Las flores perdidas

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Si me hubiesen preguntado, habría asegurado que la realidad solo tiene lugar dentro de una variable penumbra, en una escala de tonos grises donde la tenue claridad es ruido y la oscuridad lamentos. Las sombras que interrumpen el resplandor bajo la puerta en el fondo de la sala solo permiten atisbar instantes de frenesí enmarcados en inmensos períodos de ausencias. Aunque, desde el asiento del autobús en el que ahora viajo mis ojos son heridos por la claridad y el color de una realidad diferente.

Si tuviera que atestiguarlo, afirmaría que el sonido se compone casi exclusivamente de llantos entre los que median escasos y agónicos silencios, aunque mis oídos parecen querer mostrarme en este momento otras cosas bien distintas, de las cuales no tenía noticia.

Si en ello me fuese la vida, y así es normalmente, contaría que el hambre es más común y cotidiana de lo deseado y que siempre es preciso ser rauda en el reparto, o verse condenada sino a un forzado ayuno, y aún así, el bol de arroz estaba hace apenas nada inusualmente lleno y a mi entera disposición.

Si no lo sintiese en mis muñecas y en todo mi cuerpo, pensaría que existe un justo propósito en los castigos y un fin loable en mi encadenamiento a la cama, sin embargo esta mañana he notado, pienso que por primera vez en mucho tiempo, la refrescante sensación del agua en mi piel y el tacto de ropas gastadas aunque limpias sobre mi cuerpo.

Si supiera que los sueños son algo más que una sucesión de pesadillas y temores, disfrutaría de este recorrido en un destartalado vehículo desde un pequeño poblado en las montañas hasta lo que aseguran que es la ciudad.

Si se me hubiese informado, sabría que las personas no surgen en los brazos de la señora Lee, viviendo como animales enjaulados en cubículos inmundos y desapareciendo a muy corta edad sin saber muy bien ni como ni con que destino.

El fin de la ruta es un lugar inmenso y agobiante, plagado de gente que camina con prisa en todas direcciones, humo, bullicio, indiferencia.... quizá sea este el lugar al que vienen todas las compañeras que me precedieron en la partida, aunque no descubro ningún rostro familiar y eso me asusta un poco.

Sin darme cuenta hemos caminado y ahora nos encontramos frente a una pareja, los miro y me miran, en sus ojos se adivinan incontenibles lágrimas que parecen querer liberarse, y no lo entiendo, pues lo cierto es que no parecen tristes. Ella se acerca y extiende sus brazos rodeándome con ellos y levantándome en vilo. Es una sensación nueva y extrañamente agradable.

En mis manos observo que la señora Lee ha depositado un papel con una imagen que parece ser mía y muchos curiosos caracteres que graciosamente se alinean, luego se ha despedido para tomar de nuevo el transporte de vuelta a ese mundo que hasta este momento era el mío.

Si me hubieran enseñado a leer, podría enterarme de que tengo seis años y de que a partir de ahora voy a ser feliz y a significar algo para alguien.


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