El tiempo a tu favor

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"La vida es eso que nos va sucediendo mientras nos empeñamos en hacer otros planes" - John Lennon.

He tenido que ir lejos, muy lejos, para volver a ver las estrellas. He tenido que caminar un buen rato por el monte, con la sola luz de una linterna, tropezando cada dos pasos, muerto de miedo por la oscuridad y la soledad. que ya no recordaba tras años, no, décadas, de estar siempre rodeado de luz y de gente. Pero tenía que hacerlo.

Mira, hijo, ¿ves? Aquel es Orión, el cazador, acompañado de sus dos perros, Canis Maior, y Canis Minor, persiguiendo al toro, que eres tú. Tú naciste bajo el signo de Tauro, que está allí, justo delante, ¿lo ves?

Y yo no veía nada más que un montón de puntos brillantes desparramados caóticamente sobre la negrura del cielo, pero aún así, asentía con la cabeza, mirando a mi padre, que parecía fuera de este mundo. Los ojos le brillaban, y en ellos parecía reflejarse la imaginaria batalla de unos puntos de luz contra otros.

Pero no te preocupes, hijo, nunca te alcanzará. te perseguirá por toda la eternidad, pero nunca podrá abatirte. Puedes comprobarlo cada noche. Mira al cielo, y verás como Orión sigue su infructuosa persecución contra Tauro, y ni él ni sus canes te echarán el guante jamás. Y, ¿sabes por qué?

Y yo negaba con la cabeza, con la boca abierta, esperando saber la respuesta. Entonces mi padre me sonreía, y me acariciaba el pelo.

No te alcanzará nunca, porque tú siempre irás más rápido, más fuerte y más lejos que él. Cualquiera que sea el cazador que te persiga en la vida, no podrá contigo. Porque eres el toro. Eres noble, valiente y fuerte, y tu vida estará llena de prodigios. El tiempo está a tu favor.

Han pasado cuarenta años ya, y pronto me olvidé de mirar al cielo como él me dijo. Tenía otras cosas en que pensar. Al cabo de unos años, él se reunió con sus amadas estrellas, pero yo me olvidé de ellas. Y hoy, no sé por qué, he sentido el impulso irrefrenable de volver a verlas. Ahora ya sé lo que son las constelaciones, he buscado en internet cómo localizarlas y reconocer los patrones, pero en la ciudad no había forma de verlas, así que he tenido que alejarme y meterme por un camino de cabras buscando la oscuridad, que me atrae y me aterra a la vez.

Mientras asciendo, resoplando y maldiciendo mi estúpido impulso, pienso en lo equivocado que estaba mi padre. Estoy viejo y gordo. No tengo pareja, tras dos fracasos y alguna que otra decepción adicional. La mayor parte de mi vida está a mi espalda y no he cambiado el mundo, ni salvado a nadie, ni hecho nada que perdure en el tiempo, aunque sólo sea unos años, porque ya sé que al final ese monstruo lo devorará todo y nada perdurará. Una vida humana, incluso la vida de una estrella, es menos que un parpadeo en la inimaginable e inabarcable escala cósmica.

Pero quiero volver a ver a Orión, y comprobar que sigue sin alcanzar a Tauro. 

Por fin, llego a la cima de la pequeña montaña. Estoy lo bastante lejos de la ciudad como para poder ver bastantes estrellas, pero ni de lejos tantas como cuando las veia de niño con mi padre. No sé el motivo. Tal vez se hayan cansado de esperar que alguien más que los científicos las observaran, echando de menos a los marineros, a los antiguos sabios llenos de curiosidad, y a los enamorados. O a mi, y a mi padre.

Me siento en una piedra, jadeando, y miro al cielo. Tengo que ajustarme las gafas bifocales para ver bien, y entornar los ojos para aclarar la vista ya castigada por el inevitable deterioro de la mortalidad. No me cuesta nada reconocer las constelaciones, y, en efecto, allí está Orión con sus perros, siempre detrás de Tauro. Es fácil reconocer las tres estrellas que forman su cintura, muy cerca unas de otras y alineadas ligeramente en diagonal. De izquierda a derecha, Alnitak, Anilam y Mintaka. Su cabeza es la estrella Meissa, y sus hombros Betelgeuse y Bellatrix, de los cuales parten sus brazos, el izquierdo sujetando el escudo, y el derecho el garrote, estrellas menores de las que no recuerdo el nombre.

Una leve sonrisa burlona asoma a mis labios. Todo sigue igual, y tal vez mi momento aún no ha llegado. Aún me queda tiempo, pienso. Y entonces, la sonrisa se hiela en mi rostro cuando, de repente, una estrella fugaz parece surgir del brazo derecho de Orión, y rauda como el viento, atraviesa el cielo y cruza la constelación de Tauro de parte a parte.


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