Nuevo en esta plaza (Parte 1)

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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–Los ciudadanos merecen saber la verdad.

–¿Verdad? ¿Qué verdad?

–La que oculta este despreciable espectáculo.

Algo de trascendencia debe haber ocurrido en el coso taurino pues el público se ha levantado como una ola multicolor de los duros asientos de piedra que las maltrechas almohadillas apenas ayudan a hacer confortables, llamando la atención de los contertulios con los vítores y aplausos que atronan el cielo mediterráneo. Don Valerio Harnero de la Mar, propietario de la ganadería Mordelón, contrae el gesto, disgustado, y hacia su yerno acerca el oído para que le cuente los pormenores de lo ocurrido durante el Tercio de Varas.

La corrida continúa con buenos lances por parte de Juncalito, el maestro en suertes del segundo de la tarde, y el ganadero se obliga a centrar de nuevo la atención en aquel desagradable periodista que ha tenido la desfachatez de abordarlo en jornada tan épica, la punta del puro incandescente como el ojo del mismísimo Diablo.

–Como verá, estoy muy ocupado, señor…

–Rellán, Arturo Rellán.

–… así que sea breve, por favor.

Arturo se hace el interesante dejando vagar la mirada, no exenta de una superioridad moral que no pasa desapercibida a sus acompañantes, por el ruedo, para después fijar el blanco de su desprecio en la robusta figura del ganadero. Tras disparar una viscosa flema a la tierra de nadie que los separa, el periodista, satisfecho por la atracción que sobre su persona ha conseguido atraer, dice en voz algo más alta de lo necesario:

–Esta «tradición», que con tanto fanatismo defienden y aplauden, se sustenta en hechos indecentes e inhumanos.

–¿Indecentes dice? ¿¡Inhumanos!? Señor Roldán…

–Rellán.

–Como sea. Créame cuando le digo que no le comprendo. ¡Es más, no quiero comprenderlo! Así que hágame el favor de marcharse.

–Lo que aquí sucede se va a publicar con o sin su consentimiento; sólo quería darle la oportunidad de defenderse.

–¡¿DEFERDERME DE QUÉ, DESGRACIADO?! No le digo por dónde puede meterse mi punto de vista porque nos acompañan señoras.

»Fulgencio, por favor –se dirige el ganadero a su yerno–. Acompañe a este «señor» hasta la puerta…

–Tendrá noticias mías… Valeriano.

–¡Váyase a la mierda de una buena vez!

 

*        *        *

 

–Señor Rellán. ¿Podemos hablar en privado?

Fulgencio Sancho, al que sus íntimos llamaban Chencho, invita a Arturo a una de las salas que horadan el interior de la plaza, solitaria en ese momento; nadie en su sano juicio se perdería la faena de Juncalito en la tarde de su reaparición tras la brutal embestida que lo tuvo apartado de los ruedos durante varias semanas. Curioso como buen periodista, Arturo se deja guiar, sentándose en el sillón que le indica el yerno del ganadero y que está colocado ante un balcón cubierto por dos gruesas cortinas de esparto a fin de evitar el calor estival.

–¿Una copa? –pregunta solícito Chencho desde la barra de bar colocada en una de las esquinas de la sala.

–¿Pretende sobornarme?

–¿Desde cuándo es necesario un soborno para que dos hombres puedan disfrutar de una buena bebida?

–¡Tiene razón! Tomaré lo mismo que usted, gracias.

De un tirador coronado con la cabeza plateada de un astado, el joven sirve dos cervezas en sendos vasos de tubo, doradas como los cabellos de la diosa Aurora. «Fabricada exclusivamente para nuestra ganadería –comenta Chencho tras limpiar la espuma que mancha su labio superior con la punta de la lengua–. Bien fría, no me lo negará».

–No probaba nada igual desde antes de la guerra.

–¿Digna de un soborno?

–Tampoco se pase, Chencho.

–Fulgencio para usted –le corrige el otro con aspereza.

–Así sea, Fulgencio.

Los jóvenes se deleitan con la refrescante bebida, cada uno sumido en sus propias reflexiones, hasta que el toque del clarín, que anuncia el Tercio de Banderillas, les hace volver a la realidad de la sala.

–Y dígame, señor Rellán. ¿Qué es exactamente lo que pretende publicar?

–Única y exclusivamente la verdad, como le he dicho a su suegro.

–¿Y puede contarme esa «verdad» de la que es custodio?

–Tanto me da decírselo a usted que a Don Valeriano –responde el periodista tras unos minutos de reflexión–. Tengo pruebas de que utilizan presos condenados a muerte para sus salvajes corridas de zombis.

Fulgencio mira al otro con desconfianza. ¿Estaría tirándose un farol? Conoce la fama de Arturo Rellán en el mundillo periodístico, siendo su voz la que siempre sonaba más alta. Habría que andarse con cuidado.

–¿Y cómo ha llegado a esa conclusión? Si me lo puede decir.

–Déjeme que se lo explique –el periodista hace una pausa dramática, humedeciendo el gaznate con un buen sorbo de cerveza–. Tras el final de la Guerra Zombi, la Tercera Guerra Mundial como la llaman los puristas, el toro bravo, como muchas otras especies ganaderas, fue abandonado a su suerte cuando la epidemia dejó de ser algo más que cuentos de viejas. Los pocos especímenes que quedan, principalmente aquí en España y en zonas aisladas de Latinoamérica, han sido declarados en peligro de extinción, prohibiéndose su muerte en esta mal llamada «Fiesta Nacional».

–Todo eso me lo sé de primera mano –comenta hosco Chencho–. Vaya al grano, por favor.

–Paciencia, que ya llego.

»Pero al entorno taurino, «su» entorno, ávido de sangre, se le ocurrió una monstruosidad: torear a zombis en sus macabros espectáculos. La victoria sobre ellos era aún muy reciente, y había miles de ejemplares entre los que elegir. Con las autoridades locales de vuestra parte, organizasteis gigantescas partidas de caza para atrapar a los más «frescos», aquellos que mejor servirían para las corridas, anclándole al desgraciado sobre la cabeza unos cuernos que lo obligaban a embestir más que a caminar, en un patético remedo del toro bravo.

–¿Es usted animalista?

–La duda ofende.

–Entonces verá con agrado nuestro pequeño arreglo. ¿O prefiere las corridas tradicionales?

–No acepto ni lo uno ni lo otro. Ese ser que muere en la arena pudo haber sido mi madre o la suya…

–Mi madre me abandonó el día que estalló la infección, así que no me disgustaría verla en el ruedo.

–…o un viejo amigo. Porque amigos tendrá, ¿no? El quiosquero que le vendía chicles cuando era pequeño... ¡Qué sé yo!

–Ningún espectador reconocería a un ser querido entre los ejemplares que son toreados. Los preparamos para que así sea, vistiéndolos con pieles de auténticos Miuras. No se vaya a creer que somos insensibles al dolor humano.

–¿Y al dolor animal? ¿Y al dolor zombi?

–¡Eso es una estupidez! El toro bravo nació para luchar y morir en la arena, y más dolor le provocaríamos obligándolo a ser lo que no es.

»Respecto al zombi, no es más que una infección que hay que eliminar, ya sea en campo abierto o en el ruedo. Además, nuestros espectáculos ayudan al pueblo a verlos desde otra perspectiva. Comprenden que se les puede matar; dejan de sentir miedo y se felicitan por seguir vivos en las gradas a muertos ante ellas.

–Sois unos auténticos filántropos –aplaude Arturo con sarcasmo–. Pero aún no he terminado de explicarle mi investigación.

–Correcto. Pero antes, páseme su vaso; hablar da mucha sed.

 

Continuación en:

http://www.cortorelatos.com/relato/30118/nuevo-en-esta-plaza-parte-2/


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