Es lo que tiene ser científico

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Hilario Cantero Ruano acudió al dentista por una molestia en el segundo molar superior derecho. Allí, en la sala de espera, leyó un artículo de Sarah Romero en la revista Muy interesante. Sarah informaba sobre un estudio científico que aseguraba que aprender palabras nuevas producía el mismo efecto que practicar el sexo. Para Hilario fue, sin duda, un artículo lo bastante sugerente como para mangar la revista.

El artículo de Sarah Romero refería que “[…] según un estudio de las universidades de Barcelona (España) y la Otto von Guericke de Magdeburg (Alemania), aprender nuevas palabras nos otorga el mismo placer que tener relaciones sexuales o comer chocolate. El equipo de científicos realizó un experimento con 36 adultos con objeto de ver hasta qué punto el hecho de aprender un lenguaje podría activar el centro del placer y recompensa del cerebro […]. Los investigadores […] descubrieron que aprender palabras nuevas activaba áreas del cerebro relacionadas con el placer y la recompensa, las mismas conexiones que responden a estímulos tan gratos como una comida preferida, el sexo o las drogas […]”.

De inmediato Hilario decidió comprobar la certeza del estudio. Para ello desempolvo su diccionario María Moliner (edición abreviada de la Editorial Gredos, 2.000) y comenzó la lectura de palabras desconocidas: abacá –planta musácea tropical-, abacería –tienda de comestibles-, abacial –del abad o la abadía-… En la página diez, a la altura de absterger –limpiar las llagas-, se quedó dormido por el aburrimiento inaguantable, esto es, nada parecido al merecido descanso tras un apareamiento satisfactorio.

Pero Hilario no desistió de su comprobación científica y decidió ir más allá de lo experimentado por las universidades duplicando el estímulo. Primero se comió varias onzas de chocolate Lindt atendiendo detalladamente al placer que le producía y después incorporó a la degustación el aprendizaje del vocabulario –queli, quelícero, quelonio, quena, queque…-, estando alerta al posible incremento placentero, él buscaba algo así como aglutinar ímpetus, unir placeres, un 1 + 1 = 5. Una palabra, una onza de chocolate Lindt, otra palabra, un bombón Nestle; tres palabras más, una taza de chocolate Valor calentito… Y así durante una hora, que fue cuando, camino del baño, vomitó en el pasillo.

La tercera prueba científica de Hilario Cantero Ruano fue más radical. Aprovechando un miércoles, 10:25 p.m., pilló a su esposa, Leonora, distraída cuando la propuso acoplarse. Ella no encontró, sobre la marcha, ninguna excusa apropiada para un miércoles, pues las habituales las tenía repartidas entre los días que no echaban fútbol en la tele –preparar la cena, dolor de cabeza, esos días del mes, con el disgusto que tengo…- y, resignada, se marcharon a la habitación.

         – Hoy necesito que haya luz –avisó Hilario, pues su mujer, recatada por educación, prefería la oscuridad o, por lo menos, la penumbra.

Tras los prolegómenos Hilario cogió de la mesilla el diccionario María Moliner y sin desatender a su señora se puso a recitar en voz alta: yeyuno, yin, yipi, yodoformo, yola... Así se aplicó durante un rato: caricia, yagual; besos, yaguré; cosquilleo, yámbico, etcétera. Pero la conjunción de tareas resultaba dificultosa, pues, por un lado, el diccionario pesaba demasiado para sujetarlo adecuadamente y, por otro, su mujer le apremiaba pues, a su desgana sumaba que a las 11:00 p.m. comenzaba su serie preferida. Hilario, nervioso, buscaba la postura adecuada: el diccionario en la diestra o en la siniestra; los cuerpos encima o abajo, de un lado o del otro, estirado o doblado, perrito o misionero u hormiga, pero siempre sin soltar el María Moliner –nona, nonada, noningentésimo, nonipio, nopal, noray…– que al final Leonora hubo de comentar que aquello parecía un trio.

Con tanto trajín descompasado llegó lo inevitable: el diccionario se le clavó a Leonora en un ojo y está, en una reacción presumiblemente espasmódica, le soltó un rodillazo en sus partes a su marido que de milagro no tronchó el mástil de su virilidad. La pareja terminó en urgencias y el pobre María Moliner abierta, debajo de la cama, en la página 742: imbécil, imbecilidad…


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