El silencio insondable

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Margarita llegaba temprano a casa de Julia,  la animaba a vestirse y la recostaba sobre sus piernas, deslizaba sus dedos entre su cabello, cantándole una canción de cuna que les compuso su madre. El cuarto día se presentó más temprano de lo habitual, las señoritas del servicio no estaban, por el acomodo de las cosas en la recámara Margarita supo que Julia debía estarse bañando. Entró en el amplio cuarto de baño y la encontró dentro de la tina, entre el vapor y el olor a romero.

Hola hermana –dijo Julia al verla- estoy por salir.

Me alivia escuchar tu voz, niña –contestó Margarita- tu silencio de los tres días anteriores empezaba a preocuparme.

Es muy pronto, pero he dormido mejor, estaré bien –respondió Julia, serenamente. Las ojeras empezaban a perder la batalla y sus manos recobraban fuerza lentamente-. Sé que él está bien, me lo dijo en un sueño, dice también que las aves son ahora sus amigas, no se siente solo.

Margarita sabía que Julia estaba hablando desde la tranquilidad, por eso no se alarmó, decidió seguir, intentando ayudar:

Me alegra mucho, he pensado que esto no puede llamarse sino milagro, sé que Dios es el único que lo comprende ahora, pero me alivia pensar que tú también lo harás algún día… Alejandro, bueno, al parecer él está más cerca del cielo que nosotras mismas…

-Se rieron con la complicidad habitual. Mientras Julia se vestía, Margarita le contó que su padre estaba en  los preparativos para venir a visitarlas:

Sin la esposa, claro –agregó Margarita- creímos que no sería correcto.

Imagínate si tendría el descaro –respondió Julia, traicionada por un pensamiento mordaz-.

Margarita hizo esa mueca con la que le daba a entender a Julia que algunas opiniones deben ser prudentes y sin pensarlo soltó la verdad por la que estaba ahí:

Hoy el obispo dará una ceremonia para Alejandro, pasaba por aquí y pensé que tal vez querrías ir, quería acompañarte…

Julia asintió con la cabeza: escuché a las señoras del servicio, guardaron silencio en cuanto pasé por el patio, pero era tarde. Sé que tengo que salir ahora o después, que mejor que sea contigo.

La cabeza arriba –respondió Margarita- recuerda que tarde o temprano el vendrá.

II

Llegaron un poco tarde, encontraron el patio del seminario atestado de flores naturales y de papel, dispuesto para una celebración de honores mayores. Entre el murmullo incesante Julia tuvo la certeza de que haberse quedado en casa cuatro días antes hubiese evitado todo lo que estaba pasando, el espíritu de una culpa feroz le desgarro el alma, quiso reconsiderar y regresar a casa, pero recordó a Alejandro en el sueño nocturno, revoloteando y sonriendo entre flores de mil colores, asegurándole que estaba feliz y que ella también lo sería.  Margarita noto la vacilación en el rostro de su hermana y le apretó fuerte la mano.

Todo está bien niña –le dijo. Al fondo sonaban las palabras de júbilo del obispo-.

Avanzaron tres pasos cuando sintieron la  presencia de Don Alejandro, Julia lo miró detenidamente en el altar y soltó la mano de Margarita, sintió que al aire se saturó con un silencio que anulo el mundo, empezó a caminar directo a encontrarlo pero el solo pudo bajar la cara, consciente de que había puesto a su hijo a pelear una guerra que el mismo no tuvo valor para afrontar: la del amor arrebatado; sin dar la vuelta empezó a retirarse y Julia lo perdió de vista entre la gente. Un año después Don Alejandro hizo llegar a Julia una carta con las últimas palabras que pronunció su hijo aquella mañana incierta, cuando lo encontró con sus alas nuevas; fue la última vez que expresó algo antes de su voto de silencio eterno, un silencio insondable que impedía expresarse aún mediante la escritura.

III

El obispo se hincó ante el altar improvisado, acompañado por el padre Gabriel, invitaron a las personas para sumarse a la procesión que harían por las calles.

Una lluvia fina como la cabeza de los alfileres caía sobre el pueblo entero, Julia siguió la procesión desde lejos, acompañada de Margarita, contemplando como los charcos y las calles se pintaban con la tinta de las flores de papel de china.

Recordó a Alejandro siendo muy niño, corriendo por esos mismos rumbos mientras iba tarde para la escuela, también  cuando montado en su bicicleta inglesa entregaba el pan que vendía su abuela en el mercado de La Victoria,  pero sobre todo lo recordó parado en la esquina, esperando a su padre y a Margarita a la salida del cine, para pedirles el favor de dejarlo ver a la señorita Julia.

Yo también me acuerdo –le dijo Margarita desde el fondo, con los ojos húmedos pero sonriendo, como si ese recuerdo formará parte de la memoria familiar- más por su cara de emoción cuando papá le dijo que sí.

Julia sonrió, segura de sí misma: sé que algún día lo veré nuevamente…

III

El cortejo se detuvo frente al edificio de la biblioteca municipal, famoso por haber sido construido con materiales y técnicas que aseguraban las autoridades durarían cientos de años.

Recuerdo verlo llegar hace poco más de un año, totalmente abatido –dijo el obispo quitando el paraguas, en señal de respeto- a través de nuestros diálogos recupero la sonrisa, siempre sonreía… a pesar de todo. Misteriosamente desaparecía por las tardes, hasta que el padre Gabriel encontró que venía a este lugar diariamente;  cuando decidí confrontarlo me contó sobre su idea de mejorar la calidad de la enseñanza en la escuela, estaba emocionado, por eso pasaba tanto tiempo aquí.

-El obispo se quedó en silencio algunos momentos: Me aseguró que este era su lugar favorito cuando no estaba con los  que más amaba -dijo retomando su discurso, buscando a Julia con la mirada- seguramente vendrá por aquí en alguna ocasión, para encontrarse de nuevo con ellos.  La comunidad lo recordará siempre como un gran hombre.

-Al finalizar el discurso, con ayuda de todos y en silencio, se colocó una placa con el nombre de Alejandro: aquí estuvo un ángel.

 

 

 

*Complemento de "La temporada más lluviosa" relato largo que se ha publicado en este foro a partir del relato llamado "Me lo dijo un ángel". Gracias mil por leer.


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