Mi primera pregunta coherente

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un día me hice una pregunta coherente mientras estaba de pie frente una tienda centenaria de sombreros, en la esquina de enfrente de mi casa. ¿por qué existen esas tiendas si nadie utiliza ese complemento de ropa?

mi primer pensamiento que me martilló mi mente fue que sólo los calvos los utilizan, por una cuestión de protección personal contra los agentes meteorológicos y biológicos (frío, picadas de avispa asiática...). pero tuve casi al instante una decepción profunda, ya que una bandada de gente desnuda, sana y sin pelos en ningún sitio, también había calvos supongo, rompió el silencio de mi vuelta a casa después del paseo matinal. sólo iban vestidos con unas botas militares. desfilaban en formación y se manifestaban talmente como si fueran caballos desbocados pisando uvas, en favor de la falta de pelo, como un símbolo de evolución humana, proclamando la muerte a los prehistóricos e involucionados, a los peludos en definitiva. había diversas pancartas como: ¡nunca tenemos frío! O esta: ¡somos pelados, algunos calvos y todos por supuesto, inteligentes! o alguna otra, un poco más larga: ¡a la hoguera el capitalismo consumista, las camisas, pantalones, camisetas, calzoncillos y sombreros! cuando hubieron pasado por delante mío y se alejaron, la calma volvió en mi domingo. era evidente que los calvos del pueblo no utilizaban los sombreros y por eso decidí olvidarme de los calvos.

volví a casa a comer mi arroz a la cazuela de costumbre y después de mi siesta de doce minutos y medio, tocaba ir a tomar el café de tarde en el bar de mi amigo en el casco antiguo. nada más cruzar tres calles, aparecen cincuenta individuos en el cruce donde hay un supermercado africano y en donde venden cuernos de elefante cazados por el rey. de buenas a primeras, hubiera dicho que todos eran gemelos. ¿recordáis los hermanos dupond-dupond, los policías de las aventuras de tintin? ¡clavados! con su sombrero, bastón, vestido negro y bigote hitleriano largo. al parecer estaban celebrando una marcha pacífica en favor de la elegancia masculina, el buen vestir y el sombrero. en el momento de cruzarse conmigo se pararon en seco los cincuenta hombres a la vez, me miraron y comentaron:

_ apol·liner, tendrías que comprarte un sombrero y algún traje, te favorecería, parecerías más esbelto y seductor.

les contesté:

_lo sé, lo sé, pero la tienda que tengo cerca de mi casa siempre está cerrada y aunque quisiera no podría comprarme ningún sombrero. ¿y traje? ¿para qué? si no me caso y no lo haré nunca. esos vestidos sólo uno se lo pone en las bodas. que yo sepa, ustedes son los únicos del pueblo que llevan algún armatoste en la cabeza.

los seudo-gemelos bien vestidos suspiraron con gesticulación resignada:

_ay apol·linar, apol·linar. este es uno de los motivos de nuestra marcha pacífica. mostrar el camino a todo aquel que no comprenda el concepto de la estética universal contemporánea. viajar por el mundo es saludable e educativo. debes salir de este pueblo pequeño y raquítico. aspirar un nuevo aire. en todos los pueblos y ciudades del mundo la gente viste el sombrero, enamora con él, menos en éste. para que sepas, hasta hay encuentros de sombreros para discutir las distintas formas de calzarlos en la cabeza; establecer las últimas tendencias del mercado y exponer nuevos materiales, tipos de corte, de confección…

ay apol·linar, apol·linar. la tienda que tu has comentado está cerrada, ¡como no va a estarlo! ¡si el sombretero murió hace años!

los cincuenta dupond-dupond se despidieron elegantemente, como no, y siguieron su marcha pacífica a favor de la elegancia masculina, el buen vestir y del sombrero, todos a unisono. y yo me me fui a tomar mi café como cada domingo de mi vida, habiendo resuelto por primera vez una pregunta coherente.


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