La cofradía del festín

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El abril más lluvioso de la historia se había asentado en el pueblo; parecía tener licencia celestial para alargarse hasta límites incomprensibles, tanto que en ocasiones jurábamos que era más de mediodía, pero en realidad eran las nueve de la mañana. Las personas, con el miedo de enfermar por la humedad, se transmitían desde una acera a la otra los pormenores que anunciaba la única radio del pueblo, así viajaban las noticias hasta llegar a la casa más lejana. Se agregaban y quitaban tantas cosas mientras las noticias circulaban que al final del día cada casa tenía idealizado un mundo diferente y único, según creencias y conveniencias; siempre preferimos que fuera así, lo cierto era que las noticias verdaderas no eran alentadoras en lo más mínimo.

El último domingo del mes, a las tres de la tarde llegó un circo ambulante, se presentaron con el presidente del pueblo y pidieron permiso para instalarse, él aceptó, convencido de que los días serían más llevaderos. El circo era un refugio de personas de todo el mundo, mujeres hermosas y hombres fuertes con talentos increíbles, a pesar de la lluvia se paseaban con atuendos sumamente sugestivos que traían de tierras lejanas, pero la principal atracción era un ángel, presentado por todo lo alto como un sobreviviente de las tres grandes guerras: ¡el mensajero que nos ha compartido el conocimiento para reconstruir el mundo!, lo paseaban en un carro con una jaula tan grande que apenas cabía por las estrechas calles, el miraba a todos con una indiferencia descomunal, pronunciando en lenguas antiguas una serie de frases que nunca supimos si eran ofensas o deseos de buena fortuna, aunque por el tono, parecían más lo primero. La carpa del circo estaba adaptada para que sus enormes alas no se estropearan más, era el culmen de la noche, en medio de una oscuridad total se encendían repentinamente luces azules y aparecía él, extendiendo el plumaje maltrecho, con el torso desnudo, sin abrir los ojos, se quedaba en ese estado por algunos minutos y desaparecía después de que se hacía la oscuridad nuevamente, quedábamos maravillados y queríamos volver diariamente, pero la voz se había corrido hasta tal punto que era necesario comprar boletos con 2 o 3 días de anticipación; cuando las hordas de gente se volvieron incontrolables, el presidente decidió pedirles que se marcharan.

Se marcharon de noche, nadie supo a donde fueron, lo único que permaneció en medio de la gran plaza fue la jaula del ángel, cubierta con una lona, para evitar que se mojara.

Durante tres día el ángel no abrió los ojos, solo hacía gesticulaciones feroces con las manos y muecas que expresaban más que cuando estaba despierto. Recuerdo sus ojos de fuego cuando me vio:

Haz algo bueno –me ordenó- trae agua rápido.

Cuando regresé ya se había atado el cabello, abrió la reja y salió sosteniéndose de los barrotes.

Gracias –dijo mientras bebía, sin quitarme la mirada de encima.

Era un acuerdo con el dueño –me dijo sin que yo le preguntará, debió notar mi cara de asombro y confirmo:

La jaula, niña, era un acuerdo con el dueño, es más emocionante pensar en un ángel capturado vivo que en un ángel que trabaja en un circo.

-No le contesté porque estaba de acuerdo con su lógica, tampoco tuve que abrir la boca para que siguiera hablando:

Las cadenas con las que me ataban los pies durante el espectáculo también fueron idea mía, para darle mayor credibilidad al asunto, son de utilería, como en el cine de antes. Y no, no puedo leer tu mente ––se rió inteligentemente y después aclaró - tu cara es muy expresiva, casi grita lo que estás pensando.

-En sus ademanes y gestos se apreciaba un cansancio viejo, parecía harto de su propia existencia. Tuve que volver a casa pero regresé más tarde con comida y agua.

¿Por qué eres amable? –preguntó casi tragando los alimentos-

No lo sé –le dije sinceramente- me agradas, aunque eres un poco grosero.

-A partir de ese día comíamos y bebíamos juntos siempre, hasta que mamá me reconvino para ya no ir, se espantaba por algunas cosas que aseguraba una niña de mi edad no debía saber; el sacerdote intervino por mí y se sumó pronto al grupo: La cofradía del festín celestial, nos hacíamos llamar.

Poco a poco el ángel empezó a hablarnos sin impacientarse, adquiriendo un carácter más sereno, se lo achacábamos a que el sol últimamente había salido para calentarnos un poco: al final son seres de luz –dijo el sacerdote-.

Lo invitábamos a dormir en la iglesia o en mi casa pero se negaba, en cambio pareció feliz cuando quitamos la lona para ponerla en el piso de tierra y mostró gran animosidad cuando le propusimos ir por un colchón a una de las destruidas tiendas departamentales.

No estamos robando –aseguró el sacerdote al momento de persignarse, nos quedamos mirándo los tres- es una muestra más de que Dios provee.

Viejo blasfemo –contesto el ángel, volvimos felices a casa.

II

Hubo una época en que nuestro saloncito de clases amanecía inundado por los malos remiendos que se hacían en el techo, colocábamos piedras para no mojar los zapatos y teníamos los pies siempre sobre el asiento del compañero de enfrente, así que aprovechando mi cercanía con el ángel, le pedí el favor de ayudarnos a mejorarlo, antes de que volvieran las lluvias.

Me dijo que no, pero al otro día lo había reparado y reforzado por completo. Me puse muy  contenta, sobre todo cuando  apareció antes de las nueve de la mañana y le anunció a la maestra que debía llevarme donde el padre.

Claro –contestó ella, sumamente nerviosa- gracias por arreglar el techo…

III

Pronto sus visitas fueron diarias, hasta que el sacerdote apareció en el salón para enfrentarlo.

Aprende más conmigo que todo lo que aprenderá en la escuela –dijo el ángel para defenderse-.

Sí, pero el título escolar no se lo darás tu- lo reprendió el padre-.

Deje de verlo por tres días, sentí en mi corazón una incertidumbre enorme, creí que el regaño del padre lo había hecho alejarse, pero apareció el cuarto día, al finalizar el turno de clases, se había cortado el cabello y vestía ropa distinta.

Nos fuimos para la tienda del pueblo, en el camino me contó que había ido a buscar a alguien al otro lado del mundo, parecía triste por no haber tenido éxito, aseguraba que los golpes de la última gran batalla le habían afectado el sentido de la orientación:

A veces no se en que día o qué lugar vivo –me dijo-.

¿A quién fue a buscar señor? –le pregunté-

Algún día sabrás –contestó- te lo prometo.

 

 

 

*Relato que precede a Me lo dijo un ángel.


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