ROMPECABEZAS

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 2012. Solsticio de diciembre.

El Dr. Somner despertó bañado en sudor. Corría por la espesura, asustado. Perseguido por cientos de alientos fétidos. Al borde de sus fuerzas, un golpe en la pantorrilla. Trastabillaba, caía al vacío. Verde oscuridad. Vívido y espeluznante. Se levantó tenso. Tras una larga ducha aliviadora, desayunó en la cocina. Prendió un cigarrillo francés. Revisó algunos mensajes y su agenda. Miércoles 11hs., Ana Kuy. Volvió la vista al cuaderno de dibujos, tomó la carbonilla y dio unos pocos firmes trazos. Del pecho, que el joven abría con sus manos, brotaba un águila. La luna, representada por una calavera envuelta en trapos disformes colgaba sobre piedras en llamas. Desde la última visita al museo de Historia Natural, sus ideas creativas eran puro arte conceptual. El timbre sonó corto y estridente. Abrió la puerta de calle. Entró una mujer joven, tez aceituna belleza étnica admirable. Cuerpo de pantera al acecho. No pudo evitar preguntarse de donde conocía a esta mujer. La invitó a sentarse, ofreció té e hizo las preguntas de rigor al abrir una ficha de terapia de regresión a vidas pasadas.  Ana dejó el pocillo sobre la mesita de roble. Se sentía angustiada. Hacía semanas sufría sensaciones extrañas. Sueños violentos se mezclaban con lo cotidiano recuerdos vagos se declaraban ciertos y la desconcertaban. Habitaba con su tío y su sirviente mudo una gran casa de piedra en el Jardín Japonés. Incesantes visitas misteriosas, la perturbaban. Somner la tranquilizó. Pidió que le contara acerca de los sueños, en tanto la inducía hacia la hipnosis. Le explicó que a veces nuestras acciones viajan por el tiempo desde lejos y lo que hemos sido, nos alcanza. Entrecerró sus formidables ojos verdes. Un profundo estado de relajación comenzaba a someter su cuerpo. Horizonte de antorchas, selva profunda. El joven corriendo con destreza y vehemencia. Respiración agitada, pies y manos sangrando en las espinas. Saeta alcanzando el blanco. Alaridos de victoria. La nada lo engulle y redime. El terapeuta se incorporó mecánicamente como un resorte. Intentó caminar hasta la ventana, repentino dolor en la pantorrilla. Llevó hasta allí su mano buscando algo que no halló. A veces, los pacientes en ese estado, sufren alucinaciones y los hechos tienden a resultar desmesurados -se escuchó decir- Pidió a la señorita Kuy que relatara los pormenores que recordaba de su vida pasada, debía dilucidar si era un caso real o simple criptomnesia. Esta vez las esmeraldas se abrieron en busca de un mundo situado en un lugar remoto. Su relato utilizó una voz arrogante: Soy Kuyaán, nacida sacerdotisa del templo mayor. Amante de Kakukapat guerrero hijo del último rey. A fin del trigésimo Ciclo, su sacrificio de sangre salvaguardaría el equilibrio vida maíz agua sol. Empujada por la pasión, propicié su fuga durante la procesión. Fue herido y cayó en un barranco, su cuerpo nunca fue encontrado. El Supremo Ixtabá, sin poder arrancar su corazón maldijo nuestras pobres existencias. Errantes almas penando las miserias de nuestro pueblo carentes de amor. Ahucán May, quien debía beber su sangre, dedujo que había trascendido a otra dimensión. Fui condenada a revisar ciclo por ciclo y reestablecer el orden cosmológico antes del día sin tiempo. Sospecho que convivo con un sacerdote y el temible guardián del Teocalli. Levantó la manga de la camisola y afloró el tatuaje de una serpiente descendiendo escalones. Somner recibió un golpe devastador a sus emociones, ese mismo ofidio formaba parte de su cuaderno de dibujos desde la semana anterior. El reloj dio una campanada suave. Buen momento para dar por terminada la sesión. Culminaba así un juego de roles de enérgicas connotaciones para ambos. Ana se sentía débil y solicitó ayuda para llegar a su domicilio. El Dr. Somner se encontraba ante una encrucijada: necesitaba adentrarse más en los detalles de ese sueño misterioso. Conocer al viejo y la cercana casa de piedra nunca vista. Su ética profesional le reprochaba no repeler la atracción física que ejercía esa mujer extraordinaria. Siempre se había cuestionado su paupérrimo concepto acerca del destino. Caminaron del brazo, entre temas triviales, en pocos minutos se encontraron frente a la residencia. El sirviente abrió presuroso la puerta. Un anciano de cuerpo enorme y pelo largo alimentaba el fuego en la estufa. Apoyado en su bastón de madera tallada lo instó a sentarse con voz seca y mirada desconfiada. El cuarto, iluminado por resplandores. Olor a copal. Una ventana discordante, cortina roja de tela rústica y símbolos oro. De no ser por los sillones de cardón, el enorme escritorio de piedra sobre el que se distinguía el pisapapeles angular de obsidiana, la estancia estaba desierta. Ana ingresó con la bandeja y ofreció una taza a cada hombre. Somner despertó bañado en sudor. Esta vez la pesadilla había sido más explícita y espantosa. Intentó moverse y no pudo. Kuyaán, Ahucán May e Ixtabá con atavíos ceremoniales, oraban. Sus rostros al reflejo del fuego semejaban un mosaico. La fina escobilla se movía de derecha a izquierda. Con sumo cuidado limpiaba la superficie. El director del Museo de Historia Natural contemplaba con orgullo la única pieza de alfarería conocida que documentaba un sacrificio humano.   Un gran gesto del Dr. Somner donarla. Una pena que no asistiera a la inauguración de la muestra


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