Homenaje

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Enviado el , clasificado en Drama
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He llegado a un punto de mi existencia en el que mi intimidad ya no me importa y puedo contar mis sentimientos sin ningún tipo de rubor.

Mientras estudiaba la carrera, cayó en mis manos un librito que, muchos años después, me señalaría el camino dentro de la narrativa. Se trataba de una colección de relatos. Fue un verdadero bálsamo para mí en aquel verano en el que todas las verdades que yo tenía como indiscutibles en política, religión y hasta en las relaciones humanas iban cayendo una a una. No, no era ningún tratado de autoayuda, simplemente eran relatos que me compensaban de toda la confusión en la que me veía inmerso. El autor era un hombre mayor y de fama en decadencia. No lo dudé, escribí unas palabras de sincero agradecimiento en una cuartilla. Le describía los gratos momentos que su obra me había proporcionado en una etapa crítica para mí. Tomé un sobre y la envié.

A los pocos días me llegó la inesperada respuesta. Agradecía mis palabras. Tras esa carta, vinieron más. Disfrutaba mucho con su amistad. Nuestra correspondencia se vio truncada cuando murió. Realmente, apreciaba a ese escritor.

He dedicado gran parte de mi vida a la docencia. He gozado mucho con mi trabajo, pero ya estoy cansado. Cansado de determinados alumnos maleducados, de padres soberbios  que tienen al profesor como un simple asalariado a su servicio. Cansado de directores dogmáticos. Gracias a Dios estoy jubilado y subsisto con mi pensión sin pretender grandes estipendios.

Mi hijo y mi nuera residen en otra ciudad y no tengo nietos a los que cuidar. Odio la petanca y la baraja. No soporto la televisión. Después de dar algún paseo con un amigo, me encierro en casa y dedico el tiempo a mi vocación tardía, escribir.

Mi esposa falleció sin saber que llegaría a publicar unos libros de relatos. Una verdadera lástima pues fue ella la que más me animó a editar las narraciones que le contaba mientras se hallaba postrada en cama. Escuchaba con atención mis palabras y valoraba, con acierto, qué suprimir o añadir en cada relato.

Mis amigos y familiares se van de este mundo uno a uno. Estoy muy triste. Cada día bebo más y como menos. Tengo un aspecto muy desaliñado.

Ayer lo dispuse todo con sumo cuidado: la nota para el juez, la cuchilla y el baño caliente. Unos minutos antes de meterme en la bañera, el cartero llamó a la puerta. No sé qué me impulsó a abrir, en último momento, sentí curiosidad.  Me entregó un sobre con el remitente de un desconocido.

La carta estaba escrita por una joven, de nombre Teresa, que debía estar pasando una mala racha. Me agradecía los gratos momentos que había pasado con la lectura de mis libros mientras cuidaba de su madre enferma. Utilizaba, casi, las mismas palabras que en su día yo había dirigido a mi anciano maestro de las letras.

 Sonreí.

Rompí la nota para el juez, utilice la cuchilla para afeitarme y me di un baño caliente mientras gozaba de una partita para cello de Bach. Junto a la bañera, un zumo de melocotón «on the rocks».

 

Voy a continuar escribiendo

 

  


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