N.N. (parte 1 de 2)

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El bar estaba lleno. No tan lleno como en sus inicios, cuando el blues vivía sus años de gloria, pero aun así era una buena noche. La banda que tocaría aquella vez era nada menos que Los Calamares, y tenían muchos seguidores.

Un hombre joven se acercó a la barra y apoyó toda su tristeza sobre ella:

–Un whisky F&7, por favor.

El cantinero estaba limpiando las copas y, con un gesto de empatía que aprendió luego de décadas sirviendo bebidas y oídos, inició una conversación:

–Tenemos etiqueta negra. Te ayudará a sentirte mejor, sea lo que sea que te ande preocupando.

–Estoy atravesando un mal momento en mi vida; problemas con el trabajo, con mi novia, y ni siquiera tuve suerte con la banda de esta noche.

El anciano puso un vaso con hielo sobre la barra y lo llenó con whisky:

–¿A qué te refieres con la banda?, ¿no te gustan Los Calamares?

–Los oí una vez hace unos años y no me parecieron nada buenos. Alguien me dijo que hoy tocarían Los Empedernidos, es una de mis bandas de blues favoritas, pero creo que me equivoqué de día.

–Los Calamares no tienen la fama ni la experiencia de Los Empedernidos, pero son muy talentosos. Al principio tuvieron mucho éxito, pero luego el baterista original dejó la banda y no volvieron a ser como antes. En estos últimos tiempos han vuelto a ser un grupo excelente, en especial desde que se unió el famoso saxofonista de Camerún: Nakini Nusampa.

–No lo conozco –dijo el cliente, y luego bebió un sorbo de alcohol.

La bebida ingresó por su garganta y tuvo la sensación de que él mismo era quien ingresaba por su garganta viajando a través de su propio cuerpo, convertido en un fuego que atraviesa una cañería revestida de un material no inflamable, como si el mismo whisky laminara las paredes de su faringe para así evitar quemarlo.

–¿No has oído hablar de Nakini Nusampa?, ¿de verdad?, ¿“El gran N.N.”? Es uno de los mejores saxofonistas del mundo.

El cliente negó con la cabeza.

–Supongo que conoces a Ben Sincire –continuó el cantinero.

–El saxofonista rubio…, sí; ese que tenía enamoradas a todas las mujeres.

–Sí, a ese me refiero. Pues N.N. es el verdadero Sincire.

–¿A qué se refiere?

El cantinero sonrió.

–Te contaré la historia de N.N., y si llamo tu atención, te quedarás a escuchar a Los Calamares y me dejarás una buena propina.

El cliente tomó otro trago de whisky y aceptó la propuesta:

–De acuerdo –dijo–, es un trato.

El anciano apoyó el brazo en la barra y comenzó a contar la historia…

 

Hace mucho tiempo, cuando yo aún era joven, a pocas calles de este sitio estaba ubicada la hoy desaparecida compañía disquera “Superstyle Records”. Muchos de las bandas que tocaban aquí, hartos de contar monedas, se acercaban a probar suerte cada vez que había audiciones.

La disquera estaba buscando una nueva estrella, e hicieron una audición a la que asistieron doce muchachos blancos y Nakini Nusampa.

Todos hicieron silencio cuando lo vieron ingresar con su viejo estuche, vestido con prendas que no eran más que harapos a los ojos de los demás jóvenes.

Uno a uno fueron subiendo al escenario, cada uno con su instrumento musical, mientras los ejecutivos evaluaban cada detalle, imaginando si tenían o no potencial para salir en las tapas de las revistas.

Ninguno era buen artista, y los directores de la empresa se la pasaron echándose miradas de disconformidad ante cada prueba. Los once primeros pasaron y al final recibieron la idéntica respuesta de que los volverían a llamar, pero con un tono tan frío que evidenciaba la falsedad de aquella promesa.

Solo quedaban dos músicos por oírse: Ben Sincire y nuestro hermano N.N.

Ben tomó su saxofón y lo tocó del mejor modo que pudo, con el carisma que siempre lo caracterizó. Tenía una mirada compradora, de esa que tienen los artistas experimentados que ya no temen al escenario, y sus cabellos dorados disimulaban su falta de ritmo y los sonidos desafinados que chillaba su instrumento.

Los hombres de traje se miraban queriendo formular alguna idea, pero aún no se les ocurría un modo de solucionar la falta de talento del apuesto Ben.

Llegó entonces el turno de Nakini, y éste sacó su saxo con total humildad, sabiendo que estaba fuera de lugar ante tanto muchacho rico.

Enseguida puso fin a una guerra de razas y clases sociales; sus notas eran perfectas. Movía las manos a una velocidad que solo aquellos que llevan el blues en la sangre pueden alcanzar, y sus mejillas se inflaban para estallar en unas notas que llenaban el auditorio. Toco Sweet Sixteen, lo hizo de manera impecable, pero además le puso arreglos propios a la canción; ráfagas de notas que llenaban cada hueco haciendo que los oyentes se movieran en sus asientos hipnotizados por la melodía.

Nakini agradeció la oportunidad y bajó las escaleras, y desde allí, un asistente lo dirigió hasta una pequeña habitación.

Encontró a Ben en una silla, y a pesar del contraste entre sus tonos de piel, sus miradas ansiosas parecían hermanas, y las manos les temblaban a unísono por los nervios.

Minutos más tarde hicieron pasar a Nakini para hacerle una propuesta:

–Nakini, tienes talento y llevas la música en las venas –dijo el presidente de Superstyle Records–. ¿Te gustaría grabar unos discos?

El joven firmó sin dudarlo. En unos meses grabó cientos de canciones por una paga baja, pero que al menos le permitía vivir sin carencias.

Luego de un tiempo comenzaron a oirse sus notas por la radio, pero nadie mencionaba que era él quien tocaba el saxo; el músico aclamado era Ben Sincire, a quien le habían ofrecido un contrato por mucho más dinero y en donde decía que él haría creer a todos que era quien tocaba esas melodías con su saxo. 

Ben se convirtió en una estrella y se mantuvo en la cima durante más de diez años, mientras que el contrato de N.N. terminó, quedando sin un centavo, ahogado bajo las sombras que proyectaban las placas de las cantidades de copias vendidas.

 

–¡Cuánta injusticia! –dijo el cliente–. Y lo peor es que he oído varios casos similares. Te has ganado la propina. Por supuesto que me quedaré a escuchar a N.N. y a Los Calamares; quiero verificar que es quien en realidad tocó los temas que se adjudicaban a Ben Sincire. Me alegra además que Superstyle Records haya cerrado, aunque seguramente los empresarios deben haber abierto otras disqueras similares o peores.

–Espera –dijo el cantinero–; aún no he terminado.

El cliente abrió los ojos, deseoso de escuchar el resto de la historia…

 

 

Continúa en la segunda y última parte:

https://www.cortorelatos.com/relato/34636/nn-parte-2-de-2/


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