LA VISITA DEL MÉDICO

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Hace unos días que fui al Centro Médico de mi localidad perteeneciente a la Seguridad Social por una simple alergia moscular derivada de un antibiótico, donde tras esperar durante un buen rato, al fin pude ser atendido y la doctora me recetó una inyección para solvetar aquella molestia.

Pero curiosamente al salir de allí rememoré quizás por una asociación de ideas aquel lejano domingo del año 60 del siglo pasado, cuando al anochecer al salir de un teatro de barrio con mi familia, m sentí febril hasta el punto que mi entorno parecía que había adquirido un halo irreal, a la vez que me entró un agudo dolor de garganta.

De manera que cuando les notifiqué a mis progenitores lo que me pasaba, al llegar a casa éstos me tomaron la temperatura con un termómetro y pudieron comprobar que efectivamente estaba enfermo, por lo que enseguida me instaron a que me metiese en la cama.

Tal vez a muchos jóvenes lectores les parecerá extraño o exagerado si les digo que en aquel lejano ayer cuando un sujeto caía enfermo por leve que fuera su dolencia se tiraba en el lecho una semana y algo más. Pero así era.

-Habrá que llamar al Arnau para que venga a visitar al chico - le dijo mi padre a mi madre refiriéndose a nuestro médico de cabecera.

- Claro -convino mi madre-. Llámalo a primera hora de la mañana.

Como es de imaginar aquella noche tuve un sueño confuso a causa de la fiebre, y a la mañana siguiente entró mi madre en mi habitación para saber cómo me encontraba y para anunciarme que el médico vendría a verme antes del mediodía.

Mientras tanto Adela que era la criada de la casa, ya que en aquel entonces muchas familias de clase media por poco que pudieran disponían de aquel servicio doméstico y que eran unas chicas del medio rural que venían de tierras económicamente deprimidas de la península, las cuales por un módico sueldo, comida y cama se hospedaban en la misma casa en la que trabajaban; aunque no pocas se dedicaban también al servicio público del sexo, se dedicó a instancias de mi madre a hacer "sábado" que consistía en limpiar a fondo el piso para que cuando llegase el médico viese un ambiente suficientemente saneado y aséptico en beneficio del paciente.

El caso fue que a pesar de que el facultativo aseguró que vendría antes del mediodía nadie se lo creyó porque mi familia lo conocía bien. Todos pensaron que comparecería casi a la hora del almuerzo como ya había sucedido otras veces. La razón de aquella informalidad no se debía a que el doctor Arnau estuviera saturado de trabajo, sino que además de ser amigo de mis padres, también lo era de mi tío con quien solía trasnochar a menudo, y por eso andaba el hombre algo desajustado con las consultas.

Ciertamente el doctor Arnau se presentó sonriente a primera hora de la tarde. Iba con un sombrero gris perla, y unas gafas de sol que le daban un aspecto misterioso. Yo oía sus pasos por el largo pasillo y se me hizo un nudo en el estómago de ansiedad. ¿Qué me diría?

El doctor se adentró en mi habitación y procedió a auscultarme con su estetoscopio; luego se sacó un pañuelo limpio de su chaqueta como si fuese un prestigitador y me lo aplicó al pecho al tiempo que con el oído se cercioraba del funcionamiento de mis pulmones, mientras yo olía su agua de colonia. Seguidamente me miró la garganta con la ayuda e una cuchara y una pequeña linterna.

Y en el transcurso de aquel reconocimiento vi que mi familia en pleno - padres y abuelos- se hallaban expectantes a los pies de mi cama esperando el diagnóstico del doctor. Aquello era todo un ritual. Pues a pesar de todo el médico seguía conservando la aureola de mago de la tribu; era el sabio que se suponía que conocía bien la naturaleza humana; y la vida ajena estaba en sus manos, y por tanto se le tenía que respetar.

Por otro lado, si tanto mis padres como mis abuelos estaban en mi habitación era porque asimismo en aquel entonces las familias vivían muy dependientes los unos de los otros, y los mayores en razón de la experiencia vital que tenían sus puntos de vista eran incuestionables.

-¡Nada, nada! Este chico tiene unas simples anginas - dijo el facultativo.

Entonces todos suspiraron aliviados. Claro que para mi desgracia el médico me recetó unas inyecciones de penicilina que garabateo en un papel y que nadie entendía aquella letra, a no ser que se fuese farmacéutico, y que a mí me dejaban el trasero como un coladero; porque no todos los practicantes pinchaban bien. Había quien era un bruto y al clavarme la aguja me hacía un daño terrible.

Como no tenía nada grave enseguida pasé a un segundo plano y el médico y mi familia se pusieron a hablar de temas mundanos.

Mas de súbito volví a ser el cenrtro de atención y mi padre le dijo al médico:

-Verás Arnau. Este chico es muy raro. Muy introvertido. ¡Y no le gusta el fútbol!

El doctor me miró asombrado. Por lo visto yo era un tipo que rompía con los esquemas establecidos. Era como si fuese un ser de otro planeta, y no se sabía cómo catalogarme.

- ¡Oooh... No le gusta el fútbol. Pues le convendría hacer algún deporte - expresó el médico.

Después de que se hubo marchado el doctor Arnau yo tomé un liviano almuerzo en la cama, y al atardecer me subió la fiebre pero yo me sentía feliz porque como no había televisión me entretenía leyendo toda clase de cómics como las aventuras del CAPITÁN TRUENO que estaban inspiradas en las historias de EL PRÍNCIPE VALIENTE, de SUPERMÁN, y en el plano humorístico disfrutaba con las historietas del siempre hambriento CARPANTA que era un símbolo de la hambrienta sociedad de la postguerra, y de otros.

Sin embargo aquella noche mi abuelo conectó la Radio y al manipular un dial casualmente localizó con Radio Pirenaica en la que criticaban al Régimen Militar que nos gobernaba.

-¡Cambia enseguida esta emisora Pepe! - saltó asustada mi abuela-. Si esto lo oye algún vecino nos puede denunciar a la Policía.

- Estos son los exhiloados - dijo mi padre-. Y por culpa de la política yo tuve que ir a la Guerra. Los anarquistas mataban a los comunistas; éstos asesinaban a los de derechas en las "checas"(pisos). Y los de ahora fusilan sin piedad en El Campo de la Bota a gente que no ha hecho nada. Por eso que a mí lo único que me importa es trabajar y vivir la vida y nada mas.

Yo seguí leyendo mis cómics que serían la semilla para decantarme más tarde hacia otros libros, que es una manera de buscar algo más sustancioso que la fea realidad.

 

 

 


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