang my dang a long ling long, ding dang a dong bong bing bong, ticky ticky.

- ¿Qué coño estás hablando? Anda, baja ya .

4:00 pm. Jay, el fiestero bobo y divertido

Iba a haber sido un fin de semana espectacular en la cabaña del bosque con estos. El Corvette lo conducía Jay, sin camiseta. No paró de toquetear el iphone en todo el viaje. Siempre espantoso techno que le hacía poner cara de acelerado. Llevaba unas Ray Ban playeras, naranjas, con cristal espejo amarillo. Meg y Josh, detrás, dormían. Sus rodillas se habían juntado así como sin querer, y Bev tenía claro que de esa noche no pasaban sin enrrollarse. Era viernes, cuatro de la tarde, y el sol explotaba como un fogonazo en sus ojos al escurrirse entre árbol y árbol, entre sombra y sombra. El ronco ruido de las bujías fluía por la carretera del parque natural y engullía las casas una a una, desaparecidas en la vegetación , más lejos de su vida real.

Bev no quería que nadie notara que tenía el cuerpo premigrañoso. Cada golpe de luz, o de la horrenda música que sonaba, la asustaba. Se quedaba esperando ver flotar en su visión un protozoo animado como una mancha transparente, líquida, expandiéndose. Tomando el papel del cuervo que anuncia malas noticias. Aunque hasta ese momento David Guetta o Skrillex la habían dejado en paz.

Pero todo iría bien, pensaba. Diecisiete años, verano, cuatro jóvenes en un cochazo, un fin de semana sin padres en un lago. Entretuvo a su pensamiento adelantando al coche, viendo la carretera abrirse paso entre robles, acacias, pinos, como un pañuelo de seda en un acantilado, sintiendo el aire en las mejillas mientras observaba de reojo a Jay. Su mano fuera del cristal hacía surcos en el viento y creaba coreografías de danza. En el desvío a Cedars Lake Meg, nuestra Meg querida, se despertó, la miró soñolienta y sonrieron. Jay, subiendo el volumen, gritó hacia atrás:

- ¡¡ Steve Aoki a toda leche, el Dios del beat, vamosss!!-

Y allí estaba. Detrás de una suave curva a la derecha, el verde que inundaba todo se apartó galante para dejar paso a la estrella de la noche, al lago Cedars, el final del camino, en reposo, como el primer premio para un niño.

6:00 pm. Meg, la adorable jovencita

-¿Quién se baña? - gritó Meg quitandose la camiseta sicodélica de los Grateful Dead que robó hace años a su padrastro psiquiatra, Max. Esa camiseta era su uniforme oficial de verano, no se la quitaba ni para dormir. Tenía un cuerpazo tan espectacular que rivalizaba con su sonrisa. Todos siempre habían asumido que no era consciente del todo de lo tremendamente guapa y sexy que era. Culito en su sitio, piernas largas, pechos pequeños de pera, y una melena gigante lisa que enmarcaba el conjunto, quizá una rúbrica de artista, una pincelada final.

-¿En bolas? ¡Claro!- Jay era así. No había mucho más. Sin tiempo matemático para llevar a cabo todos los movimientos ya estaba completamente desnudo, la ropa un nudo en su mano en el aire, bailando para que los tres componentes de su entrepierna saltaran frenéticos arriba y abajo, con cara de payaso estrella de rock aporreando un micro. La ropa salió toda de una sola pieza, y él mismo parecía Jim Carrey sobreactuando otra vez.

Josh sonrió tranquilo y se dirigió al embarcadero. Eran casi las seis. Allí, amarrado a un viejo cabo, descansaba Sweet Mary Ann, el bote de los padres de Bev, que les había dado permiso para usar. Empezaba a caer el sol, y los naranjas y marrones se habían unido silenciosamente al tremendo azul del cielo, alfombrado de mil verdes abajo.

Bev, en cambio, optó por quedarse a básicamente no hacer nada. Ordenar las cosas en la nevera, ponerse cómoda en el sofá y si la dejaban, terminar el libro que había traido.Tambien, claro, quería comprobar si el silencio le traía tranquilidad interior. Si ese no sé qué previo a las migrañas que notaba, ese juez ciego que dictaminaba implacable SÍ o NO, desaparecía, se desvanecía, le daba una palmadita en la espalda susurrando“Este finde es para tí, disfrútalo, Bev querida”. La otra opción, el SÍ, la mala noticia, el aura, la ceguera, los veinte minutos de espera apesadumbrada, oscura, la tormenta eléctrica en su cabeza, las siete u ocho horas encerrada, sin luz, humillada observando el reloj mental sin ver pasar los segundos, cambiaba las reglas del juego. Y cómo.

Sonrió ante sus caras de fastidio, sus bromas tipo eres una cortarrollos y le aseguró a Jay que no, que no le apetecía ver si el pez polla aparecía, mientras cerraba la puerta de la cabaña.

7:30 pm. Josh, el atractivo meditabundo

Josh sabía qué pasaba. Conocía a Bev desde Primaria. Porque había migrañas, migrañas, y luego estaba Bev. Las primeras, leves jaquecas, molestias, un breve paréntesis en el día a día apenas. Un nivel de videojuego por encima, o varios, se situaban las que llegaban como una deidad poderosa, sobrevolándote con un manto de hirviente dolor en estado puro que cayera lloviendo sobre el triste y yermo suelo de tu cerebro, clavándose como una estaca de madera raida, y llevándote en volandas a una habitación oscura, cerrada, insonorizada, durante las siete u ocho horas que duraba este bombardeo silencioso. Bev solía decir que estaba segura que Bram Stoker debió tener alguna experiencia de estas antes de escribir su Drácula, pues “algo de vampírico hay en todo esto”. Y bueno, cuando luchas contra el monstruo final, cuando te has pasado todas las pantallas, cuando has cruzado la ciudad y llegado al otro lado, al otro continente o planeta, ahí, justo ahí, es donde habitaban sus migrañas.

Y en ese mismo momento la chica estaba empezando a sufrir una. Un leve puntito transparente que al principio le pareció un reflejo del sol en la ventana se le quedó como flotando en el ojo izquierdo. Para cuando empezó a temblar, a agitarse, ella ya asumía que las siguientes siete u ocho horas serían feas. Cómo de feas estaba por ver. Corrió a por las pastillas. Con suerte se las tomaría a tiempo y podría al menos hablar durante la cena. Luego, sintiendolo por Jay, se iría a dormir. La otra opción no le gustaría, seguro.

 


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