El reencuentro (1/2)

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8 meses sin vernos. Sin tocarnos, sin sentirnos y sin olernos. 8 meses que iban a llegar a su fin. 8 meses de separación tu en un país y yo en otro.

8 meses pensando en ti. Extrañándote. En esa extraña cotidianidad de la conversación por mensajería instantánea, todo el día durante horas pero sin la piel, sin olor de todo un día de trabajo o sin el de salir del baño.

8 meses siéndote fiel de cuerpo y mente. Bueno sobre todo de cuerpo, porque a veces la mente se escapa en una mirada a una en el metro. Confieso.

8 meses que muy pronto van a llegar a su fin.

-Pasaporte por favor…- interrumpe mis cavilaciones la funcionaria.

Entrego y me mira de arriba a abajo.

-¿Razón de su visita?

-Vivo aquí. Soy venezolano.

Me mira de nuevo y suelta: bienvenido.

Pero lo dice con un desgano que provoca salir corriendo de nuevo en dirección al avión. Pero yo le sonrío. No por ella, sino porque pienso en ti. Porque se que luego de buscar las  maletas y atravesar las puertas estarás allí. No he sucumbido a prender el teléfono aún. No quiero ningún mensaje de ti ni de nadie. Lo primero que quiero tener al llegar al país es a ti. Con tus olores, con tus sabores, con tus ojos multicolor. Quiero reecontrarme con tu mirada y con el roce encendido de tu piel.

Las maletas tardan. Todavía tiene la cita multicolor que le pusiste para que la reconociera. Pero igual siempre las maletas me parecen iguales. Pero allí está esa maleta marrón que tengo ahora llena de recuerdos que viví sin ti, de recuerdos que hubiera preferido no vivir, que son recuerdos incompletos a los que les faltabas tu. Recuerdos llenos de tu ausencia.

Con la maleta en la mano camino. Miro de nuevo el piso multicolor. Ese piso que nos recuerda siempre dónde llegar, aunque sean tiempos difíciles, aunque no todos los propósitos se hayan cumplido. Regreso aquí, pero sobre todo regreso a ti. Has sido mi Penélope, espero poder ser tú Ulises.

Se abren las puertas.

-¿Señor quiere un taxi?

-¿Taxi?

- No gracias, digo casi en automático mientras te busco con la mirada, mientras me pregunto si nos reconoceremos, si los ocho meses no habrán hecho mella si todo será como antes o mejor que antes si... y allí estás. Con tu sonrisa, tus ojos brillantes...

-Cambio, cambio, le cambio dólares.

Levanto el bolso, camino con firmeza, me entra la vida al cuerpo al reencontrarme con tu mirada, al verte. Corres hacia mi.  Suelto el bolso en el piso. Y te abrazo. Mis manos recorren tu espalda, tu cintura, no hago sino verte agarro tus nalgas y abalanzo mi rostro sobre el tuyo para besarte, para fundirnos en un beso, para que nuestros fluidos se reencuentren, para que nuestra saliva reafirme el pacto que nos hicimos.

Te agarro de la cintura y levanto el bolso, que aún sigue ahí.  Te vuelvo a besar. Te digo todo lo que te he extrañado, me lo dices. Sentirte de nuevo así tan cerquita me eriza toda la piel.

Has llegado en tu camioneta a buscarme. Siempre te han gustado los carros grandes, con fuerza, todo terreno. Para explorar más  allá.

Te arreglaste para venirme a buscar al aeropuerto. Te pusiste una falda apenas un poco por encima de la rodilla porque sabes que me gusta, aunque tu no eres muy de faldas.  También unas botas que te llegan justo por encima de las pantorrillas.

Conduces tú.  Con frecuencia te gusta llevar el control. Por eso mismo la camioneta tuya es sincrónica para manejar bien la palanca de cambios.  No hemos salido del estacionamiento y no puedo evitar el movimiento de tus piernas para frenar, acelerar y cambiar velocidades. Te das cuenta. Te sonrío. Me sonríes.  Mi mano se desplaza a tu pierna. Y se interna apenas un poco en la falda. Hace calor.

-Aquí no- me dices de manera firme-y recoges mi mano. Yo te miro con un poco de estupefacción y tu te ries. -algo estás tramando-

Sentir tu calor y tu olor tan cerca ya va generando en mi cuerpo las primeras reacciones.

Estamos subiendo por La caracas la guaria. Está amaneciendo, las casitas tienen todas las luces encendidas aún, el alumbrado público aún ilumina. Vas rápido.

-¿Cómo te fue en el viaje?

- Bien, no me quejo. Comida internacional de avión, un vinito y una mala película.  Me miras por el retrovisor.

-¿Cómo está la cosa por aquí?

-Ya sabes, tan vuelta mierda como dicen. Pero se sobrevive.

Siento la tensión en tu voz.  Es algo que hemos hablado en estos meses.

-Me dejaste en este país vuelto mierda.

-No te dejé, sabes que era una oportunidad laboral que no podía rechazar.

- No sabes lo que se ha vuelto esto.

- No, no lo sé. En la práctica no lo sé.

-Y además, ocho meses. Ocho meses sin nada de nada. Mis amigas me dicen que debo estar cerca de volverme monja.

Sonrío para  mis adentros. Aprietas el croche, cambias la velocidad.

- Bueno y yo cura.  

Por un segundo volteas, me miras de manera fulminante y vuelves a mirar al frente.

-En serio. Insisto. La conversación se ha vuelto un poco más estimulante.

-¿Nada de nada?, Mira que esas porteñas tienen tu tipo.

-Nada y tú.

-Si eres pasado. Pero no voy a negar que me ha costado. Una tiene sus necesidades.

-Si uno las tiene. Y no voy a negar tampoco que alguna sonrisa vertical estuvo tentándome.

Bajas la velocidad. Te orillas y terminas deteniendo la camioneta.

- ¿cómo es la cosa?- Me dices con fuerza.

-Claro, pero no caí en la tentación. Ya te dije.

Sonries. Pones tu mano sobre mi pantalón en el que apenas queda espacio libre. Aprietas, me miras.

-Menos mal. - Cambias de palanca. Pones primera, vuelves a arrancar .

-A mi también alguno me vio muy sola y pensó que estaba libre- me dices ahora tu con cierto desparpajo.

Catia se abre ante nosotros. Pero no nos vamos a meter en el infierno de la avenida sucre a esta hora. Vamos por la autopista.

-Espero que no estés cansado.

-Bueno ya sabes como son los viajes de avión.

- En realidad te conviene no estar cansado. Sonríes iluminándote.

Conozco esa sonrisa. Pongo de nuevo mi mano en tu pierna, dentro de tu falda. Se siente más calor.

-Quieto, me dices firme y me vuelves a quitar la mano.

Me dejas estupefacto.

Damos la vuelta para San Agustín para buscar luego la avenida y la entrada al estacionamiento de Parque Central. Allí vivimos.  

Con zonas medio oscuras, a veces medio inundado buscamos el puesto de la camioneta.

Estacionas. Apagas el carro, metes tu mano en mi pantalón y liberas mi miembro. Te lo llevas a la boca. Te lo tragas completo. Chupas hasta la punta, le das un beso y dices:

-Vamos.

- ¿Cómo que vamos? ¿Me vas a dejar así?

- ¿Así como? Te ríes. Le pasas el seguro al carro, pones el candado y te bajas. Yo allí comprendo que me tengo que bajar.


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