El tío Garrafa

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Era el señor Santos de la Cruz, alias el tío Garrafa, un alma de cántaro, pero de los de vino de pitarra…. En la comarca era considerado hombre de gran mérito, principalmente porque su señora tenía fama de habladora sempiterna, de rifle de repetición de palabras y de azote de los oídos del escuchante con interminables monólogos huecos. Todo lo contrario que el pobre tío Garrafa, que a fuerza de sufrir el rigor verbal de su santa esposa, había economizado el habla tanto, que la redujo a breves sonidos guturales casi siempre destinados a asentir lo que su mujer decía.
Con el paso de los años, el tío Garrafa adquirió la habilidad de dormirse con los circunloquios de su contraria aprovechando la penumbra de la salita en la siesta y mimetizado en el estampado del sillón orejón donde dormitaba.
Contábase en los mentideros del pueblo, y debía ser cierto, que la tía Sagrario le había cogido a su marido, el tío Garrafa, más inquina de la cuenta. No se sabe bien si fueron los más de cincuenta años que llevaban juntos, en armónica monotonía, o porque hacía tiempo que el tío Garrafa se había dejado abandonar en el mar del hastío hasta descuidar incluso su aseo personal. Nada quedaba de aquellos impulsos juveniles que precedieron a los casorios. Lo que todo era una maravilla pasó a ser un infierno, y la tía Sagrario sentía tanta animadversión por su compañero que no le pasaba ni una, implacable, celosa del mal y del bien, atenta observadora de lo nimio, vigilante hasta el extremo de la más mínima falta:
—Garrafa no comas tanto. Garrafa, vienes bebío. Garrafa, báñate que das una mijina de tufo. Garrafa, sácate las “lagañas” que no verás en condiciones. Garrafa, no hables mientras masticas. Garrafa, Garrafa, Garrafa…
Confesaba el propio tío Garrafa en la tasca del chispa ante los divertidos parroquianos que cierto día que se había quedado traspuesto en el sillón después del parte, notó que su propia respiración ganaba en intensidad mas sin llegar al ronquido, y que la tía Sagrario, que andaba entreteniendo el tiempo con el punto esperando la novela, le espetó con el mismo interés por la riña que mostraba a menudo:
—Garrafa, ¿qué es eso que suena tan desagradable? ¿qué haces?
—Respirá, mujé, respirá…
—Pues déjate de tanto respirá que te tiras tol diíta iguá…


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